Este proceso se llama hidrogenación y sirve para incrementar el
tiempo de vida útil de los alimentos. Así se obtienen grasas y
aceites para freír que son muy útiles para la industria alimentaria,
puesto que ayudan a mejorar la perdurabilidad, el sabor y la textura
de los productos. Algunos alimentos, como la carnes de cerdo y de
cordero, así como la mantequilla y la leche,
contienen de manera natural cantidades pequeñas de estas grasas
hidrogenadas. Sin embargo, la mayoría de las grasas trans de nuestra
alimentación provienen de alimentos procesados preparados con
aceites vegetales parcialmente hidrogenados: margarinas, bollería
industrial, galletas, patatas fritas y otros snacks...
Investigaciones recientes han indicado que este tipo de grasas
pueden ser nocivas para la salud, fundamentalmente debido a que
elevan el colesterol ‘malo’ (LDL) y los triglicéridos.
Las grasas trans tienen otros inconvenientes. Por ejemplo que, como
han demostrado hace poco investigadores de la Universidad de Navarra
y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, su ingesta aumenta
el riesgo de sufrir depresión. Por el contrario, el aceite de oliva
protege frente a esta dolencia