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Pegame que me gusta: el negocio de dar y recibir por placer

¿Cómo son los adictos al sadomasoquismo en la Argentina? ¿Quiénes pagan por ser esclavos? ¿Cómo se preserva la sanidad física? Claves de un negocio tabú que no para de crecer.

Es una vieja casona sin decorados minimalistas. Ya en la entrada, da miedo. Hay látigos, sogas y cadenas por todas partes. Mientras nos preguntamos qué hacemos ahí, nos aferramos a lo único amigable que ofrece el paisaje: la mano del “Ama” Sandra, maestra de ésta, la Primera Escuela Sadomasoquista de la República Argentina. Ya no habrá marcha atrás. Aunque parezca mentira, varios hombres y pocas mujeres, a cambio de generosas sumas de dinero, pronto serán profesionales en eso de dar y recibir dolor para conseguir mayor placer.

 
Dómina Sandra
Maestra y Ama
“Hay que estudiar muy bien el juego
para prevenir accidentes”


Sin dudas, Sandra es la más famosa dentro en el mundo del sadomasoquismo (SM) local. En su juventud fue esclava y ahora, desde hace casi dieciséis años, es una de las “Dominatrixs” (amas) más buscadas por los consumidores argentinos. La mujer sabe muy bien de qué se trata este negocio y lo cuenta, cautelosa. “A diferencia de Europa, en la Argentina, el SM está prácticamente rechazado porque vivimos en una sociedad demasiado careta. A la mayoría le gusta hacerlo, pero no confesarlo”, arranca. “¿Qué es una relación sadomasoquista?”, preguntamos y Sandra contesta con el manual: “Es cuando dos personas cumplen con los tres preceptos del BDSM - bondage, dominación, sadomasoquismo- y se involucran en una relación sana, segura y consensual que tiene como variante un rol sumiso y un rol dominante”.

Sus servicios educativos se dividen en dos. Por un lado, la escuela de sadomasoquismo, creada específicamente para quienes quieran aprender a ser amo/a o para adiestrar esclavos/as; y, por el otro, la escuela de transformismo, exclusiva para hombres que llegan dispuestos a vestirse con ropas femeninas, maquillarse y usar tacos altísimos. Los números delatan a la muchachada masculina: el 90 por ciento de los alumnos de Sandra son señores que, gustosos, están dispuestos a dar o a recibir cualquier tipo de humillación. “En cuanto a las chicas, creo que hay más sadomasoquistas argentinas de las que suponemos”, comenta. Y agrega otro dato curioso: “algunos llegan desde las provincias para perfeccionarse”.

Ahora bien, ¿qué se necesita para aprender a ser amo o esclavo? Respuesta uno: ganas de involucrarse en el juego y conocer sus límites. Respuesta dos: plata para costearse los estudios. Ni la dueña ni la información de su página web quieren soltar prenda sobre la tarifa exacta de los cursos, pero el perfil de los estudiantes sirve para deschavarlo: todos pertenecen a una clase social (clase media y alta) que pueden darse ciertos lujitos. “Los pobres están preocupados por sobrevivir y no por gratificar su cotidianeidad con juegos sexuales”, teoriza la Ama. Dato importante: ¿a qué se dedican los clientes? “La mayoría son abogados, jueces, ingenieros o técnicos en informática”, aseguran desde la escuela, discretos.

 
Sofía
esclava
“No trabajo para Sandra, soy suya”


Desde hace tres años y medio, Sofía es una de las esclavas de Sandra. Según sus (pocas) palabras, eligió ese rol porque, de los dos posibles, es el que más la satisface. “No trabajo para Sandra, soy suya”, dice, alegremente. Más allá de su confesión, Sofía también tiene tiempo para comentar las pautas que rigen su “tarea de servicios”. “Accedo a lo que la Ama me dice y, a veces, me sorprendo pasando mis propios límites: quemaduras, sangre y cualquier otra acción que suponga dolor no placentero”, explica. Y hasta se permite recordar la única vez que estuvo en serios problemas: “En una oportunidad, dentro de una relación de dominación, sentí que mi amo no tomaba esto como un juego y que descargaba todos sus problemas personales en mí y me asusté”, concluye.

Otra actividad de esta escuela es la subasta de esclavos. Sí, así como lo leen. A ciento noventa y dos años de la Asamblea del año XIII -asamblea que liberó “oficialmente” a los cautivos criollos- todavía existe un espacio en donde se adquieren dominados para satisfacer a sus amos por tiempo determinado. Aunque, para ser sinceros, hay algunas diferencias con las subastas extranjeras: “Afuera se juega de verdad y se compran personas por 6 meses o cinco años de esclavitud. Una vez, hasta se pagó cinco mil euros por una esclava”, dice la Dominatrix autóctona. En la Argentina, como suele suceder, todo es más pobretón: se han subastado esclavos por 110 pesos y también por sólo uno.

Ahora bien, ¿qué se hace con un esclavo cuando se lo adquiere? Al comprarlo, el amo juega con él (o sea, practica el sadismo con él) teniendo en cuenta los límites del famoso “código de piedad del sadomasoquismo”, especie de estatuto que obliga respetar el mutuo consentimiento, el respeto y el cuidado físico-mental de ambas partes.

 
Dorothy Hyden
Psicoanalista
“La mayoría de las civilizaciones unió dolor con espiritualidad”


Un estudio publicado en 2002, reveló que el 19 por ciento de las mujeres y el 54 por ciento de los hombres tienen, por lo menos, una fantasía sexual al día. Es decir, una representación mental de algo creado en la imaginación que forma parte y alimenta sus vidas sexuales. Indudablemente, el SM es una de las fantasías más populares que algunos también deciden llevar a la práctica. Desde el punto de vista psicológico, el término “masoquismo” define el placer sexual asociado con el deseo de recibir dolor, humillación o dominación. Este término fue descrito por el famoso médico alemán Kraft Ebbing, tomándolo del apellido de un profesor de Historia y devenido luego en novelista: el austriaco Von Sacher Masoch, quien escribió varias obras de tono masoquista.

Además de darle nombre, Kraft Ebbing ubicó el SM entre las “Psicopatías sexuales” y fue el primer paso en un camino lleno de mala prensa. Tratando de probar que, en la historia, no siempre fue así, Dorothy Hyden, psicoanalista especializada en fetichismo y adicciones sexuales, recordó en uno de sus estudios que, hace un milenio, “la mayoría de las civilizaciones unió masoquismo con espiritualidad”. Según Hyden, en las religiones tradicionales de occidente, el deseo era combatido con “penas” que a menudo involucraban humillación, dolor y sumisión. O sea, algo muy parecido al sadomasoquismo actual...


Se acaba la visita. Los cueros, las tachas, los látigos, los hombres arrastrados por el suelo, los gemidos de dolor y de placer inundan el ecosistema. Queda una última pregunta: ¿Por qué se aconseja ir a una escuela SM? “Hay que conocer del tema. Todos debemos respetar el mutuo consentimiento y el cuidado físico de ambas partes. Hay que saber cómo jugar y cómo prevenir accidentes”, concluye la Ama, látigo en mano. Y nadie se atrevió a contradecirla. Ni siquiera nosotros. Por las dudas

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Fuente: clarin.com

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