El canal Venus cumple 10 años en la Argentina
El canal Venus cumple 10 años en la Argentina,
y en esta última década el porno ha florecido de manera inusitada:
despunta una industria porno for export, hay enfrentamientos entre
directores, castings, rubias de moda, morochas sin trabajo, una diva
que se mete con doce a la vez, algo llamado porno gonzo y hasta
películas con mujeres de 65 años aullando orgasmos y gritando “Te
amo”. Asombrado, Radar habló con los protagonistas de este fenómeno
en alza
El mito más persistente de la argentinidad
es que los argentinos hemos sido, siempre con la tragedia de lo
efímero sobre los hombros, los primeros, los mejores del mundo en
las áreas más diversas. Si esto es verificable en el terreno
económico, el intelectual o, incluso, el deportivo, es materia de
debate. Pero es irrefutable en el porno. Según el historiador del
género Ariel Testori –y, también, según el libro clásico Hardcore.
Power, pleasure and the frenzy of the visible de la teórica
feminista Linda Williams y el archivo fílmico online IMDB.com–, uno
de los pornos más antiguos que se conservan –aparentemente está en
poder de un coleccionista español– es un cortometraje llamado
enigmáticamente El Satario, que fue rodado cerca de 1915 en las
riberas de Quilmes. “Es probable que el título sea una mala
transcripción de El Sátiro –aclara Testori–, dado que la película
muestra a tres ninfas teniendo sexo al aire libre con un fauno.”
Esta película, y muchas otras realizadas por la misma época en
Buenos Aires y Rosario, no estaba destinada al consumo local, ni al
popular. En ese momento, el porno era un entretenimiento sofisticado
para el disfrute de la clase acomodada del viejo continente. Según
Testori, las compañías Pathé y Gaumont, pioneras del cinematógrafo,
en un impulso globalizador precoz, derivaron la producción de porno
a nuestro país, acaso porque la moral y las leyes europeas quedaban
lejos o porque, debido a las corrientes inmigratorias de fines del
XIX, las argentinas podían lucir como francesas –y cobrar como
argentinas–. Cualesquiera que fueran las razones, lo cierto es que,
entre 1910 y 1920, nuestro país fue la primera potencia porno del
mundo.
Luego de este período dorado, no hubo una producción porno estable
hasta la década del ‘90. Si se exceptúa la indudable producción
clandestina, sólo existe una película previa: Juegos de verano, un
film erótico estrenado en 1973, con Alberto Mazzini y Linda Peretz
en los protagónicos, al que se agregaron inserts de penetraciones
–probablemente filmados en Brasil por interpretes anónimos– para su
venta al exterior tras el boom provocado desde Estados Unidos por
las contemporáneas Garganta profunda y Detrás de la puerta verde.
Muy pronto, la implacable censura militar impediría que el género
volviera a asomar su cabeza hasta la década menemista.
El villano
Víctor Maytland es el villano de Un detective suelto en Hollywood.
También es el protagonista de un best seller de Lawrence Sanders. De
allí, parece, tomó el nombre Roberto Sena y lo convirtió en su
seudónimo, la firma de la filmografía más extensa del porno local.
Desde 1990 hasta hoy, nuestro Víctor Maytland realizó más de treinta
películas, con títulos como Las tortugas mutantes pinjas, Los
Pinjapiedras, Los Porno Sin Son, El Pitilín Colorado o, más
recientemente, Cosecha de lujuria, Secuestro Exxxpress y Carpas
calientes. Durante años, Maytland fue el único realizador abocado al
género: “Primero me acerqué al porno como una especie de broma, como
un juego, pero pronto empecé a pensar en él como un medio de vida.
Sin embargo, recién a partir del 2000 pude dedicarme exclusivamente
a hacer películas. Hasta ese momento, tuve que complementarlo con
otras actividades, aunque siempre tenían que ver con lo sexual”,
explica y luego, a pedido, menciona sólo una de esas actividades: la
publicación de revistas eróticas.
Maytland es el único realizador local que trabaja regularmente con
el canal Venus –que este mes cumple diez años de vida, aunque lleva
muchos menos emitiendo porno vernáculo– y es el único que exporta
regularmente sus películas. “Si no se exporta, el porno no es
negocio”, afirma. “Una película promedio tiene un costo de
producción que ronda los 10 mil pesos. Esa película se lanza en
video para alquiler y venta. En total, se venden aproximadamente
unas quinientas copias legales. Con eso se intenta pagar el costo de
producción. Luego, la venta al canal Venus y los derechos de
exhibición en el exterior son los que dejan un margen de ganancia.
Pero para exportar es necesario hacer productos de calidad, correr
un riesgo económico más alto.”
Actualmente, Maytland está terminando de rodar Tango, Pasión de
Buenos Aires, la primera “superproducción” del porno local, que
costó aproximadamente 40 mil pesos. “Es una película de época.
Usamos escenarios similares a los que se ven en Ay, Juancito.
Estamos cuidando mucho los detalles, el vestuario, hasta tuvimos que
reconstruir un prostíbulo del año ‘40. La película tiene música de
tango original y un elenco de más de 30 personas, con bailarines y
cantantes. Tiene, además, un argumento elaborado. Es un guión que
escribí hace varios años y, por fin, pude realizarlo tal como
quería.”
Para Maytland, los valores de producción, como la existencia de un
guión o una puesta en escena “cinematográfica”, son importantes. Sin
embargo, alguien podría argumentar que el momento en que el porno se
volvió un género interesante fue, justamente, cuando dejó de
pretender que era cine y se asumió como algo distinto, con reglas
distintas. Así, surgieron realizadores como John Stagliano (alias
Buttman), que abandonó argumentos, ficción, actuación y, casi, el
montaje, se puso la cámara al hombro y empezó a grabar, generalmente
en planos subjetivos y hablando con los actores desde detrás de
cámara. Cuando cosas semejantes suceden en cine o teatro se habla de
experimentación o avant garde. En el porno, se trató de una
renovación poderosa que dio origen a una forma nueva: en ella el
porno encontró una voz propia, totalmente distinta de cualquier cosa
que se hiciera en otros géneros. Y anticipó su variante más extrema
y más popular en la actualidad, sobre todo vía Internet: el porno
gonzo, una especie de encarnación punk que dice que todos podemos
hacerlo, que con una chica predispuesta y una cámara, alcanza.
Maytland, por su parte, afirma que semejante aproximación no tiene
ningún interés para el mercado internacional: “En el porno existe el
prejuicio de que el guión no tiene importancia. Pero no es así. Las
películas que se pueden exportar, las que se venden al exterior, son
las que tienen guión. Si no tienen guión, se las considera una
película amateur y se las paga muy poco o no se venden. En cambio,
si muestran una épica, tal como hace el porno italiano, eso tiene un
valor. Yo voy tras algo así. Y la épica de nuestro país es el tango
y el peronismo, por eso creo que Tango... despierta tanto interés en
nuestros posibles compradores, hasta en lugares insólitos, como
Polonia o Japón. Creo que esta película va a iniciar algo, tal vez
algo parecido a una industrial del porno local”.
Desde luego, la fundación de una industria porno argentina es algo
deseado por todos los involucrados en el género. Sin embargo, dado
los niveles de pobreza y desocupación de nuestro país, es probable
que, de fundarse, inicie un ciclo de depredación sexual sobre los
más desprotegidos, por más que sean adultos y responsables de sus
decisiones. Así como la prostitución se multiplicó con el avance de
la pobreza, la existencia de un mercado del porno en el que
cualquiera más o menos joven y más o menos atractivo pueda ganar, en
unas horas, el equivalente a un sueldo, hará que mucha gente se
vuelque al porno no por convicción, no por cumplir una fantasía o
una vocación, sino por sobrevivir. Y desde esta perspectiva, es
difícil glamorizarlo, es difícil no ver el crecimiento del porno
como otro signo de nuestra decadencia.
Al mismo tiempo, es deseable que exista el cine porno, porque la
alternativa, que el Estado tenga la inclinación de prohibirlo, es
peor. Sin embargo, según Maytland, tal cosa ya sucede: “El material
de exhibición condicionado está gravado por una carga impositiva
aplicada al kiosquero, pero el kiosquero está exento de IVA. Y como
los kiosqueros no están inscriptos, y no se van a anotar sólo para
poder vender unas revistas más, el material no se puede distribuir.
Los kioscos de revistas son el mayor canal de venta de porno. En
Brasil, por ejemplo, una revista con un video llega a vender 30 mil
ejemplares. Nosotros, los editores, ofrecimos pagar el impuesto por
nuestra cuenta, pero no se aceptó. Es una forma de censura
encubierta para desalentar la producción argentina de material
condicionado. Esa ley existe desde que Duhalde era gobernador. Y
cuando fue presidente se trasladó a la Capital. No puede ser casual.
En los papeles, no se trata de censura, pero en los hechos, si vos
querés cumplir con la legalidad, tu material no llega a los
kioscos”.
El basura
Aunque su filmografía es la piedra fundamental del porno argentino
actual, Maytland es resistido por otros realizadores. Trash Meyer,
mezcla de un subgénero y un apellido ilustre dentro del
sexploitation –el de Russ Meyer, autor de Faster Pussycat, Kill,
Kill, entre muchas obras maestras– es el seudónimo de Mariano Paiva,
un realizador de cine platense que, junto con el también velado
César Jones dirigió cinco películas muy diversas en un número
equivalente de años, entre ellas, Las fantasías del Sr. Vivace, El
profeta y Euge no duerme. Trash opina que Maytland es “un tipo que
hizo mierda el cine porno argentino. Podría haber sido un pionero,
porque tenía un terreno absolutamente virgen, pero en lugar de
plantar, tiró sal. Y hoy, si lo escuchás, dice que es la renovación
del porno. Pero si Maytland es la renovación no hay nada más que
esperar”. (Por su lado, Maytland opina que Meyer y Jones “no son tan
buenos como ellos creen. Vi un par de sus películas: son muy
amateurs”).
Trash, que decidió abandonar el rubro para dedicarse al cine
experimental (ya estrenó un largo en el Malba llamado Carne Mía) y a
terminar su primera novela, se inició en el porno con la idea de
explorar un género poco frecuentado. “Quise desarrollar ideas,
contenidos, no tirar carne a la parrilla. Pero hay barreras que no
pude pasar. Para exportar, por ejemplo, te piden paquetes de ocho
películas. Más que calidad, se busca producir cantidad. Eso genera
una presión a nivel creativo. Puede parecer ingenuo comentar esto
sobre una película porno, pero es así como yo veo mi trabajo. Me
interesa reflexionar sobre el género, haciéndolo.”
Para Meyer, uno de los mayores problemas del porno argentino es que
se lo toma sólo como un trabajo por dinero: “Nosotros trabajábamos
con gente que quería vivir una experiencia, queríamos gente que se
acercara al porno desde ese lugar: el de experimentar algo nuevo,
más allá de que siempre se le pagó a todo el mundo. Lo que me
interesaba era buscar una identidad propia: qué significa hacer cine
porno acá. Y eso no es un cine berreta con humor rancio a lo
Sofovich pero en porno. Tampoco es filmar en el Obelisco o una
película sobre gauchos. La identidad tiene que ver con encontrar tu
propia voz. Cuando los productores no entienden esa búsqueda o
cuando no conseguís gente a la que le interese lo mismo, todo se
hace muy difícil. Encontrar actores que compartieran nuestra forma
de ver el género era un trabajo muy arduo. Generalmente, hacíamos un
casting con varias entrevistas. Luego, varios encuentros entre la
gente que iba quedando para que se conocieran y se generara una
especie de onda. Esa es la contención que precisa un actor para
laburar. En esto estás trabajando con una parte súper íntima y no
sólo física sino también mentalmente. Por eso cuando se trabaja con
escorts no se obtienen buenos resultados. Ellas no están pensando en
la experiencia, en que están haciendo una película que van a ver
miles de personas. Para ellas, se trata de un cliente más y lo único
que les preocupa es que no les acaben en la cara. Y eso siempre se
nota”.
Héctor Lacchiesa es un intérprete que trabaja en el rubro desde hace
más de diez años. En todo este tiempo, protagonizó buena parte de
las películas de Maytland. Actualmente, trabaja con otra productora
en películas para el exterior. El comparte plenamente el diagnóstico
de Trash: “Por hacer películas como chorizos no contás con un grupo
de gente que sepa trabajar. Los actores que saben laburar bien no
cogen y los que cogen no saben actuar y lo peor es que tampoco saben
coger. Hay una gran diferencia entre una persona que lo hace por
dinero, que no es para nada algo reprochable, y aquella a la que le
gusta el género. Esa es la gente que nos interesa. En la última
película que hicimos estuvimos seis meses buscando gente, justamente
para evitar esto. Pero así vamos muertos: seis meses sólo para el
casting. Pero uno de los motivos por los que la conseguí es porque
estamos trabajando para el exterior. Si fuera para una película de
acá nos dirían que no, que los puede ver la familia. De todos modos,
evitamos recurrir a escorts. Las escorts en el cine porno dejan a la
mujer argentina como una histérica, como una frígida. Dicen ‘No me
tires la leche en la cara, no me toques las tetas porque me las hice
hace poco, no soy completa (‘completa’ es quien también accede al
sexo anal)’. Hay dos tipos de consumidores en el porno: los que
quieren mujeres que exploten como un cartucho de dinamita y los que
quieren ver una estética, una rubia con siliconas, pero a esas
chicas, por lo general, las llevás a la cama y no pasa nada”.
La llama
La frialdad, la “profesionalidad” entendida como una forma mecánica
y desapasionada de encarar el sexo es aquello que todos quieren
evitar. Y aquello que más frecuentemente se ve en el cine porno
argentino. Desde su nombre, Fiamma ofrece exactamente lo contrario:
“Yo empecé por un aviso que leí en una revista. Me presenté y
propuse hacer un gang bang con quince hombres. No me pudieron
conformar, encontraron sólo doce. Así, hice Fiamma y los doce
hombres en la que conocí a Héctor, mi marido. Era muy difícil en
aquel momento, a mediados de los noventa, todos estaban con antifaz.
Hoy en día es diferente, hay más personas que quieren estar en el
género”.
Héctor y Fiamma tienen una hija de nueve años que sabe perfectamente
a qué se dedican sus padres. “Ella está preparada para defenderse.
Yo trabajo para la gente que consume el género, no para doña Rosa,
por eso trato de preservarme y no salir en programas de televisión
que puede ver cualquiera. Para su edad sabe bastante, claro que no
tiene mucha idea de qué es el porno. Ella sabe que trabajamos en
cosas de sexo, que hacemos películas. Yo quiero que sepa todo lo que
hago, acorde con la edad que va teniendo y también según la demanda
de su curiosidad. Una vez, cuando tenía seis años, un compañerito le
dijo si ella sabía lo que hacía su mamá y ella le contestó que lo
sabía perfectamente. Nosotros subestimamos un poco a los chicos.
Pero ellos manejan temas tabúes para nosotros como la muerte y el
sexo de un modo mucho menos conflictivo.”
Aunque Fiamma dice amar el porno y que no tiene intenciones de
retirarse, hace dos años que no trabaja: “Ahora que aparecen más
chicas, lo que se busca es el modelo de Pamela Anderson: la rubia
con siliconas y uñas esculpidas. Importa más que cumplan con el
estereotipo del cine porno norteamericano que su entrega para tener
sexo frente a una cámara. Por eso ahora no estoy trabajando, porque
soy morocha. Eso es racismo puro”.
Para Fiamma, la mayor humillación que vivió en el cine porno sucedió
cuando la dejaron de llamar. Jamás se sintió humillada en cámara:
“Una prostituta metida en un departamento privado sufre
humillaciones porque es alguien que no puede decidir dejar de hacer
lo que hace. En cambio, lo que hago, lo hago porque quiero y lo que
no quiero, no lo hago. Es cierto que las pornos están hechas para
hombres, pero hay mujeres que gozan como perras. Cuando yo hago una
doble penetración me encanta. Una típica fantasía masculina son las
escenas de un hombre con dos mujeres. Pero las escenas de una mujer
con muchos hombres morbosean mucho a las mujeres. Y allí no hay
humillación alguna”.
Aunque Fiamma ya no trabaja, su marido Héctor Lacchiesa continúa
activo en el género. Para los hombres, el trabajo tiene problemas
distintos que para las mujeres: hay mucha más competencia y se gana
mucho menos. “Ganamos de la mitad para abajo. Hay gente que dice que
la exigencia del hombre es mucho mayor que la de la mujer y deberían
ganar lo mismo, pero es la ley de la oferta y la demanda. Hay
escenas donde una mujer puede ganar 200 pesos o hasta 1000 pesos.
Eso no es mucho, pero lo hacés en una tarde de filmación. Y eso una
camarera tal vez no lo gana en un mes.”
¿Empeoró o mejoro tu vida íntima, tras trasladar tu vida sexual a la
pantalla?
–Mejoró, porque yo trabajo en cámara con la misma gente que veo en
mi vida privada. Y para mí, parte de mi fantasía era llevarlos
frente a una cámara. No hay una verdadera diferencia entre lo que
hago en cámara y en mi casa, aunque, claro, ya tengo 46 años y hay
veces que tengo sexo en cámara y no en mi casa. Además, gracias a
este trabajo descubrí cosas que no habría conocido de otro modo. Hay
cosas que no haría; el límite me lo da lo que no me da placer: yo no
podría estar con otro hombre, no me interesa la bisexualidad, por
ejemplo.
Sin embargo, para las mujeres eso es un requisito básico.
–Sí, pero para las mujeres es distinto. Una mujer puede tener una
relación con otra mujer y no ser bisexual. Para una mujer no es un
conflicto tener contacto con otra mujer, eso es parte de su
heterosexualidad, tal vez porque nuestra cultura no lo condena, no
sé bien por qué, pero es así.
El monstruo
Marcelo Vignera es de las pocas personas involucradas en el porno
que no usa seudónimo. Es un hombre de unos 40 años, delgado, con
barba y pelo revuelto. Actualmente trabaja en un videoclub y dice
que está retirado. En pocos años, produjo una veintena de películas
únicas, no sólo en la Argentina, sino en el mundo: “Empecé como una
prueba, decidí filmar una película con una señora mayor, de unos 65
años, con la que yo salía. La hice porque necesitaba plata para
pagar el alquiler de mi local. Yo tenía un videoclub para adultos y,
como siempre me pedían videos amateurs, pensé en hacer los míos.
Calculaba que si vendía unos treinta salvaba el mes. Resultó que se
vendieron muchos más. De algunos, llegue a vender 150. A pesar de
que lo que ofrecía era algo muy poco convencional. Todo lo que se ve
en mis películas es real, nada está cortado, ni fingido. En ninguna
otra podría aparecer una mujer de 65 años, operada de la cadera,
teniendo sexo. Ella me dice en cámara ‘te amo’ y era cierto, ella me
tenía mucho cariño. Y yo a ella. También se ve cuando me pide un
trapo para limpiarse el semen. Eso en otras películas se habría
sacado... Lo que me interesa es la gente de verdad, la que tiene
rollos, celulitis, es gorda. Yo ponía un aviso y pagaba cincuenta
pesos por escena. Cuando aparecía alguna chica linda yo prefería que
estuviera con algún amigo mío. A mí me gustan que sean exuberantes
más bien tirando a gordas, que no se depilen. Estos no son los
cánones de belleza convencional ni de la pornografía. Yo lo llamo la
policromía de la fealdad. Nadie se acercó al nivel de mujeres que
filmé yo. La gente que compra mis películas es la que se cansó de
ver la belleza estereotipada del porno. Yo siempre puse lo que me
excitaba a mí, porque no se puede fingir una erección y yo era el
actor principal de todas mis películas. También era el editor, las
editaba en casa con dos caseteras. Decidí dejarlo porque ya cumplí
todas mis fantasías, estuve con dos minas, con minas y travestis,
compartí mujeres con varios hombres. A los 40 años sentí que llegué
a mi techo. Del porno es importante saber retirarse a tiempo. Yo soy
una persona que ha tenido relaciones sexuales con casi 300 personas,
y sin cuidarme jamás. Por salir indemne de todo eso tengo que estar
muy agradecido¨
.
Fuente: http://www.pagina12web.com.ar
Compartir este articulo : | | | | |
Ver historial completo de
noticias destacadas. |
|