De dónde vienen, de quién
son y qué se hace con las reservas
Guía simplificada para saber de
qué se habla cuando se habla de la crisis política desatada por el
uso, o no, de las reservas
Los manuales dicen que las Reservas
Internacionales son las divisas o activos en moneda extranjera que
tiene el Banco Central y que respaldan los billetes y monedas en
circulación, depósitos y demás pasivos. No son un ahorro ni del
Gobierno ni tampoco del Banco Central ,porque tienen como
contrapartida una deuda por la moneda y títulos emitidos o por los
préstamos externos recibidos.
Esas reservas se generan básicamente por tres vías:
Por la diferencia entre los ingresos
provenientes de la exportación o ventas de bienes y servicios al
exterior y de turistas extranjeros y de los gastos que se hacen para
la importación o por viajes al exterior.
También por el neteo entre lo que ingresa por préstamos externos y
lo que se paga en capital e intereses para cancelarlos.
Y por la diferencia entre los giros
que envían o reciben los residentes en el exterior o por la demanda
para atesorar moneda extranjera fuera del sistema o en el exterior
(“fuga de capitales”).
Así, las reservas no son otra cosa
que activos, manejados por el Banco Central, que tienen pasivos
vinculados. Y la entidad monetaria, como administrador general,
invierte esas reservas internacionales, buscando combinar seguridad,
liquidez y rendimiento.
Cómo se componen
Las reservas están compuestas por monedas convertibles, oro y
Derechos Especiales de Giro (DEG), que es una “moneda” creada por el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y que sirve para que los países
cancelen deudas que tengan entre sí o con el Fondo, originadas en
comercio o en financiamiento.
También las reservas pueden ser
invertidas en títulos o bonos que cuenten con una alta calificación
crediticia, si bien una parte se mantiene como capital de trabajo
del propio Banco Central para garantizar la disponibilidad inmediata
de divisas.
Los rendimientos de estas reservas,
que constituyen una parte de las utilidades del Banco Central,
pueden ser capitalizados en la propia institución o ser transferidos
parcial o totalmente al Gobierno.
El nivel “óptimo” de reservas
internacionales que debe tener un país es una controversia que
divide a banqueros y economistas.
En general, para establecer este
nivel, no sólo se debe comparar el costo de oportunidad de las
distintas alternativas de inversión, incluyendo cancelar deudas que
devengan altos intereses.
También hay que considerar el costo
para la economía de contar con más o menos divisas para hacer
frente, por ejemplo, a la demanda de los importadores, pero también
para enfrentar crisis externas (como la del Tequila en 1994 o la
iniciada a mediados de 2007) o para enfrentar una “corrida
cambiaria” y una fuerte salida de capitales.
A eso se agrega otra polémica: si las
reservas deben cubrir la circulación monetaria y las cuentas
corrientes en pesos, definidos como Base Monetaria, o también otras
deudas del Banco Central, como por ejemplo los instrumentos
financieros (Lebac y Nobac) ,que emite para absorber moneda y
regular la tasa de interés. Para no hablar de los fondos que recibe
el BCRA del BIS (una especie de Banco Central internacional)
Libres, pero no tanto
Tanto en el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de 2005, que
autorizó el pago con reservas a los organismos internacionales, como
en el de 2009 (el número 2010, que crea el Fondo del Bicentenario)
que lo extiende “al pago de servicios de la deuda pública del Estado
Nacional”, se dispone que todas las reservas del Banco Central que
excedan la base monetaria pasan a ser “de libre disponibilidad”.
De acuerdo con la información oficial
publicada por el BCRA, al 31 de diciembre último, las reservas del
Banco Central sumaban el equivalente a casi US$ 48.000 millones y la
base monetaria, a US$ 32.200 millones.
Así, las “reservas de libre
disponibilidad” (diferencia entre reservas y pesos en circulación o
base monetaria, dicho de manera sencilla) serían de US$ 15.800
millones, de los cuales el Gobierno dispone ya de US$ 6.569
millones.
Pero el DNU firmado por Cristina
Kirchner ya deja autorizado que más adelante, de mantenerse esa
relación, el Gobierno podría disponer, mediante un decreto común, de
esa diferencia —total o parcialmente— para hacer frente a cualquier
pago de deuda pública o gasto, que en definitiva también es deuda.
En cambio, si a la base monetaria se
le agrega el equivalente a US$ 14.300 millones de la emisión de
letras a corto plazo (Lebac y Nobac) que el Banco Central colocó
para esterilizar parte de los pesos que emitió para comprar las
divisas que integran sus reservas, las cuentas son muy distintas:
quedarían como reservas de libre disponibilidad apenas US$ 1.500
millones.
La controversia se amplía porque aunque se las califica de “libre
disponibilidad”, como no son un “ahorro” del Gobierno, lo que el
Banco Central hace es prestarlas al Gobierno, a cambio de una Letra
intransferible a 10 años (vencimiento 2019), algo similar a lo que
hizo cuando pagó por anticipado la deuda con el FMI (Letra
intransferible con vencimiento 2016).
Así, por este procedimiento, y aunque
se denomine Fondo Bicentenario para el Desendeudamiento, el
endeudamiento público no disminuye porque lo que el Gobierno hace es
sustituir deuda externa –con organismos y tenedores privados– por
deuda interna, con el Banco Central, en dólares.
Así, con los US$ 6.569 millones, el
Gobierno le estaría adeudando al Banco Central unos US$ 30.000
millones. Eso incluye los US$ 9.530 millones pagados al FMI,
Adelantos Transitorios por otros casi US$ 9.000 millones que se
renuevan automáticamente y Títulos Públicos en cartera por US$ 5.000
millones.
Los críticos dicen que una
consecuencia es que el Banco Central viene cediendo activos líquidos
por papeles ilíquidos, lo que le resta margen de maniobra frente a
una eventual corrida.
El argumento oficial es que el
rendimiento potencial que se puede obtener por invertir esas
reservas es muy inferior al costo de tomar préstamos para cancelar
las deudas o invertir en la economía nacional. Y que, por lo tanto,
asegurado el respaldo de la base monetaria, es preferible que el
Central le preste al Estado –con un rendimiento similar al que
obtendría en los mercados– a que el Gobierno tome préstamos a tasas
elevadas. Y eso debería ayudar a bajar la tasa de “riesgo-país”,
mejorando la perspectiva de volver a los “mercados voluntarios” de
deuda.
Los que critican estos fundamentos
dicen que el Gobierno “acomoda” los argumentos porque cuando se
canceló anticipadamente la deuda con el FMI el Gobierno terminó
pagando una tasa de interés mucho más alta por la nueva deuda que la
que estaba pagando al Fondo. Y que, si bien en lo inmediato es más
barato para el Estado tomar reservas que contraer deuda, el
“riesgo-país” no se altera porque se debilita la posición financiera
y de intervención del Banco Central.
Martín Redrado lo sintetizó en una
frase que aumentó el malestar del Ejecutivo: “es crucial el retorno
a los mercados voluntarios de crédito, sin ningún tipo de atajos”
Fuente: iEco Clarin
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