MURIO ERNESTO
SABATO
Falleció esta madrugada en su casa de
Santos Lugares. El célebre escritor y ensayista iba a ser
homenajeado este domingo en la Feria del Libro, en vísperas de su
centenario, el 24 de junio. Había nacido en la ciudad de Rojas,
provincia de Buenos Aires, y fue el décimo hijo de once hermanos.
Entre otras grandes obras, escribió las novelas "El túnel", "Abaddón
el exterminador" y "Sobre héroes y tumbas"
El escritor Ernesto Sábado murió hoy
a los 99 años en su casa de Santos Lugares, confirmó hoy su última
esposa Elvira González Fraga.
"Hace como quince días tuvo una bronquitis y a la edad de él esto es
terrible", añadió la mujer en diálogo radial.
Sábato iba a ser homenajeado mañana en la Feria del Libro por el
Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires en su cumpleaños
número 100.
Testigo y paradigma de su tiempo, con
el fallecimiento de Ernesto Sábato a los 99 años se extinguió -en su
casa de Santos Lugares- la vida de un escritor emblemático de la
literatura argentina, pero también una figura que adquirió una
dimensión diferente luego de la dictadura militar con su labor al
frente de la Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de
Personas).
Lejos de asumir un rol incontrastable, el autor de la trilogía de
novelas “El Túnel“ (1948), “Sobre héroes y tumbas“ (1961) y “Abbadón
el exterminador“ (1974) fue un escritor y un ser humano polémico,
cruzado por sus propias contradicciones, presentes en algunos de sus
personajes literarios.
“Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que
publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde
quemaba lo que había escrito a la mañana“, declaró una y otra vez
para referirse a esa obra que marcó las generaciones del 60 y 70 y
se desdibujó cuando sus ojos comenzaron a fallar, para ser
reemplazada por la pintura.
Sus escritos finales, que incluyen memorias y crónicas de la vejez,
constituyen su postrera y desvaída despedida con la escritura, más
allá de algún destello vital como la conmovedora confesión de amor a
su colaboradora Elvira Fernández Fraga, hoy al frente de la
fundación que lleva su nombre.
Su figura recobró fuerza como portavoz de valores añorados por una
sociedad lacerada primero por la dictadura militar y luego por el
neoliberalismo imperante en los años 90. Su mensaje se concentró en
los jóvenes: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía -dijo-
serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de
humanidad hayamos perdido“.
Días antes de su nacimiento, el 24 de junio de 1911, falleció un
hermano suyo de 2 años llamado también Ernesto, un hecho que lo
marcaría de por vida.
De origen calabrés, su padre tenía un molino harinero en la
localidad bonaerense de Rojas y con su hermano Arturo salían a
comprar frutas en una volanta. En ese pueblo donde expresó su deseo
de ser enterrado pasó su niñez.
El ideario de Sábato se va delineando a partir de su adhesión al
Partido Comunista, en tiempos del general Augusto Sandino, los
mártires de Chicago y la terrible dictadura de José Evaristo
Uriburu, que lo lleva a la clandestinidad.
Con dudas acerca de la infalibilidad del materialismo dialéctico y
en pareja con Matilde Kusminsky, joven de 19 años que se va de su
casa para unirse al escritor, Sábato viaja a Moscú pero en el camino
escapa a París, ante el inicio de las purgas de Stalin.
A su regreso obtiene su doctorado en el Instituto de
Físico-Matemática. Bernardo Houssay le da una beca en 1938 para
trabajar con el matrimonio Curie en París. Allí conoce al pintor
cubano Wilfredo Lamm y a integrantes del grupo surrealista.
En esos días escribe “La Fuente Muda“, una novela de la que sólo
publicó algunos capítulos en la revista Sur.
A principios de los 40, Sábato junto a su mujer y su pequeño hijo
viaja a las sierras cordobesas a vivir en un rancho precario:
“Deseaba vivir en la meditación, afrontar los hechos esenciales de
la vida y ver si podía aprender lo que tenía para enseñarme...“.
Pero consigue un puesto en la Unesco y regresa a París: “hundido en
una profunda depresión, frente a las aguas del Sena, me subyugó la
tentación del suicidio“, confiesa en sus memorias.
En esa época afianza sus vínculos literarios: conoce a Victoria
Ocampo y a Borges (“interminables fueron las conversaciones sobre
Platón y Heráclito de Efeso, lamentablemente, en 1956 nos separaron
ásperas discrepancias políticas“).
Según el propio Sabato, “`El túnel` fue la única novela que quiso
publicar, y para hacerlo debí sufrir amargas humillaciones. A nadie
le parecía posible que yo me dedicara a la literatura“.
Entre su obra ensayística figuran “Uno y el universo“; “Hombres y
engranajes“, “El escritor y sus fantasmas“, “Apologías y rechazos“ y
“La robotización del hombre“. Además, el “Romance de la muerte de
Juan Lavalle“, cantata que compuso junto a Eduardo Falú.
Fue nombrado Caballero de las Letras y las Artes, distinción
instituida por André Malraux y la Cruz de la Orden de la Legión de
Honor (Francia, 1980). Entre otros galardones, recibió el Premio
Cervantes, el Menéndez Pelayo, el Premio Jerusalén y la Medalla de
Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Luego de la dictadura militar, Sábato asumió la dirección de la
Conadep, organismo que por primera vez puso al descubierto los
crímenes de lesa humanidad ocurridos en la Argentina. Un compromiso
que continuó hasta el final, como lo testimonian sus diversas
intervenciones sobre el horror perpetrado en esos años.
Al finalizar los años 90, apareció su libro de memorias “Antes del
fin“; al filo del siglo XXI publicó “La resistencia“ y en junio de
2004, “España en los diarios de mi vejez“. Para ese entonces ya
habían muerto su mujer Matilde y uno de sus dos hijos.
El homenaje que le ofreció el Premio Nobel de Literatura, el
portugués José Saramago durante el III Congreso de la Lengua
Española realizado en 2004 en Rosario (Santa Fe) mostró -una vez
más- el enorme cariño de la gente común por el escritor. Hasta se
dio el lujo en esos días de cumplir uno de sus sueños y se
fotografió junto a todo el equipo de Rosario Central.
Para entonces sus apariciones públicas eran cada vez más
esporádicas; refugiado en Santo Lugares, su casa se convirtió en un
lugar de peregrinación constante, sobre todo el día de su
cumpleaños.
Allí, en su biblioteca, con los libros apilados en orden, entre sus
cuadros y el sonido del viento colándose por la vieja arboleda,
Sábato recibía a familiares, vecinos y amigos e invitaba a pasar a
los jóvenes que, como parte de un ritual, tímidamente lo atisbaban
por la ventana.
Cuando tuvo que restringir este rito, fue todo el pueblo de Santos
Lugares el encargado de organizar una gran fiesta para celebrar, sin
duda, la vida de su habitante más ilustre
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