Los
placeres de la ironía
Alegrarse de las
desgracias ajenas no es bueno, de modo que habrá que hacer por
evitar la sonrisa ante la noticia de que Napster es el blanco de una
demanda por violar patentes.
Napster, ese cascarón desventrado por la industria fonográfica y
vuelto a erigir (relleno de paja pero con el mismo nombre). Napster,
convertido en zombi por el ataque de la propiedad intelectual, y
ahora perseguido por la propiedad industrial... También habrá que
esforzarse en evitar una sardónica mueca al saber que Altnet
persigue en cambio, patente en mano, a las redes de intercambio
entre iguales (P2P).
Sobre todo al recordar que esa misma empresa demandó, pocos meses
ha, a la industria fonográfica en pleno por lo mismo. Y es que ver a
las fonográficas, los zombies de las fonográficas y los
archienemigos de las fonográficas del mismo lado, defendiéndose de
una acusación de violar patentes (que probablemente jamás hubiesen
debido ser concedidas)... Pero tengámonos.
Aunque es difícil, hay que evitar el Schadenfreude; el contento ante
la desgracia del otro no es bueno para el alma. Por muy merecido que
se lo pueda tener. Y por muy absurda que sea la razón de la
desgracia. Las noticias arriba comentadas en realidad llaman la
atención de un problema muy serio, capaz de helar cualquier
inoportuna sonrisilla: en los EEUU (y, por extensión de las leyes
internacionales, en el resto del mundo) ya no hay negocio
tecnológico seguro.
Una patente mal concedida de hace 15 años y oculta desde entonces
puede transformarse en una devastadora arma de ´protección ´ masiva.
Puede que la patente no tenga validez; puede que si la llevas a
juicio lo ganes, o quizá en segunda instancia. Pero ¿cuánto cuesta?
Y no sólo en dinero: energías de los equipos directivos
desperdiciadas; proyectos retrasados o cancelados por si acaso;
decisiones estratégicas demoradas o desviadas en función de los
problemas jurídicos... Una empresa, especialmente una mediana con
aspiraciones de grande y fuerte crecimiento, puede verse seriamente
dañada por una de estas acusaciones. Todo un mercado puede verse
paralizado, hasta desaparecer.
Esta vez no estamos hablando de autores, con su carga emocional, o
de sutilezas de las distintas legislaciones de propiedad intelectual
en Europa y los EEUU. Se trata simplemente de patentes, que son una
estupenda herramienta cuando se usan bien, y un arma temible cuando
se malutilizan. La concesión de millones de patentes de ´software ´
mal investigadas por la Oficina de Patentes de los EEUU está
provocando este tipo de problemas: la aparición de una verdadera
clase de parásitos empresariales que extorsionan compañías con la
amenaza de una patente de dudoso mérito. Y que está forzando a la
industria a tomar decisiones en función no de su negocio o sus
derechos, sino de amenazas legales.
Por tanto, el problema puede evitarse en Europa (donde todavía no
están completamente legalizadas las patentes de software, y no
tienen por qué estarlo), y quizá curarse en parte en los EEUU
(revisando los métodos de concesión de patentes). Todo ello para
evitar el abuso de una herramienta (las patentes) que ha demostrado
su utilidad (que no perfección).
Y aunque esta vez ese abuso nos esté proporcionando el impagable
espectáculo de ver a perseguidores y perseguidos legales del mismo
lado de la ley
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