NUEVA YORK.- La primera incursión de Paul G. Allen en la
cohetería no fue nada auspiciosa. "Mi primo y yo
tratamos de fabricar un cohete con la pata de una silla
de aluminio", señaló Allen. Con tan sólo 12 años, el
futuro multimillonario buscó zinc y azufre en su juego
de química, y comprimió la mezcla de combustible en el
tubo. Había acertado con la fórmula, pero no había
examinado el punto de fusión del aluminio.
"Hizo un gran estrépito -señaló- y luego se derritió."
Sus cohetes mejoraron desde entonces y son mucho más
grandes. Allen, uno de los cofundadores de Microsoft, es
responsable de la SpaceShipOne, el pequeño cohete
tripulado que triunfó el año pasado en la competencia
Ansari X Prize, dotada con un premio de 10 millones de
dólares, como la primera nave financiada con capital
privado que voló hasta los 100.000 metros de altura.
Allen no es el diseñador, tampoco es uno de los pilotos
de prueba que realizaron los vuelos triunfales de la
competencia. Allen es, en cambio, quien menos gloria se
lleva pero sin él nada es posible: es el tipo que firma
los cheques. E hizo lo que hacen los ricos: contrató
gente eficiente.
El vuelo de la SpaceShipOne lo convirtió en el miembro
más renombrado de un creciente club de multimillonarios
de la alta tecnología, que incluye al fundador de Amazon,
Jeff Bezos, que cuentan con el dinero suficiente para
cumplir sus fascinantes sueños infantiles relacionados
con el espacio.
Rick N. Tumlinson, cofundador de la Fundación Space
Frontier, grupo que promueve el acceso de la gente al
espacio, expresó que la iniciativa se había convertido
en un símbolo de status entre genios excéntricos. "Ya no
basta con tener un avión Gulfstream V. Ahora se debe
tener cohete propio", añadió.
Muchos autoproclamados "excéntricos del espacio" afirman
que la posibilidad de que emprendedores como Richard
Branson, del Virgin Group, puedan ayudar a la gente
común y corriente a ver la profunda oscuridad del
espacio -bueno, a la gente rica al menos- ha apartado en
gran medida la emoción que durante mucho tiempo causaron
los esfuerzos espaciales humanos financiados por el
gobierno.
Capitalistas del espacio
La nueva generación de acaudalados emprendedores
espaciales incluye a Jeff Bezos, que fundó Blue Origin,
y discretamente anunció este año que había comprado
60.000 hectáreas en el oeste de Texas como base de
operaciones para sus futuros lanzamientos.
Elon Musk, el fundador de PayPal, creó la compañía de
cohetes SpaceX, mientras que John Carmack, el creador de
juegos de computación como Doom y Quake, ha estado
ensayando diseños de cohetes en su empresa, Armadillo
Aerospace, cerca de Dallas.
El motor para la nave de Allen fue desarrollado por
SpaceDev, una compañía formada por Jim Benson, otro
emprendedor de la computación convertido en hombre del
espacio. Y Larry Page, uno de los fundadores de Google,
hace poco se sumó al directorio de la Fundación X Prize.
"El surgimiento de los capitalistas espaciales es un
momento único en la historia", indicó el doctor Peter H.
Diamandis, un cofundador del X Prize. "Hay suficiente
riqueza -prosiguió- controlada por ciertos individuos
como para desarrollar importantes iniciativas
espaciales. Además se sienten frustrados. Los sueños y
expectativas que el programa Apolo generó para todos
esos emprendedores no lograron hacerse realidad. Y de
hecho, quienes analizan la cuestión se dan cuenta de que
el costo de ir al espacio ha aumentado y la
confiabilidad, en efecto, ha disminuido."
Para Allen, de 52 años, SpaceShipOne no fue un proyecto
de juguete para armar y olvidar. Fue la expresión de una
pasión de toda la vida, según dijo, "un amor por la
ciencia y la tecnología, y lo que se puede lograr con la
ingeniería".
Recordó el entusiasmo generalizado en los años 60 con
las misiones espaciales Mercurio, Géminis, y Apolo
cuando quedó embelesado, según dijo, y probablemente más
que los chicos.
Sin embargo, a medida que las imágenes de la Luna
enviadas por la misión Apolo dejaron de transmitirse,
Allen vio que su voraz interés en las ciencias se
extendía hacia otros campos: la química, y a los 15
años, cuando conoció a otro adolescente llamado Bill
Gates, la computación.
Incluso después de fundar Microsoft como una pequeña
empresa de software mantuvo vivo su interés en el
espacio. "En algún rincón de mi mente, siempre existió
el vago deseo de que algún día trataría de hacer algo
relacionado con la actividad aeroespacial o la
cohetería", señaló Allen.
"Anteriormente, la afición a la cohetería era
esencialmente una actividad de fines de semana de grupos
de individuos que se divertían lanzando sus modelos. La
computación de bajo costo y alto poder redujo el gasto y
la cantidad de problemas inherentes al diseño de
cohetes. Grupos de aficionado lanzan sus modelos hasta
los 9000 u 11000 metros de altura, a un costo de varios
miles de dólares", afirmó John Wickman, un ingeniero
aeroespacial que escribió una guía popular para fabricar
cohetes.
"Uno puede juntar un par de tipos, y si la esposa no lo
estrangula por gastar dinero de esa manera,
probablemente logre su propósito", agregó. Pero los
aficionados sólo podrían llegar hasta esas alturas, sin
esperanza alguna de concebir y diseñar una nave que
pudiera superar los 100.000 metros de altura que la
competencia Ansari X Prize definió como el confín del
espacio.
"El actual programa espacial norteamericano es una
actividad pasiva sin conexión con quienes la siguen de
cerca, o con sus hijos", advirtió Tumlinson. "La nueva
carrera espacial -continuó- es diferente: se trata de
que uno puede hacerlo."
Los funcionarios de la NASA de ayer y de hoy sostienen
que no es tan fácil. Aunque elogian las conquistas del
equipo Rutan-Allen, previenen que hay una gran
diferencia entre alcanzar la cúspide del espacio, como
lo hizo la NASA en los años 60, y construir algo que
pueda resistir las inclementes condiciones del espacio
orbital y el reingreso a la atmósfera.
Sean O´Keefe, ex administrador de ese organismo,
calificó al éxito del SpaceShipOne de "gran conquista"
pero también dijo que era "un modesto primer paso". "La
aventura por la aventura misma del proyecto SpaceShipOne
jamás podría ser aprobada en la NASA. Si hubiéramos
autorizado a alguien a subir con sólo un traje de vuelo
a un avión de plástico impulsado por gas hilarante, al
día siguiente hubiese habido una investigación por parte
del Congreso, aunque el vuelo hubiera sido exitoso o
no."
Allen comprende mejor que nadie los desafíos. "Es mucho
más difícil realizar vuelos orbitales", reconoció. Pero
su objetivo inmediato es menos grandioso: sentar las
bases del negocio de transporte de
pasajeros-aventureros, durante un corto lapso, al
espacio.
"Se trata de un objetivo realista. Hay mucha gente que
pagaría por vivir esa experiencia, y además uno puede
realmente obtener un dividendo por cada dólar invertido
-se esperanzó Allen-. Tengo muchas posibilidades de
recuperar mi inversión".
Invirtió unos 20 millones de dólares en el proyecto, una
suma aproximada a la que cobra de intereses en el lapso
que usa el hilo dental. Sentado en la sala de control
del programa SpaceShipOne durante los lanzamientos,
confesó que tenía el corazón en la garganta y sintió
profundamente el riesgo al que se exponían los pilotos.
Sin embargo, no tiene apuro por alcanzar él también las
fronteras del espacio. "Después de que se demuestre que
es absolutamente seguro, podría considerar esa
posibilidad. Tengo muchas cosas que quiero realizar y
espero verlas prosperar", concluyó el multimillonario
emprendedor.
Por John Schwartz
De The New York Times
Traducción: Luis Hugo Pressenda