Escenas sadomasoquistas en Tel Aviv
Polémica y
criticada, esta práctica crece como tendencia en el mundo de los
negocios. Así lo demuestra la reciente apertura de un club israelí,
en el que árabes y judíos ofician de clientes.
Es una cena
fuera de lo común. La anfitriona revisa las manos de la mitad de los
invitados y luego les pide que, meticulosamente, le laven las manos
a sus parejas con una jarra de agua. Therese, la anfitriona, lleva
puesto un vestido negro. De un lado del cinturón le cuelga un
bastón; del otro, cadena. El ritual no es más que el inicio de otra
noche de jueves en el único club sadomasoquista de Israel, el
Dungeon. Al club, ubicado en el corazón de la antigua ciudad de
Jaffa y rodeado de monasterios cristianos y mezquitas, asisten
cientos de devotos del “BDSM” (sigla que, en inglés, se refiere a
esclavitud, disciplina, sadismo y masoquismo) y otros cientos de
voyeurs.
El banquete es un evento de sadomasoquismo donde se divide a los
invitados en dos grupos: sirvientes y amos. Según el chef, Yuval
Rosnan, la comida también está impregnada de un toque
sadomasoquista. “La comida es sensual, ostras y cosas por el estilo.
El tema que impera es la comida prohibida, como mezclar carne con
lácteos, y comer cerdo, cosas prohibidas por la Tora” dice.
El club fue fundado por Amos Levy, un hombre de 45 años con dos
hijos que dirige una compañía de software. Su carrera como soldado
en el área de inteligencia militar, dice, lo preparó para este
emprendimiento alternativo inusual. “La inteligencia, a diferencia,
digamos, de los paracaidistas, te hace pensar de manera diferente”,
cuenta. “Alguien me dijo que no había ningún club de BDSM en Israel
y entonces lo pensé. Fui a Londres para visitar un par de clubes y
me di cuenta de que, en todo eso, había una oportunidad comercial.
Yo no practico el sadomasoquismo, pero sí me gusta toda esta
locura”.
Domme, 23, concurre asiduamente al club de BDSM de Tel Aviv desde
hace casi un año, pero en la cena está sola, ya que su novio sumiso
está cumpliendo con sus obligaciones militares como reservista. “Por
lo general, el que juega el rol del sumiso sirve a su amo, sea éste
hombre o mujer, y se deja flagelar y humillar durante toda la cena”,
dice y, señalando a un hombre en el otro extremo de la mesa, agrega:
“El era mi amo hasta que conocí a mi nuevo novio. Yo hago las dos
cosas: a veces soy una buena chica sumisa; otras, un ama cruel”.
El club se encuentra en el sótano de un edificio cuyos cimientos
cargan con varios siglos a cuestas. La gente baila, pero, cada
tanto, se corta la música (de una disco convencional) para darle
lugar a actuaciones eróticas, que abordan temas como la dominación y
el cambio de roles. En una celda en un piso más arriba a una mujer
la atan cuidadosamente a una cuna, la cuelgan del techo y la dejan
ahí. En la puerta de al lado, una mujer con tacos altos y un vestido
negro camina sobre un hombre desnudo, acostado en el piso. En el
rincón, una mujer desnuda está de cuclillas dentro de una pelota.
Rachel, una abogada, dice que vino al Dungeon por curiosidad. Lleva
puesto un vestido negro y blanco y botas altas hasta el muslo. La
incomodan un poco los hombres que se le acercan para preguntarle si
le pueden lamer las botas. Cuando dice que no, la mayoría se va,
pero alguno que otro retrocede algunos pasos y espera, con actitud
sumisa. La clientela es predominantemente judía, pero también vienen
algunos árabes. La escena BDSM existe independientemente de las
luchas políticas de Israel, aunque algunos creen que es una manera
de escapar, justamente, de estas presiones.
Según Levy, sus clientes básicamente huyen del día a día. “Aquí
dejan de lado los problemas de trabajo, los problemas familiares, y
pueden hacer lo que quieran –vestirse con ropa de mujer, dejar que
los azoten, quedarse desnudos, lo que sea”
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