Descifrar el escenario actual
exige dejar de lado algunos preconceptos o análisis basados en
experiencias del pasado.
El mundo está sufriendo una fenomenal transformación demográfica,
económica, social y geopolítica en la que prácticamente nadie puede
asegurar tener la “receta del éxito”.
Ello da lugar al surgimiento de versiones “sui generis” de modelos
económicos o sociales que obligan a poner a un lado los viejos
manuales y tratar de comprender con la mente abierta de qué se trata
lo nuevo, cuál es lo lógica que lo sustenta y qué riesgos entraña.
El gobierno K definió, por ejemplo, desde un principio, que el
estímulo al consumo interno se convertiría prácticamente en una
política de Estado.
Comprendió, acertadamente hasta aquí, que la gente necesitaba cerrar
la herida narcisista que le habían dejado la recesión y la crisis
del 2001/2002.
Y que una muy buena manera de hacerlo era recuperar su identidad
desgajada a partir de la recuperación de sus posibilidades de
compra.
Cambiar el auto, comprar por primera vez una moto, irse de
vacaciones, acceder a la tecnología, y volver a poner primeras
marcas en el placard y sobre la mesa, podría parecer, para algunos,
una expectativa menor y hasta trivial.
Pero para una sociedad prototípica de clase media, en la que dejar
de ser de clase media implica prácticamente dejar de ser, y que
venía de un derrumbe y una frustración tan inesperada como
paralizante –caída del PBI del 18% en cuatro años, tasa de desempleo
del 25% y de la pobreza del 55%- , no resultaba nada banal recuperar
elementos tangibles que le permitiesen demostrar su pertenencia .
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