LA VIDA DE
SCHOCKLENDER EN LA CARCEL
El fantasma del pasado vuelve a
sobrevolar la vida de los hermanos Schoklender. Aunque tuvieron
experiencias diferentes, los dos tienen bien claro como es la vida
intramuros. Ambos saben lo que es transitar esos días interminables,
donde la mañana llega pero sin el sol y la noche se introduce en el
agujero de la oscuridad total. Pabellón, paloma, ranchada,
cachivache, bondi, eran palabras que antes de caer presos nunca
habían escuchado. Son esas mismas palabras que el presidio te obliga
a internalizar como modismos propios y como estrategia para
ahuyentar los malos augurios. Así es la cárcel, el lugar a donde
fueron a parar tras una condena de prisión perpetua acusados del
asesinatos de sus padres : Mauricio y Silvia
El 29 de agosto de 1995, Sergio fue
autorizado a sus primeras salidas transitorias. Había sido detenido
a mediados del 1981 y pasó 5437 noches de encierro. Cada mañana
cuando la puerta del penal se abría a las 7.30 horas, él se
preparaba para subirse al auto con el que Hebe de Bonafini lo pasaba
a buscar para llevarlo a la Asociación de Madres de Plaza de Mayo.
Con un pie en la calle fue designado para dirigir el Centro de
Cómputos y Archivo Informático. Es decir, en sus manos estaba la
responsabilidad de la documentación que registró una lucha de años.
Dentro de la cárcel, el más grande de los hermanos se graduó como
abogado, psicólogo y avanzó con varias materias de sociología. Su
primer destino fue la Unidad Penitenciaria de Caseros. Luego de ser
revisado por un médico lo vistieron con el uniforme de "aislados y
sancionados" y lo mandaron al piso 18. Fue a parar a la celda 1 del
sector A. "Ahí las cosas eran diferentes, las celdas eran más
incómodas, más chicas, los guardias te espiaban por una mirilla y te
pasaban la comida por una ventanita como si fueras un preso",
recuerda un detenido que pasó por el peor lugar de la vieja cárcel.
Los primeros meses, Schoklender pasó varias noches sin dormir. Su
celda lindaba con el sector donde tenían alojados a los presos
psiquiátricos y los gritos eran interminables. Encerrado en esas
cuatro paredes pintadas de amarillo, Sergio pasó días de mutismo
absoluto. La primera visita humana que rompió con el agobio fue la
de un cura. El padre Silver, el capellán de la Unidad permaneció
dentro de su celda por algunos minutos. Schoklender, incómodo, nunca
dejó de mirarlo y jamás permitió que se acercara. Meses más tarde se
iba a animar a denunciar los extraños comportamientos de ese
religioso que pululaba por el penal.
A los pocos meses, del pabellón 18 pasó al 10 "B". Uno de los
lugares más peligrosos.
A lo largo de tantos años en prisión, Schoklender supo invertir el
tiempo de pena en una opción de agudizar el intelecto. Pero
justamente en la cárcel no todo está relacionado con la razón.
Sergio fue protagonista involuntario de varias peleas violentas.
Como aquella batalla cuerpo a cuerpo que muchos presos recuerdan.
"Vos y yo los dos sólos. Es un mano a mano", le dijo Sergio a un
preso que avanzaba contra él. Era un duro contrincante de Santiago
del Estero. Los dos terminaron ensangrentados porque a ese preso le
gustaba pelear con el "feite" en la mano. Es decir, se defendía y
atacaba como un gato con mucha elasticidad pero con una hoja de
afeitar como armar diminuta pero dañina. Después terminaron amigos y
hasta compartieron "ranchada" durante largos meses. Así es la
ambigüedad de la cárcel.
La vida de Pablo tras las rejas. Después de la increíble detención
en Tucumán fue a parar sin escalas a la Unidad 2 de encausados de
Villa Devoto. Después de los actos de rutinas terminó en un pabellón
de menores. Antes, fue sometido a una intensa sesión fotográfica,
fue desnudado en forma denigrante para revisar todo su cuerpo y
-como todos- terminó poniendo las manos en el "pianito". Es decir,
sus huellas quedaron registradas en la sección dactiloscopia de la
cárcel. La primera noche durmió en un camastro y al otro día fue
entrevistado por el entonces jefe de la unidad, dos sacerdotes, un
grupo de maestros y un psiquiatra. Todos querían conocer a ese
hombre que había sido descripto por la prensa del momento como "una
verdadera bestia".
Así fue su debut en la "tumba", como los presos suelen llamar a la
cárcel. Después los días se sucedieron y todo se tranquilizó.
Comenzó a dar clases de matemáticas como una señal de integración
pero las pesadillas lo inundaban. Por las noches casi no podía
dormir recordando lo que había sido su infancia. "Mi madre se
paseaba sin inhibiciones en bombacha y corpiño por toda la casa,
hablaba con libertad sobre temas sexuales", solía relatar. En medio
de esos miedos heredados, el menor de los Schoklender tuvo su primer
privilegio: hizo oficiar una misa por el eterno descanso de sus
padres. Vivió su momento de mayor temor cuando un preso amigo se le
acercó para confesarle que había un plan para matarlo.
-"¿Por qué quieren hacer eso conmigo?", preguntó desesperado
-"Para seguir demostrando que en los códigos de la cárcel no se
aceptan a los "monstruos" que matan a sus padres", contestó el
preso.
La idea violenta nunca se cumplió porque Pablo imploró su inocencia
y algunos le creyeron. Pero siempre persistieron sus problemas de
convivencia. Los más descreídos le perdonaron la vida pero lo
llamaban "gil", que en la jerga tumbera refiere a alguien que no
pertenece al mundo de la delincuencia.
El libro. En el año 1983, publicó su primer libro: "Yo, Pablo
Schoklender". El mismo quiso agregar en la portada la frase:
"Escrito desde la cárcel de Villa Devoto". El texto -un relato en
primera persona- fue ordenado literariamente por el periodista
Emilio Petcoff. Allí se cuenta el calvario que vivían los hermanos
Schoklender cuando compartían el piso de la calle 3 de febrero 1480,
en pleno barrio de Belgrano. El cierre del relato es conmovedor.
Pablo dedica una carta a cada integrante de su familia. La más dura
fue la que tenía a su madre como destinataria. "Mamá nunca llegué a
quererte", comienza la misiva y la más tierna se la dedica a su
hermano a quien describe como "padre, hombre-niño, protector,
hermano." Y agrega: "Solamente sabiendo que estás, que podés ver las
misma estrellas que yo veo, aún detrás de las rejas me siento más
fuerte".
Para cuando este libro fue escrito, Sergio ya había lograda -tras
una publicitada huelga de hambre- ser trasladado al penal donde
estaba su hermano. Inclusive con el tiempo también logró que los
ubicaran en el mismo pabellón. Entonces, Sergio y Pablo compartieron
"La Villa" de Devoto, un pabellón peligroso lleno de presos viejos
que no soportaban a los más jovencitos por considerarlos
"atrevidos". En más de un oportunidad fue Sergio quien tuvo que
interceder frente al intento de la "ranchada" de atacar a Pablo.
Pero el más grande de los Schoklender sabía cómo ganarse un lugar.
Con el tiempo improvisó un estudio jurídico en el mismo pabellón.
Siempre le estuvo agradecido a ese compañero de celda que en un
descuido penitenciario le logró arrebatar a un guardia cárcel la
primera máquina de escribir con la que Sergio comenzó un camino que
lo llevaría a la libertad. Desde allí terminó de escribir "Infierno
y Resurrección", un relato escalofriante de sus días tras los muros.
No era su primer libro. Ya había redactado un especial junto a la
revista Radiolandia 2000 titulado "Esta es mi verdad" con prólogo
del recordado Enrique Sdrech. En la foto de tapa se lo ve a Sergio
tras la rejas y en posición de Loto, un ejerció de yoga que también
le sirvió para matizar los días de encierro.
Su logro máximo en prisión fue participar del proceso de creación
del Centro Univesitario Devoto (CUD). Las oficinas funcionaban en un
sótano del la cárcel, dónde la oscuridad era más intensa que en los
pabellones.
Los días en prisión dejaron secuelas en los hermanos Schoklender.
Como sucede con todos los presos el encierro caló hondo y tuvieron
que pasar varios meses en libertad para sentir que el proceso de
resocialización había prosperado. Sergio y Pablo, son la excepción a
un sistema que degrada la humanidad de cualquiera y profundiza los
errores y las conductas que llevaron a muchos a ese infierno. Aunque
algunos sostengan que los que entran a la cárcel ya nunca volverán a
estar en libertad.
Fuente:
http://www.lanacion.com.ar
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