Berlín tiene un restaurante atendido por y para
anoréxicas
Ubicado en la capital
alemana, el Sehnsucht es un lugar íntimo y acogedor. Su dueña y el
resto del personal son personas con trastornos alimenticios o
anoréxicas en etapa de recuperación
Apoltronada frente a la barra, Katja Eichbaum
aparenta menos que los 32 años que tiene. Sonríe nerviosamente
cuando ve entrar a sus clientes, mientras su marido, Ralf, que
trabaja en la barra, les ofrece vino tinto. Una moza atraviesa el
local con una bandeja de bocaditos: trocitos de salmón ahumado
acomodados sobre pequeños redondeles de pepino. Alguien en este
lugar se debe de tomar muy en serio el tema de la comida. El
restaurante es íntimo y acogedor. Unas 30 mesas pequeñas, sillas de
madera, un sofá rojo y una barra moderna, decorada con lámparas que
llevan el nombre del restaurante.
Bienvenido al Sehnsucht, en el distrito Tiergarten de Berlín,
destinado específicamente a aquellas personas que sufren trastornos
alimenticios y administrado por anoréxicas en plena etapa de
recuperación. Es un concepto paradójico: un restaurante donde la
comida es cocinada por chefs que no comen, para comensales que están
obsesionados, digamos, con no comer. Y plantea interrogantes un
tanto extraños, como por ejemplo: ¿cómo se puede esperar tener éxito
cuando los clientes se sienten tan perturbados ante la sola idea de
comer?
“Ese es el punto”, dice Eichbaum, a quien el banco le negó un
crédito y terminó recurriendo a su padre en busca de financiación.
“Estamos acá para alentar a las chicas a comer y lograr que la
comida les vuelva a resultar atractiva. Queremos que gradualmente
empiecen a sentir gusto por la comida, a través de sabores y aromas
agradables. Puede llevar tiempo, pero funciona”.
Nada es agresivo o invasivo. Hasta los lavatorios tienen un diseño
sensible con inscripciones en cada azulejo que dicen “amor”,
“energía” o “coraje”. Los nombres de cada plato remiten a la
obsesión de toda anoréxica: las calorías. Una porción de cordero es
“Heisshunge”, o “hambre voraz”; un postre con crema de capuccino es
“Seele”, o alma. Parece un poco caprichoso, aunque la expectativa es
que los nombres se conecten con los comensales de una manera
emotiva. “Hambre voraz”, por caso, es con mucho significado. Es un
instinto que los anoréxicos intentan eliminar, pero, en este
contexto, se lo ve como algo para celebrar y alentar.
“No tiene nada que ver con ocultar los ingredientes o engañar a las
chicas para que coman más”, dice Eichbaum. “Les puse a los platos
nombres que significan algo para mí. Con suerte, las va a invitar a
la charla y voy a poder hablar con ellas sobre sus problemas”. Un
plato de pescado, explica, se llama “Sparrow” (gorrión) porque le
recuerda cuando se internó por primera hace dos años. Pesaba apenas
45 kilos. “A la gente como yo las llamaban gorriones porque
parecíamos muy vulnerables.”
Este enfoque personal, dice Eichbaum, es esencial para su
recuperación. “Cada uno tiene su manera de enfrentarlo y la mía es
ésta. En un restaurante hay que hacer frente a estas cuestiones
todos los días. También quiero retribuir toda la ayuda que recibí
cuando estaba enferma”. Su chef, Claudia, tiene 22 años, todavía es
anoréxica y espera que este enfoque la ayude. Recién comenzó su
tratamiento en abril. ¿Cómo puede ser que cocinar le resulte un
pasatiempo agradable? En el mejor de los casos, debe ser un
obstáculo emocional y un desafío. “No, no, para nada”, explica.
“Cociné toda la vida. Pero no como lo que cocino. El problema es
tener que comer”.
Esta es una experiencia común entre quienes tienen trastornos
alimenticios, dice Barbara Douglas, psicóloga y directora del Centro
para Trastornos Alimenticios de Stockport, Inglaterra: “A menudo los
que tienen anorexia son los que se ocupan de la cocina en muchas
familias. Se desarrolla un mayor interés en la comida y una manera
de hacerlo es darle comida a los demás”.
“Por otra parte, si estás resistiendo a la comida y ves que otra
gente come, te puede hacer sentir mejor. Sentís que podés ejercer
control sobre tu persona”. ¿Entonces el proyecto de Eichbaum no
alimentaría en lugar de resolver sus obsesiones? “En un nivel,
existe ese peligro. Realmente dependería de cómo evoluciona el
restaurante. Si atrajera a la gente joven y les diera la sensación
de que la anorexia es compatible con salir a comer y llevar una vida
normal, cosa que no es, entonces podría ser un problema. Si en
cambio alienta a las chicas a salir a comer afuera y cocinarse,
podría ser positivo”.
Eichbaum se describe como una adicta en recuperación. “Podría haber
sido el alcohol o las drogas, pero resultó ser la comida, y creo que
esto le pasa a muchas chicas. Se vuelve una obsesión que te hace
olvidar de todo lo demás. Yo me pasaba todo el tiempo pensando en la
comida. No tenía ninguna sensación del tiempo, me absorbía el día
entero. Miraba por la ventana durante horas y después me daba cuenta
de que tenía que ir a buscar a mi hija al colegio”.
Su anorexia empezó cuando tenía 15 años, “para cuando mis padres se
divorciaron”, cuenta. En un momento vivía con medio yogur y tal vez
una manzana por día. Sin embargo, lograba llevar una vida familiar
relativamente normal. Hace diez años conoció a su marido y tuvieron
una hija, Gioia Maria, que hoy tiene seis años. “No tenía amor para
darle porque no podía sentir nada. Pero cuando Gioia, que tenía
cuatro años, me dijo ‘¿No estoy gorda?’, me di cuenta de que tenía
que mejorarme”. Fue durante la terapia cuando a Eichbaum se le
ocurrió la idea y Ralf, su marido, hoy la acompaña en su proyecto.
Parte del plan es montar un centro de asesoramiento que abrirá sus
puertas en febrero. “El objetivo es que las chicas vengan y aprendan
a cocinarse”, dice Eichbaum. “Vamos a armar una pequeña cocina en el
centro. Así es como me ayudó la terapia. Me enseñaron a prepararme
mi comida y luego a comerla”. La semana pasada la historia de
Eichbaum fue la tapa de un diario alemán y enseguida la publicaron
diarios italianos y franceses. “Creo que es una idea que va a
prender: hay mucha gente que lo necesita”, dice Eichbaum.
La chef Claudia dice que cocinar en Sehnsucht ya la está ayudando en
su recuperación. “Hacía cinco años que no comía un plato con cerdo.
Pero la gente que me rodea lo come y lo probé y hasta pensé que
estaba muy bueno. Me gusta. Hasta estoy aprendiendo a comer carne
otra vez”.
Fuente: clarin.com
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