Anexos del Casino: una fuente de ingresos
Prende
un cigarrillo cada 5 fichas perdidas y casi no pestañea
frente a la pantalla del tragamonedas. La hipnosis se
mantiene aun cuando ya no le queda un peso para apostar.
“No lo puedo frenar. Me queda de paso y todos los días
vengo, creyendo que puedo ganar. Se te hace un vicio”,
dice Mabel dentro de un salón donde se disimula la
siesta de Rivadavia. La mujer trabaja como empleada
doméstica y, junto a su marido y a sus nueve hermanos,
conoció el nuevo entretenimiento cuando en 2003 se
inauguró en Rivadavia la sede del Casino. Ahora el
divertimento se transformó en problema. “Mi papá vive en
el campo y nos retaba porque veníamos al Casino. Un día
lo trajimos y ahora a él no lo podemos frenar, se viene
desde la finca para apostar. Peso que agarramos, lo
apostamos”, cuenta Mabel |
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En Rivadavia no pasan
grandes cosas, pero la llegada del Casino cambió la rutina de muchas
de las 54 mil personas que viven en la zona. Lo mismo ocurre en San
Martín, Alvear y Malargüe, todos departamentos chicos donde hace dos
años el Estado instaló tragamonedas con el fin de recaudar. Desde
ese punto de vista el objetivo está cumplido de sobra. En sociedad
con la firma española Cirsa, esos casinos ganan más de 27 millones
de pesos al año. En todos los casos duplican y hasta cuadruplican la
recaudación que cada municipio logra por el pago de tasas.
Algunos cambios se ven, como la instalación de nuevos comercios
producidos como rebote del Casino, que incluyen casas de empeño. Y
hay otros más sutiles, difíciles de cuantificar, como la cantidad de
personas para las cuales el juego se transformó en un problema
familiar.
La filosofía del Gobierno es que la gente apuesta haya o no casinos
oficiales. Así, la lucha contra el juego clandestino se transformó
más en una pelea por clientes que por frenar un delito, por eso
abrirán sedes en el Valle de Uco y Uspallata.
“Cuando asumimos vimos dos cosas. Una, que había mucho juego
clandestino, porque el hombre juega por naturaleza. Y que no
estábamos respondiendo a la demanda. Cuando no hay oferta oficial,
busca por otro lado y por eso se alimenta el juego clandestino. El
Estado con esto no tiene ánimo de lucro, por eso con la plata del
juego se pueden apoyar distintas áreas de salud”, explica Miguel
Angel Alonso, director del Instituto de Juegos y casinos.
Dentro de los casinos no hay muchas caras de felicidad, sino más
bien sobriedad y silencio. Las sucursales tienen sólo tragamonedas y
ruletas electrónicas. Y la mayoría de los visitantes son mujeres, de
todas las edades y clases sociales. “La facilidad para acceder
ayuda. Están en horario cómodo, sin restricciones. Al aumentar la
oferta se potencia, se estimula que la persona juegue. La persona
adicta busca una salida, generalmente tienen carencias afectivas
importantes. En este caso la ‘droga’ es la adrenalina que les genera
la ilusión de ganar”, cuenta Nilda Astorga, especialista en
adicciones.
Hay dos chicas sentadas en un quiosco, frente al Casino de San
Martín en pleno mediodía. Acaban de salir del supermercado y esperan
a su mamá, que aprovechó para intentar suerte en las máquinas. “Es
medio difícil no tentarse. También es el único entretenimiento que
tenemos las amas de casa”, dice la madre cuando llega con algunas
bolsas de compras.
Hoy en el Este es más fácil acceder a alguno de los dos casinos que,
por ejemplo, a un servicio de salud o a un club; están abiertos casi
todo el día y basta un peso para comenzar a apostar. La larga fila
de bicicletas que hay en la puerta prueba que nadie queda excluido.
“Hay gente que me cuenta que se gastó la plata de los impuestos y no
sabe qué hacer”, cuenta un comerciante del lugar.
La calle San Isidro de Rivadavia estaba muerta. Según cuentan los
vecinos, desde que está el Casino las cosas cambiaron. Se instalaron
10 comercios, hay luz todo el tiempo y seguridad. “Ha mejorado la
zona, hay seguridad y más vida. El único problema es que nos
estacionan los autos en las casas y no podemos salir”, cuenta una
vecina.
Entre los negocios que abrieron gracias al Casino hay quioscos y
heladerías. Pero también otros más relacionados con la necesidad de
conseguir dinero fresco. Se trata de casas de empeño y compra de oro
y joyas.
Entre los visitantes al Casino se organizaron dos curiosas juntadas
de firmas: una para sacarlo, por los problemas que ocasiona en sus
familias y otro, más cercano a la ambición, para que las máquinas
den más premios.
Para hacer frente al problema de los adictos quieren crear un
programa especial. Hace tiempo que funciona un plan de
“autoexclusión” por el cual las personas que lo deseen pueden
anotarse para que no los dejen entrar. Dicen que el tema se maneja
con discreción. La sutileza llega a tal punto que nadie se entera
que existe; en los casinos no hay datos del programa a la vista
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