Cómo iniciar una empresa sin capital
Emprendedores que se
lanzaron sin nada cuentan los pasos que tuvieron que dar para
transformarse en empresarios. Pistas para encontrar socios
capitalistas y créditos muy baratos. Cuáles son las universidades y
fundaciones que ayudan. Contactos, datos y consejos para no
equivocarse.
El rosarino
bajó del colectivo y se dirigió hasta una cabina telefónica pública.
Traía una base de datos recién comprada en la que figuraban los
nombres y apellidos de los gerentes de sistemas de las 1.000
empresas más grandes del país.
Martín Méndez no tenía una oficina propia en Buenos Aires.
Así que no existía otra alternativa que instalarse en un teléfono
público y comunicarse desde allí para ofrecerles sus productos. En
Rosario, sus tres socios — Adolfo Rouillón, Andrés Moltecentro y
José Robledo— continuaban trabajando en Amtec. Era principios de
1998 y nadie, ni siquiera los cuatro socios, pensaban por aquel
entonces que en poco tiempo más su empresa cambiaría
vertiginosamente.
En el curso de ese mismo año los cuatro socios consiguieron que un
grupo de inversores argentinos pusiera un millón de dólares para
financiar sus proyectos. Y pocos meses más adelante firmaron otro
acuerdo con un fondo texano de inversión que les confió varios
millones de dólares más para financiar su expansión en América
Latina. Semejante inyección de capitales transformó a Amtec.
Había empezado como un pequeño negocio de dos estudiantes que
armaban y vendían computadoras en su casa. Y pasó a ser una de las
empresas vinculadas al mundo de la tecnología e Internet más grandes
de Latinoamérica.
"Nosotros no teníamos idea de que podíamos conseguir gente que
invirtiera en nuestra empresa. Hasta que un día nos sacaron una nota
en un diario mostrando nuestro emprendimiento. Y nos llamó un tipo
diciendo que quería invertir en nuestra empresa", cuenta Méndez. Esa
primera inversión fue de US$ 50.000. Los cuatro socios concluyeron
que, si de la nada, había aparecido un inversor dispuesto a poner
plata en su empresa, seguramente habría otros. Y resolvieron
encargarle a Méndez la misión.
"Empecé a viajar a Buenos Aires más seguido. Y a cada persona que
iba a ver para vender, le hablaba de la empresa y de nuestros
proyectos. Algunos de ellos en lugar de comprar decidieron invertir.
En total fueron ocho personas que sumaron alrededor de un millón de
dólares", explica.
Por esta misma época empezaron a participar en el proceso de
selección del Emprendedor Endeavor. Endeavor es una ONG con sede
central en Nueva York y oficinas en Argentina y Brasil, entre otros
países. Se dedica a realizar actividades para fomentar la aparición
y consolidación de emprendedores.
Luego de un proceso de selección la empresa rosarina fue
elegida como Emprendedor Endeavor en el año 2000. "Al ser elegidos
Emprendedor Endeavor tuvimos la posibilidad de participar de un show
room que ellos mismos organizan en Estados Unidos. Allí fuimos y
mostramos la empresa, lo que hacíamos y lo que queríamos hacer. A
ese encuentro asisten personas que tienen capitales privados para
invertir o que representan a fondos de inversión. Eso nos permitió
entrar en contacto con inversionistas estadounidenses", narra el
empresario.
Como resultado de esos encuentros los rosarinos se vincularon con el
fondo Hicks, Muse and Taste que se interesó en sus planes y
resolvió invertir varios millones de dólares para financiar su
expansión en toda América Latina.
Después de ese salto resolvieron poner en marcha una segunda
ronda para buscar más capitales. El resultado de esa nueva ronda
fue el acuerdo para integrarse en una nueva empresa denominada
Neoris. Uno de los socios de Neoris es el gigante cementero
mexicano Cemex además de una empresa venezolana, una española y
una brasileña. El ámbito de actuación es toda la comunidad
empresaria hispanoparlante en América y Europa. Noeris se dedica a
proveer soluciones tecnológicas para la operación y gestión de
empresas.
"En Argentina y en el mundo existe una comunidad de gente que busca
proyectos porque tiene capital para invertir. Lo más difícil tal vez
sea encontrar el primero y el segundo. Pero después si hay
resultados y la idea es piola se va armando una red y aparecen otras
personas. Incluso ellos mismos también son capaces de llamar a
otros", dice Méndez.
Una de las formas de intentar llegar a tomar contacto con esta
comunidad a la que describe Mendez es acercarse a ciertas
organizaciones vinculadas a la promoción de nuevos emprendedores.
"A veces lo que faltan son los puntos de contacto entre los
emprendedores y aquellos que podría invertir. Allí es donde aparecen
organizaciones como Endeavor y Naves. Estas organizaciones no te
consiguen capitales pero te pueden dar visibilidad. Y son buenos
lugares para empezar a hacer esa red de contactos", sostiene Méndez.
Naves es una organización vinculada al Instituto de Administración
de Empresas (IAE) de la Universidad Austral que organiza un
concurso para buscar emprendedores. "Algunas de las personas que
participan de los jurados de selección pueden ser inversores o
representan a gente que puede invertir", explica.
De artesano a industrial
Un domingo de agosto de 2004, un diario publicó una nota sobre el
emprendimiento de Juan Carlos Iribarren. Al día siguiente
Iribarren recibió 104 llamados telefónicos. Entre ellos el de un
empresario tucumano.
Al otro día, el tucumano se subió a un avión, llegó a aeroparque y
se tomó un taxi que lo llevó hasta el taller de Iribarren en Luján,
provincia de Buenos Aires. El hombre estaba muy interesado en
invertir en su pequeña fábrica de aviones. Para mostrarle que
hablaba en serio llevó con él extractos bancarios en donde
constaba que disponía de US$ 180.000 en efectivo para invertir de
inmediato.
Otro de los llamados que recibió era de la empresa Zanella, que le
ofrecía asociarse para industrializar sus aviones ultralivianos. Y
ofrecía capital, capacidad de producción y una red de 300
concesionarios. Pocos meses después Aerozanella está en marcha y
dentro de pocos días saldrán al mercado los primeros
ultralivianos industria argentina.
"No quería perder la oportunidad pero no sabía qué hacer. Entonces
me acerqué a la incubadora de empresas de la Universidad de Luján.
Allí me asesoraron y me guiaron muy bien", cuenta Iribarren.
"Tuve muchos ofrecimientos y finalmente elegí la oferta de Zanella.
Yo pongo el conocimiento y el proyecto. Zanella pone el capital y su
estructura industrial y comercial. Y soy socio y gerente del
proyecto. Para mí es un gran orgullo porque significa que Argentina
vuelve a fabricar aviones", explica.
Hasta agosto del año pasado Iribarren era dueño de un taller
artesanal adonde fabricaba sus aviones por encargo. Claro que su
vida había estado relacionada con los aviones desde niño. "Mi vida
está signada por los aviones. Desde los cinco años que hice por
primera vez un vuelo que me llevó mi padre soy un apasionado de
esto", explica. "Soy un autodidacta. Desde toda la vida leo todo lo
que puedo sobre aeronáutica", afirma.
Iribarren es diseñador gráfico y vivía de esa actividad.
Hasta que empezó a alternar la publicidad con la construcción de
algún avión por encargo. Hace tres años empezó a notar que en su
bolsillo pesaba más el "hobbie" que la profesión. Y resolvió
dedicarse por completo a los aviones.
"El hecho de haberme acercado a una universidad con un equipo de
psicólogos, contadores, gente de marketing, gente que conoce de
propiedad intelectual, etc., me abrió los ojos y me hizo pensar.
Estas son herramientas para aprovechar. Especialmente para los que
quieren encarar un negocio y no saben cómo consolidarlo, acercarse a
una universidad sirve", asegura Iribarren.
Las perspectivas de la nueva Aerozanella son muy auspiciosas.
Todavía no empezó la producción y ya cuenta con pedidos en espera
por mil unidades, según cuenta Iribarren, que pasó de ser artesano a
industrial con todas las de la ley.
"Estamos buscando más emprendedores como Iribarren. Estamos
sumamente interesados en crear nuevos productos. Tenemos capacidad
para producir y comercializar y estamos interesados en contactarnos
con gente que pueda tener proyectos con la que podamos hacer
alianzas para producir. Nos interesa la posibilidad de fabricar
desde un pequeño auto económico hasta vehículos utilitarios chicos y
algo para náutica", declara Cecilia Fraire, directiva de Zanella.
"En Argentina existen nichos de mercado que están ocupados solamente
por productos importados que son muy caros. Acá se pueden hacer con
igual calidad y precios mucho mejores. Y nosotros estamos en
condiciones de hacerlo", explica.
Zanella es una empresa argentina tradicionalmente dedicada a la
fabricación de motos. Viene experimentando una fuerte
recuperación desde hace tres años. "En el 2002 estábamos
haciendo 3.000 motos, en el 2003 hicimos 9000, en el 2004 hicimos
26.000 y este año aspiramos a las 45.000", grafica Fraire.
El grupo que actualmente controla Zanella está formado por una serie
de inversores encabezados por Walter Steiner, un suizo que llegó
hacia mediados de los noventa a la ciudad de Córdoba. Holderbank, el
gigante suizo del cemento había comprado la cementera cordobesa
Minetti. Y Steiner vino enviado por los suizos como gerente general.
En 1999 dejó ese cargo y junto a otros inversores argentinos y del
extranjero compraron Zanella.
Zanella acusó el impacto de la recesión y la crisis de la
convertibilidad. Pero luego de la salida de la convertibilidad, la
compañía empezó a tener un crecimiento casi explosivo y hoy
se encuentra en plena expansión. Y tiene intenciones de diversificar
su producción y hacer alianzas con Pymes o emprendedores para
nuevos proyectos.
"Tenemos tres plantas industriales. Una en Caseros, otra en San Luis
y otra en Cruz del Eje, que en este momento está parada pero que
está lista para funcionar en nuevos proyectos", comenta Fraire.
Una solución en fideicomiso
Juan Dolan, Guillermo Benvenutto y Diego Gautero son los fundadores
de Qualis, una empresa santafesina que se dedica a fabricar hardware
para redes informáticas de voz y de datos. Ellos encontraron una
manera relativamente novedosa de solucionar el problema que
aqueja a muchos emprendedores y pequeñas y medianas empresas
argentinas: la falta de capital para poner en marcha sus proyectos.
Su solución fue constituir su empresa como un fideicomiso. "Teníamos
un proyecto y percibíamos que teníamos una coyuntura favorable para
ponerlo en marcha. Pero no teníamos el capital necesario", cuenta
Gautero. "Mostramos nuestro proyecto a un grupo inversor local y les
propusimos integrar un fideicomiso".
Existen varios tipos de fideicomisos. Pero en términos generales se
puede afirmar que es un fondo que se constituye a partir del
aporte de capital que realizan varios inversores. Ese fondo se
arma con un fin específico que se define expresamente al momento de
su constitución. "El fondo tiene un estatuto donde dice para que se
constituye el fondo. Y se dice como se va a aportar a ese fondo. Se
define el objeto de la empresa y se designa alguien que lo
administre", explica Gautero.
Para armar un fondo fiduciario son necesarias tres partes. Un
fiduciante que aporta capital. Un administrador que es encargado de
la gestión del fideicomiso. La tercera parte son los beneficiarios
que son los dueños de los beneficios que eventualmente produzca el
fideicomiso. El fiduciante y el beneficiario puede o no ser la misma
persona. Mientras que el administrador debe ser, necesariamente,
una persona diferente a los otros dos.
Desde el punto de vista de los inversores, la ventaja consiste en
que los dueños del fondo sólo responden por el capital aportado.
"Ese capital está separado del resto del patrimonio de los
inversores. Por lo que en ningún caso arriesgan más allá de lo que
efectivamente invierten en el fondo", explica Walter Bernachi,
contador de Qualis.
Dicha "separación" también opera del otro lado. El capital del fondo
fiduciario no puede ser enajenado por problemas que surjan por
fuera de la actividad del fideicomiso, cosa que sí ocurre con
las acciones de una sociedad anónima.
"Nosotros organizamos algunos fideicomisos. A veces los utilizamos
para represtar ese dinero y obtener cierta rentabilidad, que luego
volcamos en otras actividades. Y en algunas otras ocasiones los
usamos para financiar actividades productivas", explica Mario
Melchiori, gerente financiero de BICA.
BICA es una cooperativa con actuación en la provincia de Santa Fe.
Tradicionalmente se dedicó a la actividad financiera. Pero también
incursiona en otro tipo de actividades. Es dueña de una
comercializadora de bebidas. Y recientemente adquirió parte de
Merengo, una empresa muy tradicional de la ciudad de Santa Fe
dedicada a la producción de alfajores y a la gastronomía.
Para esta cooperativa santafesina "los fideicomisos resultan un modo
muy interesante de poder financiar nuestros proyectos y para los
inversores implica tener más rentabilidad que un plazo fijo",
explica Melchiori.
"También hemos organizado dos fideicomisos privados que luego se
usaron para financiar proyectos de productores agropecuarios",
sostiene. En este último caso el fideicomiso fue organizado
específicamente para financiar proyectos productivos del sector
agropecuario. Así se captan capitales que poseen algunas personas
dispuestas a invertir en el financiamiento de ciertas actividades en
la medida en que estos les resulten atractivos.
Capital científico
Ricardo Kratje y Marina Etcheverrigaray querían volver al país.
Durante algunos años habían estado haciendo estudios
posdoctorales en biotecnología en Alemania. Frente a ellos se
abrían dos posibilidades. Hacer como algunos otros científicos
compatriotas y quedarse en el exterior o intentar la vuelta a la
Argentina.
Su proyecto era armar algún emprendimiento para aplicar sus
conocimientos en el país. Los dos eran investigadores de altísimo
nivel. Pero no tenían capital como para poner en marcha una
empresa de biotecnología que requiere inversiones importantes.
Así que empezaron a buscar alternativas. Se pusieron en contacto con
Marcelo Daelli, una persona que conocía de cerca la situación y
perspectivas futuras del mercado farmacéutico y tecnológico en el
país y lo incorporaron al proyecto.
En esa charla comenzó a delinearse lo que sería Zelltek. Los dos
investigadores conocían cómo se podía hacer para usar biotecnología
para producir ciertos insumos para la producción de medicamentos.
"Cuando comenzamos, la industria farmacéutica argentina tenía
precios tan altos que a nadie le preocupaba sus costos. Nosotros
pensamos que eso no iba a ser siempre así y concluimos que la
apuesta debía pasar por desarrollar una tecnología de procesos que
permitiera no sólo producir sino producir a muy bajo costo y para
eso podíamos usar la biotecnología", dice Marcelo Daelli.
Por esa misma época, en la ciudad de Santa Fe, la Universidad
Nacional del Litoral estaba intentando poner en marcha la primera
incubadora de empresas de base tecnológica que funcionaría en el
país en una universidad pública. Los tres socios, Kratje, Daelli y
Echeverrigaray dialogaron con las autoridades universitarias
y llegaron a un acuerdo.
La universidad aportaría infraestructura y parte del personal y los
socios de Zelltek sus conocimientos. Así se empezó a trabajar. Se
consiguió un primer aporte para financiar el proyecto mediante un
acuerdo con una entidad de cooperación de la Unión Europea. Luego
vino un crédito procedente de la Secretaría de Ciencia y Técnica.
Esa primera inyección de dinero permitió dar los primeros
pasos. Pero poco después fue necesario incorporar más capital.
La solución fue articular un acuerdo con dos empresas ya
consolidadas que les aportaran esa espalda financiera: los
laboratorios Pablo Cassará y Genargen. Ese acuerdo les permitió
incorporar más capitales para poder aumentar la capacidad de
producción.
De la nada y sin disponer de capitales propios, los tres socios
habían logrado transformar una idea en una empresa cuyo último
balance cerrado a mediados de 2004 arrojó ventas por cerca de $ 9
millones.
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Fuente:
clarin.com
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