De
acuerdo con esta definición, inventada en 1994 por el periodista
británico Mark Simpson, el típico metrosexual es joven, con poder
adquisitivo, que vive cerca de las grandes metrópolis donde se
encuentran las mejores tiendas, clubes nocturnos, gimnasios y
peluquerías.
Que sea hétero, homo o bisexual es
lo de menos, este nuevo hombre se concentra en su propio ser
como el principal objeto de su amor y placer. El narcisismo
juega un papel importante en el desarrollo de la metrosexualidad.
La creciente aceptación de la
comunidad gay en la sociedad, estereotípicamente vinculada a
preocupaciones estéticas y la moda, ayudó a impulsar este nuevo
concepto de masculinidad.
El hombre modesto, estoico,
conservador y áspero empezó a recibir el mensaje gay sobre el buen
vestir, la depilación corporal, la humectación del cutis,
tinturación del cabello y la refinación del gusto como elementos
esenciales de la expresión del ser. El metrosexual es un hombre en
contacto con su lado femenino.
Sin embargo, lo que ha consolidado la
supervivencia de esta nueva especie de hombre han sido las fuerzas
del mercado. El consumismo y la obsesión por la imagen
inherentes en el metrosexual hacen que sea objetivo principal
de las tiendas, los medios y compañías publicitarias.
Existen nuevas líneas de moda,
accesorios, cosméticos, artículos de belleza y revistas para los
conversos que aspiran a parecerse a algunos de los iconos de la
metrosexualidad como el futbolista inglés David Beckham