COMO HACER EL
FUEGO PARA HACER UN ASADO?
Te enseñamos cinco maneras
diferentes de preparar el fuego para hacer un rico asado
1. El diseño es el fuego.
Rodear a los carbones de pequeños dispositivos capaces de provocar
llamaradas inextinguibles. Si el enunciado es pomposo, la receta no.
Se trata de añadir al carbón, el papel, las maderitas
reglamentarias. Y pequeñas bolitas de miga de pan embebidas en
aceite común de cocina. Según los expertos que aconsejan utilizar
éste método, no sólo tardan en apagarse sino que también provocan
algo así como una combustión sana que deja incólume el buen sabor de
la carne.
2. Fuego y oxigeno. Oxigeno y fuego.
¿Qué sería del uno sin el otro? Manos diestras en esto de encender
altas y rendidoras fogatas para el asado recomiendan un método que
combina esos dos elementos, y que se apropia tanto de un principio
básico de química como de la idea rectora de la vieja y querida
chimenea. La cosa consiste en tomar una botella vacía, recubrirla
entera con varias capas de papel de diario (no muy apretadas),
colocarla parada sobre la parrilla y ponerle carbón alrededor.
Luego, se retira dicha botella cuidadosamente, dejando sólo el
papel, que queda como una especie de tubo (lo dicho: como una
chimenea) rodeado por un volcán de carbón. Después, sólo es cuestión
de arrojar bollitos de papel en el interior y darles mecha.
Importante: los bollos deben estar bien apretados, como para que no
se desarmen y se vuelen al soplo de la más mínima brisa. Habrá
llama, habrá aire entrando por debajo de esa llama, habrá carbones
bien prendidos. Y habrá asado.
3. Madera noruega.
Muy pocos asadores de los buenos prescinden de la madera. Por
supuesto, están quienes se niegan a usar otra cosa que no sea leña.
Nuestro máximo respeto por ellos. Pero para aquellos que no cambian
el urbano carbón por nada (de última, los verdaderos destinatarios
de estos tips ígneos), la noble materia de la que están hechos los
árboles también es indispensable. Este consejo (y el que viene) es
para los abnegados que desde temprano recorren verdulerías para dar
con algún cajón de frutas bien blanco y seco, de esos que crujen al
mínimo contacto con las llamas. Fácil: se desarma el cajón y se
colocan los listoncitos de canto, formando algo así como marcos de
bordes altos. Si se llega a tres de esos, óptimo. A continuación, se
colocan los infaltables bollos de papel dentro de los marquitos,
junto con los carbones. Chispa y a otra cosa. Las llamas se verán
desde la terraza de al lado, adonde el pobre vecino irá a descolgar
las toallas todavía húmedas sólo por observar, encandilado, de todos
los fuegos, el fuego.
4. No uses el parque.
Uno aun más fácil que el anterior, ideal para apuradísimos. Y,
habíamos avisado, con el mismo protagonista. Básico y sin atajos,
puede llamárselo también la variante bruta, y hasta ser merecedor de
alguna que otra acusación de irrespeto por la madera, aunque sea
ésta de cajón de manzanas. Sucede que todo debe quedar como está: el
cajón, la bolsa de carbón (que para este menester tiene que ser sí o
sí de papel), el papel de diario, el fósforo. ¿Qué se hace? Primero,
lo único que no puede faltar: bollos apretaditos de papel de diario.
Muchos, que alcancen para hacerle de piso al cajón. Después, muy
simple: se da vuelta el cajón y se lo coloca sobre los papeles, para
que quede lo que es el fondo en la parte superior, que es donde se
apoya la bolsa (sí, entera) de carbón. O sea diario, cajón, carbón.
Así, a lo bestia. Afinamos el pulso y fileteamos el puño para tirar
un fósforo encendido justo entre los listones. Apenas prende el
papel, nos quedamos esperando no más de cinco minutos que la madera
gruña, ceda, haya módicos sonidos catástrofe, y el fuego cambie de
carácter para volverse mucho y bueno.
5. Dos trampas humeantes.
La primera, además, irrespetuosa: cuando ya el fueguito duradero
atisba, pero es mínimo, manotear el secador de pelo de
mujer/hermana/madre y enfocarlo directamente a la roja base de la
fogata. A favor: chispazos inmediatos; en contra: olor a humo en el
secador por varios días. Pero qué fuegazo levanta. La otra,
admitimos, no resulta demasiado polite por lo dicho más arriba: usar
combustibles es de herejes. Va: se corta una lata de cerveza a la
mitad, dejando un mini recipiente que debe llenarse de alcohol en un
75%. Se coloca en el suelo de la parrilla, se le hace un anillo de
carbón bien alto, y se enciende. Los entusiastas de esta técnica la
defienden con buenas armas; dicen que además de no necesitar papel
-ya que las llamas se las entienden directamente con los carbones-
el alcohol se evapora rápido y no conspira así contra el gusto del
asado. No hay por qué no creerles: son representantes del verdadero
oficio más viejo del mundo. Son asadores.
Fuente: Brando /La Nación
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