¡Atención!: el hombre
más viejo del mundo cuenta cómo hizo para llegar a los 114 años
El
hombre más viejo del mundo está de pie, recibiendo en su casa, un poco
inclinado y con las rodillas levemente dobladas, vestido con su mejor
ropa de invierno. Joan Riudavets, quien cumplió 114 años en diciembre,
lleva gorra y corbata, y sobre sus múltiples capas de sweaters, luce
un cardigan Lacoste azul. El venerable señor piensa que a los
invitados siempre hay que darles la mejor bienvenida. Y eso, digan lo
que digan los médicos, implica pararse a estrecharles su mano. “Estoy
bien”, dice, en español, rechazando cualquier ayuda. Su hija, Paca,
acaba de llegar del centro de Es Migjorn, la aldea de la isla de
Menorca donde Joan vive desde siempre, en la misma calle, desde el día
en que nació. “Se supone que tiene que quedarse sentado cuando yo no
estoy, pero no siempre obedece”, se disculpa ella.
Pero Joan sí hace caso a uno de los pocos consejos que da a quienes
quieren conocer sus secretos de longevidad: “Hay que moverse, hay que
seguir adelante”. Riudavets insiste en que no se siente lo bastante
viejo como para batir records. “Dicen que soy el abuelo del mundo”,
bromea. “En realidad, no podía creerlo cuando me lo dijeron. El cuerpo
no me duele para nada. Tengo 114 años pero no sé lo que es un dolor de
cabeza. ¡Mire! Tengo el pulso estable. Todavía puedo sostener una
lapicera y escribir perfectamente bien.” Joan charla animadamente,
gesticulando y frotándose las manos. De tanto en tanto, si la frase es
muy larga, las palabras se le estrangulan y, algunas veces, también
cuesta entenderle. Cada tanto, pierde el hilo de la conversación,
pero, en general, está lúcido.
Riudavets ingresó en el libro de los récords en septiembre de 2003,
cuando el japonés Yukichi Chuganji murió a su misma edad, 139 días
después de cumplir los 114 años. Entre sus contemporáneos, también
nacidos en 1889, estaban Charles Chaplin y Adolf Hitler. La Torre
Eiffel fue terminada ese mismo año, al tiempo que la Reina Victoria
accedía al trono británico y Jack el Destripador todavía seguía en
carrera. Su receta para vivir tanto no tiene casi nada que ver con las
dietas ni las rutinas de gimnasia, pero, en cambio, sé está muy
relacionada con la vida interior. “Vivir tranquilo y tratar bien a los
demás”, aconseja mientras toma una copa de vino moscatel dulzón y come
unos bizcochos caseros hechos por Paca. Siempre bebió un poco, pero
con moderación. Y dejó de fumar en 1922, a los 33 años.
Tal vez no lo considere importante, pero Joan es una publicidad viva
de la dieta mediterránea. “Como de todo”, dice. “Porotos y arvejas,
fruta y verduras, carne y pescado. Pero, sea lo que sea, me gusta bien
cocido”. A Joan le habría gustado ser jugador de fútbol, pero, como
tantas otras cosas, cuando él nació el juego todavía no se había
inventado. O, más bien, no había llegado a Menorca. Tenía 12 años
cuando se fundó el Real Madrid. “Es Migjorn fue el primer lugar de
Menorca que incluyó al fútbol en sus fiestas de verano”, recuerda.
“Pero eso fue a mediados de la década del 20”, cuando é tenía treinta
y pico... Es que, cuando nació, gran parte de lo que damos por
sentado, aún no existía: la radio, el auto en serie, el avión
comercial, el cierre relámpago...
Riudavets se acuerda del primer auto que circuló en la isla: “Iba muy
rápido, chocó y volcó”, se ríe. De todas maneras, para él, la
electricidad es el mayor invento introducido en Es Migjorn durante su
vida. “Había leído al respecto y la había visto en Mahon, la capital
de Menorca”, dice. Está tan agradecido a la electricidad porque
también le proporcionó una nueva forma de entretenerse: cortarles la
luz a los vecinos. Joan nunca aprendió a manejar, pero se sentía
orgulloso de su bicicleta: en una isla del tamaño de Menorca, que
apenas tiene 50 kilómetros de diámetro, no hace falta mucho más.
“Siempre me gustó el movimiento”, explica, balanceando los brazos. “Me
encantaba andar en bicicleta, nadar y bailar, por supuesto. Lo que más
me gustaba era el fandango.”
Pero su amor más grande ha sido la música. “Aprendí a tocar la
guitarra y el violín cuando era chico”, recuerda. Al mismo tiempo,
empezó a trabajar en el taller de zapatería de su familia, donde
permaneció hasta que se jubiló, en los años 50. Por entonces, se hacía
lo que decía su padre. “Nunca nos faltó trabajo. Hemos tenido mucha
suerte”, dice, sin rencores. Aunque Joan fue uno de los pocos de su
generación que aprendió a escribir, le gustaría haber estudiado más y
ser médico o maestro. “Me gustaba la escuela”, dice. “Pero tenía que
trabajar con mi padre”. Fue un hijo obediente: “Una de las razones por
las que aprendí a escribir es que me levanté una mañana y había un
libro en mi habitación. Lo tomé como una señal de mi padre: quería que
aprendiera y lo hice”.
Lo que Joan más lamenta es no haber conocido nunca a su madre. Murió
15 días después de que él nació, a los 24 años, y no dejó ni una foto.
“Siempre lo lamenté y lo lamento más a medida que pasa el tiempo”,
dice. Los Riudavets son excepcionalmente longevos. CERE, uno de sus
hermanos, vive a unas pocas casas, sobre la misma calle. Pero es
apenas un muchacho de 103. “Está sordo como una piedra”, explica Paca.
“Pero creo que podría bajar corriendo la calle, si quisiera, claro,
porque vive empacado”. Otro hermano, más joven aún, vive en Mahon.
Tiene 98, pero con los antecedentes familiares, ni siquiera lo
consideran viejo. Un grupo de científicos de Boston, Estados Unidos,
fue a verlos, a la caza de los secretos genéticos de la longevidad de
los Riudavets. Pero no han sacado ninguna conclusión.
El Libro Guiñes de los Récords lleva el registro de unos 40 "súper
centenarios", todos mayores de 110. En septiembre, cuando Joan se
convirtió en el hombre más viejo del mundo, en realidad, era el cuarto
ser humano más longevo. Es que, tradicionalmente, la plusmarca es
siempre femenina. Sin embargo, a las pocas semanas, el invierno
japonés se llevó a Kamato Hongo, de 116 años, y a Mitoyo Kowate, de
114; lo que consagró a Charlotte Benkner de Ohio, EE.UU., que tiene
apenas 25 días más que Joan. Pero, pocos días después, Benkner también
murió. Su suerte ha convertido a Joan en una celebridad, casi una
atracción turística. Sus visitantes favoritos son los chicos de la
isla. “Me preguntan qué hago y les digo que yo soy un vago, pero que
ellos deben estudiar”, dijo.
No lo dice en broma: Joan puede pasar 15 horas en la cama la mayor
parte de las noches. Se queda acostado, recordando. “Es donde mejor me
siento”, dice. Hacer lo correcto o portarse bien, han sido sus
preocupaciones de toda la vida. “Siempre traté de pensar bien de los
demás. Nunca mentí o, por lo menos, no intencionalmente”, dice. Aun
hoy, su principal preocupación es que todos estén contentos: “Pienso
mucho en las cosas que debería hacer bien para poder dejar a mi
familia feliz y satisfecha. No quiero que nadie se ponga triste por
mí”, dice. Es probable que los científicos, que luchan para encontrar
la explicación a su longevidad, no estén buscando en el lugar
correcto. Le han tomado muestras y bucean en sus genes. Pero el
secreto de Joan está en el corazón.
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