Duro
fue dese el vamos el partido para Argentina. Que sabía,
claro, con qué se iba a encontrar, pero nunca imaginó
que se le iba a hacer tan cuesta arriba encontrar la llave
para abrir la puerta al ataque.
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Buscó,
es cierto, durante un primer tiempo que aportó poco y
nada. D'Alessandro no apareció y cuando lo hizo se
equivocó, con pases frontales, muy anunciados y, para colmo,
sin destino seguro. Lucho González, el otro generador
de fútbol, se empecinó en chocar y chocar, en lugar de hacer
la pausa y meter pases en profundidad para Delgado y
Figueroa, quienes prácticamente no entraron en juego durante
el arranque.
¿Perú? Hizo la cómoda. se agrupó en el fondo y
aguantó con dos líneas de cuatro bien cerradas, que
prácticamente no dieron espacios. Priorizó la obstrucción
por sobre la construcción, pero Mendoza tuvo sus chances
y por momentos complicó en forma tanto a Ayala como a Heinze.
A medida que fueron pasando los minutos, aumentó la
desesperación de la Selección. Los centros, entonces,
pasaron a ser la única arma ofensiva para encontrar
el desequilibrio. Y no hubo caso. Porque no apareció la
cabeza salvadora y, fundamentalmente, porque los centrales
peruanos, Rebosio sobre todo, fueron impasables.
El segundo tiempo arrancó bien distinto. Perú,
obligado por su gente, salió a jugar quince metros más
adelante y ahí Argentina se sorprendió. Es que no le
esperaba y pasó momentos de incertidumbre. Pero D'Alessandro
tuvo una molestia y ahí Bielsa mandó en su lugar a Tevez.
Acierto fundamental del técnico. Porque, más allá del
golazo de tiro libre, el primero de su carrera, le dio más
fútbol al equipo, sobre todo de tres cuartos de cancha hacia
adelante.
En el final, Argentina la pasó mal. Perú le metió
mucha presión, con pelotazos cruzados, y de casualidad no
llegó el empate.
Se logró llegar a la semifinal y ese era el objetivo.
¿Futbolísticamente? Quedó una deuda pendiente y lo bueno
es que el próximo martes, ya sin perder tiempo, se
podrá saldar.