Los “gastronautas”, turistas que
cambian museos por bares y restaurantes
Este mercado es
particularmente exitoso dentro de la industria turística
norteamericana. La gente planea sus viajes principalmente –a veces
exclusivamente- alrededor de la comida y el vino.
Antes de irse
dos semanas de vacaciones a París, Michael Alderete y Rochelle
McCune se embarcaron en un proyecto de investigación gastronómica.
Después de consultar decenas de guías, revistas, diarios y sitios en
Internet, la señora McCune registró datos sobre restaurantes en una
hoja de cálculo en su computadora, donde también figuraban números
de teléfono y de fax, direcciones de correo electrónico, nombres de
dueños, códigos de vestimenta, ubicación y paradas de subte.
Hizo lo mismo para las tiendas donde venden alimentos y vinos. Al
evitar las distracciones que tanto tiempo consumen como los museos,
los lugares históricos y los teatros, se las ingeniaron para visitar
más de 28 de los mejores lugares para comer de la ciudad.
Mientras Bill Thompson, un fotógrafo de moda neoyorquino de 57 años,
organizaba un viaje gastronómico a Escocia –el tercero en tres
años--, fue igualmente meticuloso en sus preparativos. Y, en un
sentido, fue un paso más allá que McCune. “Además de todos los
restaurantes en los que comí, también me propuse parar en un hotel
diferente todas las noches, y todos tenían que ser conocidos por la
comida que elaboraban”, dice Thompson.
Thompson, Alderete y McCune forman parte de un creciente mercado en
la industria turística norteamericana: la gente que, cuando se va de
vacaciones, planea sus viajes principalmente –y, a menudo,
exclusivamente— alrededor de la comida y el vino: son los “gastronautas”.
Los miembros de esta subespecie de viajeros transcontinentales, que
planean sus propios viajes o se los confían a agentes turísticos
especializados, suelen ser urbanos, acomodados y tecnológicamente
sofisticados, lo cual pone un mundo de gastronomía en sus manos.
Además, todos están obsesionados por encontrar la mejor comida y el
mejor vino que un país o una ciudad tiene para ofrecer. Y las
compañías de viajes ofrecen “escapadas gourmet” en las que los
viajeros pueden visitar restaurantes, mercados y vinerías así como
tomar clases de cocina con chefs locales.
“Este segmento de viajeros se volvió muy popular”, dice Karen Herbst,
que opera International Kitchen, una compañía de viajes de Chicago.
“Cuando empecé, hace 11 años, en mi primer tour sólo había cuatro
clientes. En los últimos años, creció aproximadamente el 60%”. Hoy
en día, sus tours, que suelen oscilar entre los 2.000 y los 4.000
dólares por persona por semana, se especializan en todas las
regiones de Francia e Italia. El año pasado, dice, tuvo 2.300
clientes.
Los gastronautas, a diferencia de los comensales comunes y
corrientes, no se sientan en un restaurante, ordenan un plato, lo
comen y se van. Ellos escudriñan cada detalle de la experiencia
culinaria con los ojos avezados de un árbitro. Les gusta llevar a
los restaurantes botellas de vino muy caras de sus propias bodegas,
no importa cuánto les cobren por el descorche.
El máximo desafío para estos viajeros es satisfacer sus pasiones sin
terminar inflados como el muñeco de Michelin. Algunos, parece, hacen
dieta antes del viaje, otros después. “Nosotros bajamos 5 kilos
antes de ir a Francia”, recuerda Rochelle McCune. “Durante el viaje
ni nos cuidamos y, al final, recuperamos exactamente 5 libras. Así
que supongo que tuvimos suerte”..
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Fuente:
clarin.com /The
New York Times Traducción de Claudia Martínez
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