La muerte de Steve Jobs desconcertó a Jia Jingchuan;
antes de su muy mediatizado y lamentado fallecimiento, el icónico
fundador de Apple había sido la única persona a la que esta
trabajadora china podía escribir para pedir ayuda.
Jia Jingchuan estaba enferma y Jobs era responsable
indirecto: es una de las 137 obreras de la fábrica de Foxconn, en
Taiwán, víctima del n-hexane, un químico empleado por sus jefes para
aumentar la productividad. Este lugar no sería tan famoso si no
fuera porque allí se fabrican todos los iPods, iPads y iPhones del
mundo.
Resulta que el n-hexane, con suerte, solo produce
desmayos o fuertes migrañas; sin ella, afecta al sistema nervioso de
los empleados. Jia cayó en un punto intermedio entre ambos síntomas.
Era 2009. Desde entonces, estuvo escribiendo cartas a Jobs pidiendo
ayuda y alertándole de las condiciones de la fábrica en la que sus
aplaudidas visiones se hacen realidad. Es una práctica común: con
turnos de 12 horas, 98 horas extra al mes y un día libre de cada
quince, son muchos los trabajadores que, desesperados, intentaron
avisar a Jobs de que el origen de sus productos no casaba con la
visión idílica de "tecnología punta hecha fácil para el hombre de a
pie" que propugnaba.
"Siento mucho la muerte de Jobs", explica Jia. "Su
empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la
industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los
productos que yo misma construía".
Son tiempos duros en Foxconn. No es que anden justos
de gente (todo lo contrario: hay muchísimo campesino chino que
cambia la campiña por una oportunidad de vivir en Taiwán), sino que
la demanda nunca había sido tan alta hasta ahora. Entre el iPad 2,
el nuevo iPhone y la gente que busca ponerse al día a través de los
inventos de Jobs, casi ningún país da abasto llenando sus tiendas de
aparatos Apple. Mientras, la empresa, que se comprometió
públicamente a una política de trato legítimo a sus empleados, baja
la cabeza ante las draconinanas condiciones de quienes fabrican sus
productos. Básicamente, fingen no saber que pasan unas 12 horas al
día frente a una cadena de montaje, repitiendo el mismo gesto una y
otra vez. Tienen una hora para comer y dos descansos de 10 minutos.
Si no son todo lo productivos que se espera de ellos, tienen que
compensarlo con horas extra en sus ratos libres.
Hay que matizar: sí, hay suicidios, pero no más que
en cualquier otra fábrica china (y muchos menos que en las
universidades estadounidenses). Y sí, los trabajadores lo tienen
duro, pero no son esclavos: abandonan el campo voluntariamente para
trabajar en Taiwán y pueden dimitir cuando quieran. ¿Justifica esto
los abusos? No está nada claro. No deja de rechinar el hecho de que
haga falta someter a un grupo de personas para que el resto del
mundo pueda tener las golosinas tecnológicas de Apple.
Esta es una semana crucial para la compañía; es la
primera desde la muerte de Jobs, ya mismo empiezan a vender el nuevo
iPhone. No van por mal camino: 24 horas después de permitir que su
reserva online, ya han agotado existencias. Los trabajadores de
Foxconn tendrán que trabajar más para atender a tanta demanda. Y
mientras, los homenajes personales a las puertas de las tiendas
Apple serán solo para Steve Jobs