COMO REÍRSE DE SI
MISMO
Todos hemos hecho el ridículo alguna
vez, lo importante es que lo tomemos con humor y no nos tomemos tan
en serio
El temor a que los demás nos juzguen
mal, se burlen de nosotros o nos tomen por tontos, no sólo resulta
infundado, ya que la mayoría de las veces sólo está en nuestra
mente, sino que además puede limitar seriamente nuestra existencia y
paralizar lo mejor de nosotros: lo que surge naturalmente de nuestro
interior.
Muchas personas viven atenazadas por el miedo al ridículo: un temor
a que se rían de nosotros o a hacer algo inconveniente delante de
los demás, lo cual genera ansiedad y dificulta las relaciones
sociales.
No cortes las alas de tu creatividad
Además de un creciente malestar, la limitación o prohibición
auto-impuesta de hacer, decir o proponer cosas que puedan resultar
risibles o inadecuadas para la mentalidad de los demás, termina por
cortar la alas a nuestra creatividad y espontaneidad, y en muchos
casos nos obliga a renunciar a ser auténticos, a ser nosotros
mismos, con nuestros defectos y virtudes.
Quien teme al ridículo o a quedar mal ante los ojos ajenos y por
ello renuncia a menudo a ser fiel a sí mismo y a las iniciativas que
le vienen a la mente o surgen del corazón, suele observar con
amargura cómo muchas de las ideas, palabras o acciones que se
abstiene de exponer a los demás, son manifestadas por otras personas
generando el beneplácito de quienes los escuchan.
Para el psicólogo clínico y experto en risoterapia José Elías, "es
bueno recordar el comentario del escritor y ex presidente de la
República Checa, Václav Havel, quien afirmó que el que corre más
riesgo de parecer ridículo es aquel que se toma demasiado en serio,
lo cual no ocurre con quien es capaz de reírse de sí mismo".
No te tomes tan en serio
"¡A veces nos tomamos la vida y a nosotros mismos demasiado en
serio, olvidando que no "saldremos de ésta con vida". Como bien dice
la sabiduría popular hay que disfrutar la existencia porque "son
cuatro días y dos están nublados". La vida pasa volando, y nadie ni
nada es imprescindible", señala el experto.
Por eso hay que aprender a reírse de uno mismo y de los demás. En la
calle, el restaurante, el autobús, tren o metro, la oficina, hay que
fijarse en las cosas graciosas y ridículas que hace la gente que nos
rodea, lo cual también es un buen antídoto contra el sentimiento de
ridículo, porque todo el mundo protagoniza situaciones hilarantes o
extrañas.
Ríete de ti misma
En lugar de sufrir porque hay mucho tráfico, hay que observar cómo
los conductores se meten el dedo en la nariz, pitan como
enloquecidos, gesticulan de manera extraña, hablan a gritos al
teléfono móvil... También podemos observarnos a nosotros mismos: si
nos disociamos y vemos desde fuera, podemos llegar a reírnos de
situaciones que antes nos agobiaban.
Según Elías, "el mundo sigue su curso. Todo pasa y se olvida
rápidamente. La mayoría de la gente vive inmersa en su propio mundo,
vida y preocupaciones, y sólo fugazmente se fija en los de los
demás, retornado pronto a su propia realidad. Así que quién va a
ocuparse y preocuparse por tus peripecias vitales".
Hagas lo que hagas, digas lo que digas y pienses lo que pienses,
siempre te encontrarás gente a favor y en desacuerdo con dichas
acciones, palabras y pensamientos.
Caricaturiza tus demonios
Caricaturiza tus demonios interiores y exteriores. Las situaciones
difíciles hay que dibujarlas tal y como se ven, y entregarles el
dibujo a los amigos para que agreguen elementos graciosos, o hacerlo
uno mismo.
Después de protagonizar una escena absurda o cómica, cuéntasela a
los demás. Si no dejas que otras personas se adelanten a chismear
sobre ello, se reirán contigo y no de ti.
Si te sientes ridícula por alguna situación, piensa en esto: ¿tendrá
alguna importancia esta situación dentro de cinco años?, ¿alguien la
recordará?. Cuanta más importancia le das a un hecho, más
beneplácito le concederán los demás, señala el psicólogo, que
agrega: "Lo mejor después de caerse es levantarse con una sonrisa y
compartirla con los demás. Nunca somos ridículos, simplemente nos
sentimos ridículos".
Lo verdaderamente ridículo, o en todo caso triste y lamentable, es
vivir obsesionado por la opinión de los demás, o que nos preocupe
más nuestra imagen o lo que piensan de nosotros, que lo que en
realidad somos y sentimos. Hay que aprender a vivir con naturalidad
y disfrutar.
06 de Octubre de
2010 (ESMAS - DERF)
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