EL PORQUE DE LOS
8 GRANDES MISTERIOS DE LOS HUMANOS
LONDRES (New Scientist).- Pertenecemos a
una especie notablemente extravagante. A pesar de todos nuestros
esfuerzos, algunas de nuestras más extrañas flaquezas todavía
resultan inexplicables. Pero a medida que la ciencia investiga más
profundamente estas excentricidades -como, por ejemplo, ruborizarse,
soñar o ser supersticioso-, se vuelve más claro que conductas y
atributos que parecen frívolos suelen responder al núcleo central de
lo que nos define como seres humanos
Ruborizarse. ¿Por qué los humanos
desarrollan una respuesta como ésta, que nos pone en desventaja
social, al obligarnos a revelar que hemos engañado o hemos mentido?
Una posibilidad es que el rubor fuera, en un principio, una manera
de demostrarles a los miembros dominantes del grupo que nos
subordinábamos a su autoridad.
Tal vez, más tarde, cuando nuestras interacciones sociales se
hicieron cada vez más complejas, este fenómeno empezó a asociarse
con emociones más elevadas de autocensura, como la culpa, la
vergüenza y la incomodidad. Esto parecería poner en desventaja a los
individuos, pero el hecho de ruborizarse, en realidad, vuelve a una
persona más atractiva o socialmente deseable.
Tras advertir que las mujeres se sonrojan más que los hombres, el
neurocientífico V. S. Ramachandran, de la Universidad de California,
en San Diego, Estados Unidos, sugiere que el sonrojo puede haberse
desarrollado como una manera de que las mujeres demuestren su
sinceridad a los hombres y puedan así conseguir su ayuda para la
crianza de la prole.
"El sonrojo te dice que no puedo serte infiel. Si me preguntas si
soy infiel, no puedo mentirte, el sonrojo me delata", razona
Ramachandran.
La risa. "¿Tiene una gomita?" No, no es una broma, pero fue
suficiente para hacer reír a una persona en un centro comercial. Es
uno de los más de 2000 casos de risa natural registrados por el
psicólogo Robert Provine, de la Universidad de Maryland, Estados
Unidos, durante los diez años que insumió su estudio.
El hallazgo más notable de esa investigación: la risa es producida
con mayor frecuencia por comentarios banales que por chistes
divertidos.
Provine cree que la risa empezó en nuestros ancestros prehumanos
como una respuesta psicológica a las cosquillas. Los simios modernos
aún conservan su risa ancestral (pant-pant) cuando se les hace
cosquillas en medio de un juego, y esa risa evolucionó hasta
convertirse en el ja ja de los humanos. Más tarde, argumenta
Provine, cuando nuestros cerebros se hicieron más grandes, la risa
adquirió una poderosa función social: crear lazos entre las
personas.
De hecho, Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, Inglaterra, ha
descubierto que la risa aumenta el nivel de endorfinas, el opiáceo
natural de nuestro cuerpo que, según se cree, contribuye a
fortalecer las relaciones sociales.
El vello púbico. Mientras que la mayoría de los primates
tienen alrededor de los genitales vello más fino que el del resto de
su cuerpo, los humanos adultos lucen una mata de vello púbico
impresionantemente grueso. Robin Weiss, de la Universidad de
Londres, Inglaterra, señaló que el vello púbico se hizo más grueso
que el del resto de nuestros cuerpos en algún momento de nuestra
evolución.
No existe una explicación aceptable, pero se han sugerido muchas
potenciales ventajas. Tal vez la más popular sea que como el vello
más grueso se concentra en regiones en las que tenemos glándulas
sudoríparas apócrinas (odoríferas) así como exócrinas (de
enfriamiento), podría servir para difundir olores que indican la
madurez sexual. También puede funcionar como signo visual de
adultez.
Una espesa mata de vello no sólo protege los genitales durante el
acto sexual y en otros momentos ?reduciendo el roce al caminar, por
ejemplo?, sino que también contribuye a mantener nuestras zonas más
sensibles cálidas, preservándolas de las corrientes de aire frío.
La adolescencia. Ninguna otra especie tiene adolescentes.
¿Por qué entonces los humanos se pasan alrededor de una década de
sufrimiento ocultos bajo sus capuchas? David Bainbridge, de la
Universidad de Cambridge, Inglaterra, dice que hay dos pistas
importantes. La primera es el momento en que surgió la adolescencia.
La evidencia de crecimiento en los huesos y dientes de los hominidos
fosilizados indica que la adolescencia emergió en un período entre
los 800 y 300 mil años atrás. Esto, señala, antecede en "un período
fascinantemente breve" al gran salto de tamaño del cerebro humano,
cuando el cerebro de nuestros antepasados experimentó su última gran
expansión hasta alcanzar su tamaño actual.
La segunda pista procede de la neurobiología y el estudio por
imágenes del cerebro, que revelan que durante la adolescencia se
produce una reorganización general del cerebro.
Para Bainbridge, la adolescencia no es tanto el período en que se
concreta la madurez sexual sino aquel en el que se desarrolla una
mente capaz de negociar el paisaje psicológico y social que
diferencia tanto la vida humana de la del resto de los animales.
"Sin adolescencia nunca nos hubiéramos convertido en humanos
plenos", afirma Bainbridge.
Los sueños. Para empezar, los sueños son esenciales para
procesar las emociones. "Los sueños modulan las emociones, las
mantienen dentro de cierto rango", dice Patrick McNamara, de la
Universidad de Boston, Estados Unidos. Nuevas investigaciones han
descubierto que dormir consolida los recuerdos emocionales, y que
cuanto mayor sea la cantidad de movimientos oculares rápidos (REM,
según sus siglas en inglés), mayor será el procesado de esa clase de
recuerdos.
Una idea es que los sueños REM nos permiten revivir poderosos
recuerdos emocionales, pero sin el torrente de hormonas
desencadenado por el estrés que acompañó a la experiencia original.
El nivel REM del sueño también ayuda a otras clases de memoria y
contribuye a la resolución de problemas. Las personas son más
capaces de recordar listas de palabras relacionadas y las conexiones
que existen entre ellas después de una noche de sueño que después
del mismo período de vigilia durante el día.
El altruismo. Algunos actos de aparente altruismo suelen ser
con frecuencia tan sólo reciprocidad: si tú me rascas la espalda, yo
rascaré la tuya. Todo esto tiene sentido en el plano evolutivo, dado
que invertir tiempo y energía ayudando a alguien sin ninguna
reciprocidad nos pone en clara desventaja en el plano de la
supervivencia.
El único problema es que en los últimos años se han acumulado
pruebas de que las personas a veces actúan por genuino altruismo. En
situaciones de juego experimental, muchas personas aceptan compartir
dinero con un desconocido a pesar de que no serán retribuidas de
ninguna manera.
Según Robert Trivers, de la Universidad Rutgers, Estados Unidos, el
altruismo puro es un error. Argumenta que la selección natural
favoreció a los humanos que eran altruistas porque en los grupos
pequeños y estrechamente unidos en los que vivían nuestros
antecesores, los altruistas podían esperar reciprocidad. Sin
embargo, en nuestro mundo globalizado, donde muchas veces
interactuamos con personas que no conocemos y que tal vez nunca
volvamos a ver, nuestras tendencias altruistas no tienen sentido,
porque difícilmente serán correspondidas por un gesto de
reciprocidad.
El arte. Explicar el peculiar impulso humano de crear obras
de arte en términos de supervivencia evolutiva es un verdadero
desafío. Darwin sugirió que el arte se origina en la selección
sexual, y Geofrey Miller, de la Universidad de Nuevo México en
Albuquerque, Estados Unidos, ha acordado con esa idea. Cree que el
arte es como la cola del pavo real? un costoso despliegue de
privilegio evolutivo.
Los estudios de Miller revelan que tanto la inteligencia general
como el rasgo de personalidad de permanecer abierto a nuevas
experiencias son correlativos con la creatividad artística. También
descubrió que cuando las mujeres se encuentran en el período mensual
de mayor fertilidad, prefieren a los hombres creativos antes que a
los hombres ricos.
"Podría haberse originado para cumplir con alguna otra función
-agrega Miller-, y más tarde adquirió la función sexual."
Los psicólogos evolutivos creen que el impulso de expresar nuestras
experiencias estéticas podría haber aparecido para inducirnos a
aprender cosas sobre diferentes aspectos del mundo? aquellos para
los que nuestro cerebro no estaba congénitamente equipado para
aprehender.
En una vena similar, Brian Boyd, de la Universidad de Auckland,
Nueva Zelanda, cree que el arte es una forma de juego intelectual
que nos permite explorar nuevos horizontes en un entorno seguro.
La superstición. A Barak Obama le gusta jugar al básquet en
la mañana de un día de elecciones. Tiger Woods usa siempre una
remera roja si compite en un día sábado. Casi todos tenemos nuestras
propias supersticiones, aun cuando sabemos racionalmente que no
pueden funcionar. Sin embargo, la superstición no es algo
completamente descabellado.
Nuestros cerebros están diseñados para detectar la estructura y el
orden en nuestro entorno, dice Bruce Hood, de la Universidad de
Bristol, Inglaterra. También somos deterministas causales: suponemos
que los acontecimientos son resultados de acontecimientos
anteriores. Esta combinación de captar pautas y de inferir causas
nos deja expuestos a las creencias supersticiosas.
"Pero existen muy buenas razones que justifican que hayamos
desarrollado esa capacidad", agrega Hoods. Identificar y responder a
algunas inciertas relaciones de causa y efecto puede ser una
habilidad crucial para la supervivencia. Nuestros ancestros no
habrían durado mucho si hubieran supuesto que una ondulación de la
maleza era provocada por el viento, cuando existía siquiera una
pequeña posibilidad de que se tratara de un león.
Y vale cometer errores y actuar en falso para esclarecer estas
relaciones. Kevin Foster, de la Universidad de Harvard, Estados
Unidos, empleó modelos matemáticos para demostrar que siempre que el
costo de una superstición es menor que el costo de pasar por alto
una verdadera asociación de vida o muerte, la evolución favorecerá
la existencia de las creencias supersticiosas
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