Una persona que en 1965, a los
17 años, construyó una computadora capaz de componer música, es
alguien innegablemente inteligente. Ese hombre es Raymond Kurzweil,
y tiene un mensaje para nosotros. Este apostol del transhumanismo,
ingeniero experto en inteligencia artificial, cree que estamos
acercándonos al momento en que las máquinas ganen conciencia. A ese
momento él lo llama la singularidad.
Es un hecho que las computadoras son cada vez más rápidas, y también
es un hecho que esta aceleración en su potencia de cálculo sucede
cada vez más rápidamente. A ese ritmo increiblemente rápido, es
lógico pensar que llegará un momento en que sean capaces de hacer
algo que imaginamos exclusivamente al alcance de la inteligencia
humana. Y no se refiere a hacer aritmética a un ritmo endiablado, o
a componer música de piano, sino a conducir coches, escribir libros,
tomar decisiones éticas, apreciar la belleza de las obras de arte,
hacer observaciones agudas durante un cóctel.
Cuesta hacerse a la idea, pero Kurzweil y otros muchos humanos
inteligentes creen que esto va a suceder. Cuando se alcance ese
punto, no hay razón para creer que las computadoras detendrán el
proceso para dejar de hacerse más y más poderosas. De hecho, no
cesarían hasta hacerse mucho, mucho más inteligentes que nosotros.
El ritmo de avance seguiría acelerándose, ya que serían ellos
quienes apartasen a sus creadores humanos (tan lentos a la hora de
pensar) para tomar las decisiones que afectarían a su propio
desarrollo.
Imagina a un científico en computación que fuera a su vez una
computadora super inteligente. Trabajaría a un ritmo increíblemente
elevado, manejando enormes cantidades de datos sin esfuerzo. Ni
siquiera tendría que tomarse descansitos para ver qué se comenta por
Facebook.
Es imposible predecir el comportamiento de estas inteligencias
superiores a las humanas, con las que un día tendremos que compartir
el planeta. De hecho, si pudiéramos hacerlo seríamos tan
inteligentes como ellas.
¿Nos mezclaremos con ellos creando cyborgs super-inteligentes? ¿Emplearemos
computadoras para expandir nuestras habilidades intelectuales, igual
que usamos coches para expandir nuestras habilidades físicas? Tal
vez estas inteligencias artificiales nos ayuden a combatir los
efectos del envejecimiento, logrando que alcancemos la ansiada
inmortalidad.
Tal vez podamos volcar nuestra consciencia (nuestro verdadero yo) en
computadoras, para vivir en su interior como una especie de
software. Esa sería una vida eterna y virtual en un Mátrix a la
carta en el que nada nos faltaría. Tal vez se revelen contra
nosotros y nos aniquilen como sucede en Terminator.
Pase lo que pase, la vida tal cual la conocemos ahora mismo dejará
de ser reconocible. Esto es la singularidad. ¿Asustado? Pues si
hacemos caso a Ray Kurzweil, este momento no solo es inevitable sino
inminente. Si sus cálculos son correctos, faltan 33 años para que un
ojo electrónico observe asombrado a su creador, y tome consciencia
de su existencia cibernética. /Revista Time
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