LA BIOGRAFIA DE
NATASCHA KAMPUSCH
Natascha Kampusch, secuestrada
durante ocho años, publica su biografía
“Después de violarme, él se quedaba
muy relajado y no podía evitar dormirse, por eso me esposaba a él,
para que yo no intentase escaparme o hacerle daño mientras dormía”.
Así recuerda
Natascha Kampusch, en su biografía, algunos de los
detalles que han quedado grabados a fuego en su memoria. Hoy tiene
22 años, y solamente después de una intensa terapia psicológica, de
la que forma parte la redacción de este libro titulado
'3.096 días' y del que el diario alemán Bild Zeitung
publica este lunes un avance, ha conseguido entender que aquello a
lo que era sometida a diario eran violaciones: “Fui secuestrada
cuando tenía 10 años y en aquel momento no tenía una idea muy
concreta de qué eran las relaciones sexuales, o al menos no lo
recuerdo. Lo que empezó a hacerme apenas me encerró en el zulo no lo
terminé nunca de entender, pero para mí no eran relaciones y
solo sé que me producía dolor físico. El daño psíquico
todavía no he podido calibrarlo”.
En los pasajes adelandatos por la
editorial se adivina cierta tendencia al Síndrome de
Estocolmo, como cuando disculpa a su secuestrador alegando
que, al principio, no la quería “para nada sexual, solamente quería
dormir conmigo para tener compañía porque se sentía muy solo y
necesitaba tener a alguien a quien abrazar”. También describe con
espeluznante naturalidad cómo debía referirse a él en todo momento
como “señor” o “maestro”, y relata el proceso por el que sus
reiterados intentos de suicidio fueron perfeccionándose,
desde las ocurrencias inútiles de una niña hasta los fríos cálculos
de un ser humano prematuramente envejecido y hastiado de la vida:
“La primera vez que dormí con él fuera del zulo, en la parte de
arriba de la casa, tenía 14 años y fue cuando realicé el primer
intento de suicidio. Después lo intenté muchas otras veces,
fabricando horcas con prendas de ropa, cortándome las venas, llenado
la habitación de humo de la cocinilla, con la esperanza de no poder
respirar más, o punzándome con una aguja de gran tamaño que me había
proporcionado para que arreglase unas cortinas”.
Para evitar que estos intentos diesen
fruto, el captor apenas proporcionaba ropa a la chica, por lo que
vivía prácticamente desnuda. Pero de todo esto, lo que más alegría
causó a Natascha, el día en que consiguió finalmente despistarlo y
escapar de este calvario por sus propios medios, fue “Que ya no me
pegaría más. Me golpeaba unas... 200 veces por semana,
con los puños en la cabeza, y me dolía mucho. Lloraba de dolor”.
Al menos en el avance editorial y
para sorpresa de muchos, Natascha no destila reproche alguno,
ni a la policía que jamás logró resolver su desaparición, ni a los
vecinos que jamás observaron nada extraño en el comportamiento de
Wolfgang Priklopil, de 44 años, cuya última
victoria y afrenta a la niña que secuestró fue conseguir suicidarse
tirándose a las vías del tren poco antes de ser detenido, con lo que
evitó un juicio y el castigo que la Justicia pudiese determinar para
hechos como estos
Fuente Rosalía
Sánchez
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