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Se viene la Feria del libro 2004 en Argentina

El libro será protagonista, una vez más, de la Feria que se inaugura el jueves en la Rural. Y ha sido protagonista, también, de una profunda crisis de la que recién está saliendo. Escritores, editores, libreros y directivos de la Fundación El Libro opinan sobre el estado del mercado editorial argentino.

El libro ya no es el libro. Hace rato que dejó de serlo. Ni siquiera es el libro más su autor y su lector. Hoy el libro es también su editorial, un agente literario, la tirada y cantidad de ediciones, alguna campaña promocional, estudiadas estrategias de marketing, su ranking en la lista de los más vendidos. El libro ya no es sólo el libro, sino un producto sujeto a los dictados de una industria global.

El libro, el autor, el lector: con estas tres palabras se bautizó hace treinta años una fiesta anual que las tiene como protagonistas de una convocatoria felizmente multitudinaria, increíble, vital. El 16 de abril se abrirá al público una nueva edición de la Feria del Libro, un ámbito en el que también desde hace tres décadas se escucha hablar de "la crisis del libro", y ahí están para repasarlos todos y cada uno de los discursos con que se inauguraron sus sucesivas ediciones, haciendo tronar los altavoces pidiendo un salvavidas para el sector. Pero fue en los últimos diez años, como nunca antes, que la globalización se expresó de manera tan evidente en el ámbito literario, cambiando todas las reglas del juego. En la Argentina, esa crisis se manifestó de diferentes maneras. Desde la dilatada sanción de la Ley 25.446 de Fomento del Libro y la Lectura, que finalmente salió del Congreso en julio de 2001, pasando por el aterrizaje en los 90 de los grandes grupos editoriales que absorbieron a sellos como Sudamericana, Minotauro, Javier Vergara o Emecé —que en su momento marcaron las lecturas que se imponían en toda hispanoamérica—, hasta la debacle económica de 2002, que redujo en un 33 por ciento la cantidad de títulos registrados en el país.

Aquel año la Feria del Libro acusó el impacto: "La crisis indudablemente repercutió en la realización de la Feria, porque se llevó a cabo apenas unos meses después de que se produjera el caos económico-institucional en nuestro país. Los expositores nos señalaron entonces que las ventas habían sufrido una merma considerable con relación a los años anteriores, pero eso no los sorprendió porque era una situación que ya estaba prevista", dice Marta Díaz, directora de la Feria. A pesar de todo, y como un feliz enigma que no encuentra respuesta, el público empalagó con su presencia los pasillos de la Feria, dispuesto a empujarse, sudar y amontonarse con tal de hojear aquel libro que tal vez ni podía llevar a su biblioteca. "Los consumidores habituales mantuvieron su presencia durante la Feria de 2002, más allá de que pudieran comprar o no los libros que antes sí podían —señala el escritor Marcelo Birmajer—. Creo que la gente puso mucha fe en la lectura —como si la literatura fuera su sostén y su esperanza— antes que en la adquisición de las obras."

La Feria del Libro tal vez sea uno de pocos los puentes que todavía le permiten al lector pasar por arriba de ese río cada vez más caudaloso de intermediarios y fijar la mirada en títulos, escritores, clásicos y novedades. Sin embargo, en el tránsito de la oferta a la demanda, todos coinciden en que el mercado está saturado de títulos, y eso no es bueno para nadie: ni para las pequeñas librerías que no dan abasto para mantener en exhibición la cantidad de libros que le llegan a sus locales, ni para el lector voraz, incapaz de absorber todo lo bueno, lo malo y lo regular que se publica, ni para el mercado en general: "La primera edición de un libro acostumbra a ser, cada vez más, su estación terminal", escribió hace poco el escritor mexicano Carlos Monsiváis.

Esta metáfora de un certificado de defunción marca una de las claves de la "crisis": el lector quiere y necesita de los libros, ¿pero tantos? "En el mercado editorial local existe una burbuja de hiperproducción de títulos, con tiradas enormes —resume Leonora Djament, directora editorial de Norma—. La crisis fue un desafío para que los editores replantearan sus políticas y se adecuaran a la realidad. Si hubo menos ficción, quizás también se debió a que antes había demasiada. Debemos ser conscientes de que se desinfló una enorme burbuja ficticia y bajamos a la realidad". Un horizonte similar dibuja Daniel Divinsky, editor de De La Flor: "Creo que la crisis tuvo una serie de felices consecuencias para el mercado editorial en general. En primer lugar, los grandes grupos tuvieron que reducir la superproducción de novedades, es decir, adecuar cantidades absurdas a magnitudes razonables".

En 2003, según datos de la Cámara Argentina del Libro, se registró una cifra récord de 14.365 títulos entre novedades y reimpresiones, y si bien esto marcó una recuperación en el mercado (en 2002 fueron 9.564), las matemáticas son irrefutables: hubo un promedio de 40 nuevos títulos por día, y no hay quien pueda con semejante avalancha: ni las editoriales son capaces de darle a cada uno un trato individual para su difusión, ni los lectores crecen —lamentablemente— al mismo ritmo. Pero que la cantidad de títulos sea desmesurada, no significa que haya más libros: el revés de la trama es que se editan menos ejemplares de cada uno. A lo largo de 2000 se imprimieron 71 millones, contra los 58 millones de 2001 y los 33 millones de 2002, con un leve repunte en 2003, que remontó con 38 millones. "La Cámara Argentina del Libro analiza las cifras de producción de libros, no la demanda —aclara Gustavo Canevaro, vicepresidente del organismo—. Aunque la industria ha demostrado tener una capacidad dinámica para recuperar la diversidad de la oferta, el mercado sigue alicaído. Eso se advierte en las cifras de tirada promedio, que bajó de 5.000 a 3.000 ejemplares, en el mejor de los casos."

Más adelante se verá de qué manera los grandes grupos dictan sus políticas editoriales, priorizando aquellos libros o autores que les resultan más rentables y minimizando los riesgos. Frente a ese panorama —que no es patrimonio argentino, vale aclararlo—, surgen o se mantienen nichos que desde su pequeño rincón difunden y rescatan lo que sus hermanos mayores descartan: son editoriales que a la vieja usanza, conservan una relación estrecha con sus autores, bucean en el mar de los nuevos talentos, apuestan a preservar un fondo editorial que los distinga del resto. En una lista incompleta puede mencionarse a De la Flor, Adriana Hidalgo, Alción, Manantial, Temas, Biblos, Quadrata, El cuenco de plata, Simurg, Beatriz Viterbo, Colihue, Gedisa, Corregidor, Del Dragón, Amorrortu, Bajo la Luna, La Crujía, Manantial y Del Zorzal, entre muchas otras. "El precio excesivo de los libros importados ha generado un resurgimiento de las grandes editoriales argentinas, y lo que es más auspicioso, de las más pequeñas", confirma en este sentido la escritora Liliana Heker.

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El libro global

"El mundo de la literatura se ha trasladado del salón a la Bolsa", dijo Peter Weidhaas —director de la Feria de Francfort— en 1999, cuando la concentración del mercado editorial en un puñado de poderosos grupos ya era una realidad irrefrenable. La fiebre de adquisiciones tuvo su pico en los 90, y no sólo en la Argentina. En los Estados Unidos, el 80 por ciento de la edición norteamericana está en manos de cinco grandes conglomerados —Bertelsmann, Holtzbrinck, Longman, News Corporation y Viacom— que absorbieron y destriparon editoriales de prestigio. En Francia ocurre algo parecido: Lagardère, la multinacional multimedia de la comunicación propietaria de Hachette, adquirió la mayor parte de Vivendi Universal Publishing. Y en España, una de cada cuatro empresas pertenece a un holding editorial. El último gigante nació en 2001 por la unión de Grijalbo-Mondadori con los sellos del grupo Plaza & Janés, que resultó a su vez del acuerdo entre los grupos Mondadori y Bertelsmann. En la Argentina, el Grupo Planeta concentra los sellos Seix Barral, Emecé, Ariel, Temas de Hoy, Crítica, Martínez Roca, Minotauro, Booket, Destino y Espasa; el Grupo Sudamericana —adquirido por el gigante Bertelsmann—, tiene Plaza & Janés, Lumen, Debate, Collins, Grijalbo, Mondadori, Beascoa, Galaxia Guttemberg, De Bolsillo y Montena; el Grupo Santillana edita los sellos Alfaguara, Aguilar, Taurus, Richmond, Alamah, Altea y Punto de Lectura; en la misma danza de fusiones el Grupo Norma de Colombia se quedó con Kapelusz y Ediciones B —del Grupo Z— con Vergara.

El rasgo casi familiar de muchas editoriales quedó fagocitado por esta ensalada de sellos a la que en un momento era complicado seguirle el rastro. Así, como sugiere Néstor García Canclini en su libro La globalización imaginada, cabe preguntarse si "la producción literaria, la selección de lo que va a circular, queda sólo bajo la decisión de las megaeditoriales". A la luz de los libros que pudieron editarse en la Argentina después de la crisis de diciembre de 2001, parece que así funciona la cosa.

"Como estrategia editorial, en 1999 ya habíamos empezado a contener la inversión, atenuar los contratos y disminuir los stocks —explica Ricardo Sabanes, director editorial del Grupo Planeta—. Durante enero y febrero de 2002 suspendimos las novedades. En marzo, teníamos alrededor de seis, muy pocas. Durante abril y mayo de ese año se liquidó el stock a precios de saldo, vendimos libros del fondo editorial y reimprimimos sólo algunos".

Pablo Dittborn, gerente general de Ediciones B para la Argentina y Chile, también reconoce que establecieron un parate: "Desde la crisis no importamos más, y también dejamos de comprar derechos de autor. Para las novedades, redujimos las tiradas de 5.000 a 2.000 ejemplares, por ejemplo. Y en el caso de las reimpresiones, el libro debía ser muy demandado".

"Hubo que cambiar la lógica editorial —agrega Fernando Esteves, director editorial de Alfaguara, Aguilar y Taurus—. Hasta la crisis fuimos importadores, porque el peso era una moneda fuerte. Con la devaluación, sólo importamos papel y nos concentramos en sostener el catálogo. Imprimimos las novedades que tenían expectativas de ventas importantes: se realizaban sólo si superaban la base de 3.000 ejemplares. Las apuestas nuevas más chicas se dejaron de lado. Así, la variedad de títulos se redujo en aproximadamente un tercio: el criterio de selección básico pasaba por la expectativa de ventas." El factor riesgo fue sin duda uno de los ejes que marcaron la agenda de novedades en el último par de años. "Se resintió la alta literatura que demanda pequeñas tiradas, porque no imprimimos 200 ejemplares sino títulos que garantizaran una tirada promedio de 3.000 —agrega Gloria Rodrigué, directora editorial de Sudamericana—. Las novedades también se redujeron: pasamos de 200 antes de la crisis, a la mitad en 2002."

La mayoría de los editores consignan que la importación de títulos se redujo prácticamente a cero. En el caso de editoriales como Tusquets, que trabaja sobre todo con libros traídos desde el exterior, la crisis golpeó duro: "De traer diez mil, cinco mil o dos mil ejemplares de algún libro desde la casa matriz (según la demanda supuesta), pasamos a traer 200 o 50 —recuerda el editor Mariano Roca—. Hoy se importan libros de tiradas de menos de 500 ejemplares, lo demás se trata de imprimir acá."


Escritores en su tinta

La crisis sacudió a todos, no sólo a los grandes grupos editoriales que algunos señalan como los malos de la película. Cerraron más de doscientas librerías, se extinguieron las importaciones, se editaron sólo títulos seguros y rentables, como la autoayuda y los best sellers con certificado de garantía. Se resintió, y cómo, la edición de narrativa, desplazada por ensayos o temas coyunturales de índole política, económica y social, que intentaron explicar por qué estamos como estamos. Pero como contrapartida, la paridad cambiaria favoreció la exportación de libros, se empezó a producir aquí reactivando imprentas ociosas, se comenzó a cuidar un poco más al libro, al autor, al contenido. Es el lugar que están ocupando los editores independientes, un espacio que no es holgado pero existe, conquistando nuevas corrientes con rigor e imaginación. Seguramente no se volverá a los dorados años en que la Argentina tenía la primacía en el mercado editorial de América latina, entre los años 50 y 70, cuando desde aquí se fabricó el boom latinoamericano y se difundieron en el mundo de habla hispana las traducciones de muchos consagrados autores extranjeros.

Entre los narradores, Liliana Heker no es la única que advierte un lento pero progresivo resurgimiento de la narrativa. Paula Pérez Alonso —que además es editora de Planeta—, reconoce que "empezaron a aparecer pequeñas editoriales con autores noveles y muy buenos catálogos. Pero en las editoriales grandes también hay una actitud de volver a abrir el espectro, de abrir el juego a autores no consagrados". Vlady Kociancich agrega que "lentamente, se ha comenzado a publicar, no como antes, sino gota a gota, pero éste es sin duda un momento de recuperación después de una crisis en la que se publicó muy poco; fue como si se condenara a los escritores al silencio, que es otra manifestación de la pobreza".

Los hombres, en cambio, parecen menos optimistas. "Para alguien que quiere publicar su primer libro, la situación es muy dura, y no veo que haya perspectivas de que cambie en lo inmediato —opina Juan Martini—. Hay una dictadura editorial que apunta a productos de venta rápida y en grandes cantidades". Igual de categórico se muestra Isidoro Blaisten: "Me parece que la situación actual del mercado del libro es ésta: hoy se vende mucho y se lee poca literatura verdadera. Lo que más aceptación tiene es el denominado libro de autoayuda, y dentro de la ficción, los best sellers. Pero los grandes escritores de todos los tiempos y los nuevos escritores a los que yo leería, tienen una venta que es bastante reducida". Un par de escalones más abajo en la franja generacional, Pablo de Santis echa una de cal y una de arena: "Los escritores en general vimos reducidas nuestras liquidaciones a cero, ya que la gran cantidad de libros que había en las librerías cerradas volvieron a las editoriales como devoluciones. Pero a pesar de todo, el hábito de la lectura no desapareció y la Feria de 2002 —que había estado a punto de cancelarse— fue un éxito y la cultura pasó a ocupar, al menos en el imaginario, un lugar central de identificación".


David y Goliat

En esta largo camino que tiene al autor en la línea de partida y al lector en la de llegada, las librerías también tropezaron con la vereda de la globalización. Las fusiones estuvieron a la orden del día: Cúspide, de la familia Gil Patricio, se quedó con Fausto —que en 2000 había sido adquirida por el poderoso grupo español Santillana—, y volvió el año pasado a manos argentinas, mientras la familia Grüneissen se quedó con Yenny, El Ateneo y Tematika.com. ¿Qué pasó mientras tanto con las librerías tradicionales? Algunas se vieron atrapadas por la avalancha de títulos que le llegan cada día y por la imposibilidad financiera para enfrentarse a los precios que las grandes cadenas pueden arrancar de los editores con sus pedidos al por mayor. En su ensayo Los demasiados libros, Gabriel Zaid señala que estas librerías son incapaces de albergar todo lo que escupe cada temporada la industria editorial.

La película Tienes un e-mail es un ejemplo claro de esa batalla desigual entre las grandes megalibrerías y el pequeño local que intenta sobrevivir a sus embates. "La librería de nuestra infancia y juventud, la añorada y queridísima, difícilmente sobrevivirá", presagia Mario Vargas Llosa en un artículo que publicó en julio de 2000 en el diario El País de España. No hablaba sólo del perjuicio que le estaban causando los "libródromos", como él los llama, sino también al avance de las librerías virtuales de Internet. Sin embargo, pronto se probó que el sistema de ventas online está lejos de ser una amenaza: mientras Joseph Bezos, el artífice de Amazon.com —la mayor librería virtual del mundo—, reconoció hace poco que las ventas por Internet con suerte llegan al 15 por ciento del total del volumen de los libros que compra la gente, experiencias como las de BOL España —una librería virtual creada en 1999 por Bertelsmann y Planeta con la idea de convertirse en la mayor del mundo con textos en castellano—, resultó un fracaso comercial y debió cerrar a mediados de 2001.

Muchos lectores, como Vargas Llosa, extrañan la figura del librero tradicional, aquel que recomendaba un título sabiendo de lo que estaba hablando, que se mantenía al corriente de las últimas novedades y tenía su propio "catálogo" de fieles clientes. Con ese espíritu surgieron el año pasado librerías como Capítulo 2 o Tierra de Lectores, que buscan diferenciarse de las grandes cadenas apostando al servicio, con personal capacitado que pueda orientar al comprador de acuerdo a sus gustos y preferencias.

Pero la crisis embistió contra unos y otros sin distinción de metros cuadrados. "La caída de venta de ejemplares durante el período más agudo de la crisis fue del 30 por ciento. Hubo desabastecimiento, sobre todo de los libros importados o los libros ilustrados para adultos y niños —repasa Luz Henríquez, directora editorial de El Ateneo—. Pero el lector fiel subsiste, y la creación de espacios atractivos y modernos para la venta de libros, que combinan libros, música, rincones de lectura y café, atraen a lectores usuales y también a los que no lo son". Desde las librerías Cúspide, Susana Fernández admite que "entre diciembre de 2001 y marzo de 2002 las ventas se paralizaron; fueron los turistas los que empezaron a empujarlas después de la devaluación, por eso los libros que más se venden ahora son los de turismo argentino, o los libros objeto como los de fotografía".

A esta altura, uno se pregunta dónde queda la literatura, eso que suele venir envasado entre un par de tapas rectangulares, módicas y desafiantes, ignorante de crisis globales o virtuales. Es entonces cuando vale la pena recordar que el milagro se produce, por fin, cuando un lector y una página se encuentran.

Entrevistas: Carlos Maslatón y Judith Savloff

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