TORMENTA SOLAR EN
2012
Una "llamarada solar" alcanzaría a la Tierra. El
escenario podría ser una gran ciudad de Estados Unidos, China o
Europa. Entre mayo y septiembre de 2012.
El escenario podría ser cualquier gran ciudad de Estados Unidos,
China o Europa. La hora, por ejemplo, poco después del anochecer de
cualquier día entre mayo y septiembre de 2012.
El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces
brillantes que oscilan como banderas al viento. Da igual que no
estemos cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes.
Podría tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín. Pasados
unos segundos, las bombillas empiezan a parpadear, como si
estuvieran a punto de fallar. Después, por un breve instante,
brillan con una intensidad inusitada... y se apagan para siempre. En
menos de un minuto y medio, toda la ciudad, todo el país, todo el
continente, está completamente a oscuras y sin energía eléctrica.
Un año después, la situación no ha cambiado. Sigue sin haber
suministro y los muertos en las grandes ciudades se cuentan por
millones. En todo el planeta está sucediendo lo mismo. ¿El causante
del desastre? Una única y gran tormenta espacial, generada a más de
150 millones de kilómetros de distancia, en la superficie del Sol.
Y no es que de repente hayamos decidido alinearnos entre las filas
de los catastrofistas que predican el fin del mundo precisamente
para 2012. Pero lo descrito arriba es exactamente lo que pasaría si
el actual ciclo solar (que acaba de empezar después de más de un año
de completa inactividad) fuera sólo la mitad de violento de lo que
se espera. Así lo dice, sin tapujos, un informe extraordinario
financiado por la NASA y publicado hace menos de un año por la
Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS). Y resulta
que, según el citado informe, son precisamente las sociedades
occidentales las que, durante las últimas décadas, han sembrado sin
quererlo la semilla de su propia destrucción.
Se trata de nuestra actual forma de vida, dependiente en todo y para
todo de una tecnología cada vez más sofisticada. Una tecnología que,
irónicamente, resulta muy vulnerable a un peligro extraordinario:
los enormes chorros de plasma procedentes del Sol. Un plasma capaz
de freir en segundos toda nuestra red eléctrica (de la que la
tecnología depende), con consecuencias realmente catastróficas. «Nos
estamos acercando cada vez más hasta el borde de un posible
desastre», asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial de la
Universidad de Colorado en Boulder y jefe del comité de la NAS que
ha elaborado el informe.
Según Baker, es difícil concebir que el Sol pueda enviar hasta la
Tierra la energía necesaria para provocar este desastre. Difícil,
pero no imposible. La superficie misma de nuestra estrella es una
gran masa de plasma en movimiento, cargada con partículas de alta
energía. Algunas de estas partículas escapan de la ardiente
superficie para viajar a través del espacio en forma de viento
solar. Y de vez en cuando ese mismo viento se encarga de impulsar
enormes globos de miles de millones de toneladas de plasma ardiente,
enormes bolas de fuego que conocemos por el nombre de eyecciones de
masa coronal. Si una de ellas alcanzara el campo magnético de la
Tierra, las consecuencias serían catastróficas.
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta
clase de súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le quepa duda
de que esas embestidas se producen con cierta regularidad. Desde que
somos capaces de realizar medidas, la peor tormenta solar de todos
los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859. Conocida como «El
evento Carrington», por el astrónomo británico que lo midió, causó
el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos (imagen bajo
estas líneas). En aquella época, la energía eléctrica apenas si
empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no
afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables
los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si un
hecho así sucediera en la actualidad. De hecho, y según el análisis
de la NAS, millones de personas en todo el mundo no lograrían
sobrevivir.
El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo:
El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para
operar a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas,
resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas
procedentes del Sol. El segundo problema es la interdependencia de
estas centrales con los sistemas básicos que garantizan nuestras
vidas, como suministro de agua, tratamiento de aguas residuales,
transporte de alimentos y mercancías, mercados financieros, red de
telecomunicaciones... Muchos aspectos cruciales de nuestra
existencia dependen de que no falle el suministro de energía
eléctrica.
Irónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte
de los desastres naturales, éste afectaría mucho más a las
sociedades más ricas y tecnológicas, y mucho menos a las que se
encuentran en vías de desarrollo. Según el informe de la Academia
Nacional de Ciencias norteamericana, una tormenta solar parecida a
la de 1859 dejaría fuera de combate, sólo en Estados Unidos, a cerca
de 300 de los mayores transformadores eléctricos del país en un
periodo de tiempo de apenas 90 segundos. Lo cual supondría dejar de
golpe sin energía a más de 130 millones de ciudadanos
norteamericanos.
Lo primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que
vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin
agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a
los pisos superiores de los edificios. Todos los demás tardarían un
día en quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se
consumiera la de las tuberías, sería imposible bombearla desde
pantanos y depósitos. También dejaría de haber transporte eléctrico.
Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de
personas, y estrangularía una de las principales vías de suministro
de alimentos y mercancías a las grandes ciudades.
Una gran tormenta solar acabaría con los transformadores eléctricos.
Después escasearía el agua potable y el transporte eléctrico no
funcionaría: ni trenes ni metro
Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando
servicio durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a la
medicina moderna. Y la situación, además, no mejoraría durante
meses, quizás años enteros, ya que los transformadores quemados no
pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos. Y el número
de transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos
especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva
cerca de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría
que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de
un transformador eléctrico dura casi un año completo...
El informe calcula que lo mismo sucedería con los oleoductos de gas
natural y combustible, que necesitan energía eléctrica para
funcionar. Y en cuanto a las centrales de carbón, quemarían sus
reservas de combustible en menos de treinta días. Unas reservas que,
al estar paralizado el transporte por la falta de combustible, no
podrían ser sustituidas. Y tampoco las centrales nucleares serían
una solución, ya que están programadas para desconectarse
automáticamente en cuanto se produzca una avería importante el las
redes eléctricas y no volver a funcionar hasta que la electricidad
se restablezca.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir en
cuestión de días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas
personas cuya vida dependa de un tratamiento médico o del suministro
regular de sustancias como la insulina. «Si un evento Carrington
sucediera ahora mismo -asegura Paul Kintner, un físico del plasma de
la Universidad de Cornell, de Nueva York- sus efectos serían diez
veces peores que los del huracán Katrina». En realidad, sin embargo,
la estimación de este físico se queda muy corta. El informe de la
NAS cifra los costes de un evento Carrington en dos billones de
dólares sólo durante el primer año (el impacto del Katrina se estimó
entre 81 y 125 mil millones de dólares), y considera que el periodo
de recuperación oscilaría entre los cuatro y los diez años.
La buena noticia, reza el informe, es que si se dispusiera del
tiempo suficiente, las compañías eléctricas podrían tomar
precauciones, como ajustar voltajes y cargas en las redes, o
restringir las transferencias de energía para evitar fallos en
cascada. Pero, ¿Tenemos un sistema de alertas que nos avise a
tiempo? Los expertos de la NAS opinan que no. Actualmente, las
mejores indicaciones de una tormenta solar en camino proceden del
satélite ACE (Advanced Composition Explorer). La nave, lanzada en
1997, sigue una órbita solar que la mantiene siempre entre el Sol y
la Tierra. Lo que significa que puede enviar (y envía) continuamente
datos sobre la dirección y la velocidad de los vientos solares y
otras emisiones de partículas cargadas que tengan como objetivo
nuestro planeta.
ACE, pues, podría avisarnos de la inminente llegada de un chorro de
plasma como el de 1859 con un adelanto de entre 15 y 45 minutos. Y
en teoría, 15 minutos es el tiempo que necesita una compañía
eléctrica para prepararse ante una situación de emergencia. Sin
embargo, el estudio de los datos obtenidos durante el evento
Carrington muetran que la eyección de masa coronal de 1859 tardó
bastante menos de 15 minutos en recorrer la distancia que hay desde
el ACE hasta la Tierra. Por no contar, además, que ACE tiene ya once
años y que sigue trabajando a pesar de haber superado el periodo de
actividad para el que había sido diseñado. Algo que se nota en el
funcionamiento, a veces defectuoso, de algunos de sus sensores, que
se saturarían sin remedio ante un evento de esas proporciones. Y lo
peor es que no existen planes para reemplazarlo.
Para Daniel Baker, que formó parte de una comisión que hace ya tres
años alertó de los problemas de este satélite, «no tener una
estrategia para sustituirlo cuando deje de funcionar es una completa
locura». De hecho, otros satélites de observación solar, como SOHO,
no pueden proporcionarnos alertas tan inmediatas ni tan fiables como
las de ACE. Para Baker y los demás investigadores que han elaborado
el informe, el mundo probablemente no hará nada para prevenirnos de
los efectos de una tormenta solar devastadora hasta que ésta,
efectivamente, suceda.
Algo que, según el informe, podría ocurrir mucho antes de lo que
nadie imagina. La «tormenta solar perfecta», de hecho, podría tener
lugar durante la primavera o el otoño de un año con alta actividad
solar (como lo será 2012). Y es precisamente en esos periodos, cerca
de los equinoccios, cuando serían más dañinas para nosotros, ya que
es entonces cuando la orientación del campo magnético terrestre (el
escudo que nos protege de los vientos solares), es más vulnerable a
los bombardeos de plasma solar. /Abc.es
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