COMO ACCEDER A LA
PRIMERA VIVIENDA
Especial para La Nación por Martín
Lousteau
La semana pasada la presidente del
Brasil Dilma Rousseff anunció una reducción de gastos de nada menos
que US$ 30.000 millones, lo que equivale al 7% de las erogaciones
del gobierno central. El motivo fue explicitado: una presión
inflacionaria que estaba llevando el ritmo de aumento de precios por
encima de la meta del 4,5% anual fijada.
No hace falta aclarar que Rousseff es
la heredera de Lula y miembro histórico del PT, Partido de los
Trabajadores. Aún así, optó por una medida que podría rápidamente
catalogarse como un "ajuste".
En general en la región -pero mucho
más en nuestro país- dicha palabra trae reminiscencias de los 90.
Sin embargo, su interpretación debe estar supeditada al contexto.
Así como hay restricciones que son negativas, otras son claramente
beneficiosas. Si alguien está obeso deberá "ajustar" su dieta. Ello
nos parecerá tan razonable y saludable como indignante que otros no
puedan acceder a los nutrientes básicos. Lo mismo podría decirse de
la desafortunada expresión "enfriar la economía": suena mal porque
venimos de la glaciación de 2001. Pero cuando un automóvil
recalienta porque se lo está llevando a una marcha muy forzada, es
preciso levantar el pie del acelerador para preservarlo.
La economía, como un sistema
complejo, guarda similitudes con los ejemplos anteriores. De lo que
se trata es de cuidarla para que funcione al mayor ritmo posible
pero de manera sostenible. Esa es la única manera de lograr mejoras
continuas, sin crisis y que alcancen a la totalidad de la población.
Esta visión se halla bien alejada de la de aquellos ajustes que, por
lecturas parciales y erróneas de la realidad, nos llevaron al
raquitismo hace apenas diez años.
Gran parte de América latina parece
haber entendido estas lecciones: con un crecimiento promedio del 6%,
ningún país tuvo una inflación superior al 7%. Salvo, claro,
Venezuela y la Argentina que prácticamente cuadruplicaron esa marca.
Desde esta columna nos hemos ocupado
de varios efectos nocivos de la inflación. Por el aumento de
precios, la pobreza y la indigencia ya retornaron a los niveles
previos a la implementación de la Asignación Universal por Hijo. En
el ámbito de la igualdad también se comenzó a perder terreno:
mientras aquellos con trabajo formal obtienen aumentos salariales a
un ritmo cercano al de la inflación, quienes están en la
informalidad o desempleados quedan cada vez a mayor distancia del
resto.
La incertidumbre provocada por la
inflación tiende a generar un nivel de inversión muy por debajo de
su potencial, tanto cuantitativa como cualitativamente. Y con un
tipo de cambio nominal fijo, el aumento de precios domésticos nos
hace perder competitividad a un ritmo acelerado, lo cual afecta el
proceso de industrialización y erosiona un pilar de la configuración
macroeconómica actual: los superávit comercial y de cuenta
corriente.
Pero hay muchos más impactos que
afectan nuestras posibilidades de vivir mejor. La inflación, por
ejemplo, también dificulta el acceso a la vivienda. Y no es sólo
porque el sistema financiero se torna reticente a prestar a largo
plazo. Con un costo financiero total del 20% anual (al cual de todas
maneras las entidades privadas prácticamente no quieren dar
préstamos para la vivienda), un crédito de 300.000 pesos a veinte
años conlleva una cuota de $ 4850 por mes. Para que la cobertura de
la misma sea equivalente al 30% del salario se requieren más de $
16.000 de ingresos mensuales. Ello ocurre porque los bancos exigen
que tus ingresos de hoy alcancen para cubrir mensualmente el capital
más todos los intereses, que totalizan $ 1.080.000. Como ves, tan
sólo de intereses deberás abonar $ 780.000, lo cual muestra la
importancia de dicha variable.
En Chile y en Uruguay -que además
cuentan con mecanismos de indexación- la tasa de interés que
determina el nivel de salario requerido es actualmente una tercera
parte que en la Argentina. En Perú es de menos de la mitad, y en
México y Brasil es el 60% de nuestro valor.
Con estándares como el chileno o el
uruguayo, la cuota para el mismo crédito equivaldría a $ 2050 y el
ingreso mínimo solicitado no llegaría a $ 7000. Ello sólo haría que
aproximadamente un millón de familias en nuestro país pudieran
adquirir su vivienda. No es de extrañar que, dadas estas
condiciones, el tamaño del mercado hipotecario sea quince veces
mayor en nuestro vecino trasandino que aquí.
Por ello, si lo que querés es poder
acceder a tu primera vivienda, permitime un consejo. En lugar de
esperar más créditos inviables, que se anuncian como mágicos y
desaparecen luego casi de igual manera, mirá alrededor y exigí que
el combate serio a la inflación sea parte de una agenda amplia de
desarrollo. De todos y para todos
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