TURISMO EROTICO
EN PUNTA DEL ESTE
Cómo es el osado y discreto
circuito. Hay fiestas hot, nudismo y exclusivas reuniones swingers
en casas alquiladas
Hay una Punta del Este familiar, con
gente que disfruta la playa y comer en restaurantes caros.
Hay una Punta del Este exclusiva, con casas enormes, con personas a
las que les gusta salir en las revistas.
Y también, mucho más escondida, hay otra, discreta y osada.
Miguel (36) es abogado. Vive en un lujoso chalet y, como hobby,
organiza fiestas en mansiones que empiezan con invitados vestidos
como para ir al teatro y terminan con invitados sin ropa, las
parejas intercambiadas.
“En Europa fui con mi novia a encuentros de este tipo que se hacían
en castillos y lugares apartados. Al volver, como no encontré algo
similar, decidí hacer las fiestas yo”, cuenta.
Los encuentros nunca se hacen en el mismo lugar. Las casas,
alquiladas por US$ 1.000 y US$ 2.000, suelen tener buena fachada,
pileta y cinco o seis dormitorios.
“Si alguien quiere venir, tiene que entrevistarse conmigo y mi
esposa”, cuenta Miguel y explica que la discreción es absoluta. Los
invitados usan seudónimos y sólo se enteran de la dirección una hora
antes.
“Al ser un ambiente tan cuidado, le despertamos el morbo a personas
que no han tenido experiencias swingers”, agrega. Si bien
exclusivos, en Punta del Este estos no son eventos aislados.
La llamada Saint Tropez de Sudamérica está ampliando la oferta para
el turista atrevido.
En el parador Chihuahua, donde queda la única playa nudista de
Uruguay, los sábados hay fiestas swingers abiertas al público: la
entrada cuesta US$ 70 por pareja. Se hacen en un quincho con un
jacuzzi enorme en el que entran unas 45 personas.
Subiendo una escalera, se accede a un amplio espacio con siete
colchones de dos plazas prolijamente dispuestos.
Esas noches vale todo. “La demanda de un turismo sin ataduras creció
mucho”, cuenta Charles Kramer, manager del complejo en el que, en
noviembre, se abrirán los dos primeros hoteles cinco estrellas all
inclusive de la península: uno, para nudistas. El otro exclusivo
para gays.
Los fines de semana, en el restaurante Divas Le Club de Moria Casán
–inauguró en diciembre–, la performer Claudia González se acuesta
boca arriba sobre una mesa.
Tanga roja, una frutilla en cada pezón, trozos de manzana en la
panza, gajos de naranja sobre los muslos. Se queda quieta 20
minutos. Los clientes, sin ayuda de las manos, comen hasta la última
fruta. La postura es incómoda. A veces se le duermen las piernas.
“Lo peor –dice– son los viejos asquerosos que me chupetean toda”. En
el lugar, hay platos afrodisíacos y chicas que bailan en un caño.
“Nos sorprendió la cantidad de parejas que vinieron”, cuenta Meri
Parrado, encargada del lugar. “Por más que afuera disimulen, acá las
mujeres siempre insisten con subirse, a bailar en el caño”. /clarín.com
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