Mariotto en la intimidad de un asado
“Las fases de Mariotto”.
Así se titula la semblanza que Fernando Tranfo, amigo
del vicegobernador desde primer grado, escribió en el
2005. El texto, de tono intimista y humorístico, fue
enviado por mail a varios amigos de Tranfo y Mariotto y
describe los momentos que el vice atraviesa en un asado
hasta llegar a la borrachera. Su amigo lo define como un
personaje atrevido, mal hablado y pendenciero
Aquí la transcripción completa
del informe:
¿Por qué un informe sobre “Las fases de Mariotto en una reunión”?
Como todos los personajes destinados a marcar rumbos en la memoria
popular, Gabriel Mariotto es cosa y símbolo, persona y personaje,
individuo y arquetipo. Un examen riguroso y científico de “las fases
de Mariotto” es, se me ocurre, una herramienta de vital importancia
para entender diversos paradigmas: el hombre, el argentino, el
borracho, el tanguero, el amigo, el hincha de Banfield y,
fundamentalmente, el peronista.
¿A quiénes está destinado el informe?
Habiendo declarado la estatura simbólica de Gabriel Mariotto, se
entiende que este informe debería ser de interés para todos los
estudiosos de la naturaleza humana. Por lo demás, este texto tendrá
seguramente efectos terapéuticos positivos en aquellos que, por
diferentes factores, están expuestos de manera regular a las fases
de Mariotto.
¿Qué parámetros se tuvieron en cuenta para el estudio?
Este informe, aunque en apariencia exiguo, es el fruto de treinta y
cinco años de investigación. Podemos fijar como principio, un día de
marzo de 1971, cuando el primer día de mi primer grado, el azar o el
destino me depararon como compañero de asiento a Gabriel Mariotto.
El último eslabón de la investigación ha quedado cifrado
simbólicamente en un asado de mayo de 2005, cuyo aparente objetivo
era festejar el cumpleaños de Santiago Aragón y Santiago Carreras.
En los citados treinta y cinco años, se ha investigado a Mariotto en
todo tipo de reuniones: asados, cumpleaños, casamientos, cabarets,
tanguerías, mitines políticos. El presente informe toma como caso
prototípico, a los efectos de una mejor exposición, el “asado
nocturno”.
Las fases de Mariotto
10 PM: Llegada al evento. Mariotto luce traje impecable, corbata
ajustada, andar tranquilo pero seguro. El lenguaje es levemente
festivo. La mirada atenta, casi de niño, busca y se abandona al
sincero abrazo peronista. La Palabra “Banfield” se impone claramente
sobre cualquier otra. Los temas se desplazan hacia algunas minucias
y las inevitables referencias a cómo va la familia y el trabajo.
Cada tanto los ojos se fugan unos metros, como pasando lista de
quiénes van llegando y quiénes no están.
11 PM: Primer botón de la camisa desabrochado. Las cejas se empiezan
a desvanecer, producto del cansancio ideológico antes que del
físico. Los ojos se empiezan a quejar por la ineficiencia de casi
todos los que deberían hacer más eficiente la vida de Mariotto.
Inexplicablemente, quienes a las 22 horas lo puteaban o le echaban
en cara algo, comienzan a trocarse en personas culposas que terminan
dándole explicaciones o pidiéndole perdón a Mariotto por cosas que
nunca le han hecho. Las frases empiezan a pendular entre la
conciliación y el hartazgo. El rostro adquiere un aire de
resignación, como de quien ha vivido mucho y ha visto casi todo.
11.40 PM: El saco ya descansa en paz en el respaldo de la silla. El
nudo de la corbata forma con la camisa un cuadro de Picasso. Las
frases ganan en convicción y volumen lo que pierden en tolerancia.
Hay un arqueo de cuello y un levantamiento de hombros que anuncian
la queja. Aparece el primer síntoma de cambio de fase: sin una razón
que lo justifique claramente, se escucha el primer: “Por qué no me
chupás la pija”.
12.40 AM: El cuello de la camisa se abre como las piernas de una
puta. Tirado hacia atrás en la silla, Mariotto empieza a remontar
las décadas con su mirada. Los párpados ya están decididamente
sublevados. Con el índice semierecto, Mariotto nos anuncia el
inequívoco ingreso a la segunda fase con una profecía retardada:
“Vos, hijo de puta, votaste por Alfonsín”.
1.10 AM: El cuerpo se vuelca hacia adelante, como buscando
confidencia y complicidad. Aparecen las risotadas extemporáneas y
enfáticas. Con ellas, los fuegos de artificio verbales: “Pero decime
una cosa, pedazo de pelotudo…” “No, no podés ser tan boludo…”. La
carcajada al viento es la única forma que tiene Mariotto de
demostrar que algo que dijo otro está bien. Mariotto ya no cree en
nada que no le cause gracia. Mariotto cree que la verdad y la
alegría son lo mismo. La silla, como en una mala película de terror,
parece moverse sola. De pronto, luego de algunos espasmos, queda en
posición de alfil con respecto a toda la mesa. Cada tanto les
recuerda a todos que él es peronista, como dando a entender que los
otros no.
2 AM: Fase tres. El rostro de Mariotto ya se adueñó de esa tonalidad
que sólo ostentan los tíos de la chica que cumple quince, a las
cinco de la mañana. Los movimientos toscos, casi mecánicos, como de
muñeco que señala los estacionamientos, parecen refutar la cantidad
de articulaciones que, según algunos libros de anatomía, tiene el
cuerpo humano. Diga lo que diga, Mariotto lo dice a los gritos, con
la postura de quien está puteando a un juez de línea o a la policía.
Aparece, con la fuerza de una tormenta, “La concha de tu madre”.
3 AM: Fase cuatro. Mariotto yace derrumbado en una silla, como
partido por una hemiplejia, mirando a todos con mirada de Nerón
tocando la lira. Su dedo índice es la única parte de su cuerpo que
mantiene la dignidad. Pero la dignidad es tanta que, con ese sólo
dedo, sigue reinando. Mariotto ya no sabe ni entiende nada pero su
índice sabe y entiende todo. Su rostro es un desfile de caras: de a
ratos, mormón dormido; a veces, Juan Pablo II dos días antes de
morir; de repente, abuelo italiano ejerciendo el mando.
4 AM: Fase final. Mariotto, ya chirolita sin Chasman, parece haber
perdido todos los rasgos que definen a un ser vivo. Pero de pronto
un signo vital anuncia el último espectáculo: Mariotto se va a mear.
Si alguien tiene la mala fortuna de ir a mear con él, tendrá como
compensación el privilegio de ver antes que todos lo que se viene.
Ya en el mingitorio aquel hombre casi vegetal recobra todos los
sentidos, y comienza a balbucear arengas como para ir entrando en
calor. Entonces va por la última batalla. Lo que sigue es, creo, lo
que los médicos llaman “lucidez premortem”, esa última ráfaga de
energía psicofísica que precede a la definitiva extinción. Quienes
suponían a Mariotto ya abolido por la noche, se asoman absortos al
último, al mejor, al más Mariotto. Como esos fuegos artificiales de
navidad, que giran mientras disparan chispas y luces, como esos
gangsters que disparan a cualquier lado, Mariotto grita un monólogo
final en el que nadie queda absuelto. Allí se escuchan, desde su
inconciente roto como un dique, los adjetivos más duros:
“Fracasado”, “Traidor”, “Mediocre”, “Viejo de mierda”, “Puto”,
“Gorila”. El héroe se desploma y lo llevan como al cristo derrotado
a un auto. Allí, cuidado por el incondicional amor de sus
pretorianos Santiagos, queda la última mueca: un rostro en coma
cuatro, al que sólo cuesta distinguirlo del de un difunto porque a
veces, los difuntos, tiene una expresión más viva.
Fuente:
http://noticias.perfil.com
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