Vender
vino sin botellas
El próximo mes
de marzo se cumplen diez años desde que este artículo -absolutamente
pionero y que fijó las bases para una crítica eficaz a la propiedad
intelectual en la era digital- vio la luz en papel, en la revista
Wired con el título «The Economy of Ideas». Desde entonces ha sido
citado y reproducido innumerables veces y se ha convertido en una
referencia imprescindible para una crítica cabal a quienes tratan de
imponer el viejo modelo de la propiedad intelectual y del copyright a
Internet y a toda obra digital.
Vender vino sin botellas
La economía de la mente en la Red Global
John Perry Barlow
1994
En marzo de 2004 se cumplen diez años desde que este artículo
-absolutamente pionero y que fijó las bases para una crítica eficaz a
la propiedad intelectual en la era digital- vio la luz en papel, en la
revista Wired con el título «The Economy of Ideas».1Desde entonces ha
sido citado y reproducido innumerables veces y se ha convertido en una
referencia imprescindible para una crítica cabal a quienes tratan de
imponer el viejo modelo de la propiedad intelectual y del copyright a
Internet y a toda obra digital. Muchas de sus previsiones han
resultado asombrosamente certeras y, pese al tiempo transcurrido, el
artículo conserva su vigencia en lo fundamental. Sin embargo, en
castellano solo ha aparecido (que sepamos) en un especial de la
revista El Paseante (nº 27-28), titulado «La revolución digital y sus
dilemas», publicado en 1998 y por tanto bastante difícil de encontrar
hoy en día. Además, era una traducción incompleta pues, por causas que
desconocemos, se publicó con sensibles recortes. Aparte de la de El
Paseante, no existe ninguna otra traducción castellana en la Red, por
lo que, con motivo de los diez años de su publicación en Wired, hemos
decidido ponerla disponible, revisando la traducción cuidadosamente,
corrigiendo algunas erratas y errores de interpretación y traduciendo
todos los fragmentos (nada menos que doce párrafos) que no se
incluyeron en la traducción original, trabajo este último que hay que
agradecer a Raúl Sánchez. También hemos devuelto al texto su
estructura original, basándonos en la versión publicada por la EFF.2Las
notas a pie de páginas son todas de esta edición.
Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible que las demás
de ser objeto de propiedad exclusiva, esa es la acción del poder del
pensamiento que llamamos idea, algo que un individuo puede poseer de
manera exclusiva mientras la tenga guardada. Sin embargo, en el
momento en que se divulga, se fuerza a sí misma a convertirse en
posesión de todos, y su receptor no puede desposeerse de ella. Su
peculiar carácter es también tal que nadie posee menos de ellas porque
otros posean el todo. Aquel que recibe una idea mía, recibe
instrucción sin mermar la mía, del mismo modo que quien disfruta de mi
vela encendida recibe mi luz sin que yo reciba menos. El hecho de que
las ideas se puedan difundir libremente de unos a otros por todo el
globo, para moral y mutua instrucción de las personas y para la mejora
de su condición, parece haber sido concebido de manera peculiar y
benevolente por la naturaleza, cuando las hizo, como el fuego,
susceptibles de expandirse por el espacio, si ver reducida su densidad
en ningún momento y, como el aire, en el que respiramos, nos movemos y
se desarrolla nuestro ser físico, incapaz de ser confinadas o poseídas
de manera exclusiva. Las invenciones, pues, no pueden ser, por su
naturaleza, sujetas a propiedad. - THOMAS JEFFERSON
En todo el tiempo que llevo recorriendo el ciberespacio, sigue sin
haberse resuelto un inmenso interrogante que se halla en la raíz de
casi todas las tribulaciones legales, éticas, gubernamentales y
sociales que se plantean en el mundo virtual. Me refiero al problema
de la propiedad digitalizada.
El acertijo es el siguiente: si nuestra propiedad se puede reproducir
infinitamente y distribuir de modo instantáneo por todo el planeta sin
coste alguno, sin que lo sepamos, sin que ni siquiera abandone nuestra
posesión, ¿cómo podemos protegerla? ¿Cómo se nos va a pagar el trabajo
que hagamos con la mente? Y, si no podemos cobrar, ¿qué nos asegurará
la continuidad de la creación y la distribución de tal trabajo?
Puesto que carecemos de una solución a lo que constituye un desafío
completamente nuevo, y al parecer somos incapaces de retrasar la
galopante digitalización de todo lo que no sea obstinadamente físico,
estamos navegando hacia el futuro en un barco que se hunde.
Esta nave, el canon acumulado del copyright y la ley de patentes, se
creó para transportar formas y métodos de expresión completamente
distintos de la vaporosa carga que ahora se le pide que lleve. Hace
aguas por dentro y por fuera.
Los esfuerzos legales para que el viejo barco se mantenga a flote
revisten tres formas: una frenética reordenación de las sillas de
cubierta, firmes avisos de que si la nave se hunde habrán de
enfrentarse a duros castigos criminales y una actitud fría y serena
que se desentiende del problema.
La legislación de propiedad intelectual no se puede remendar, adaptar
o expandir para que contenga los gases de la expresión digitalizada,
de la misma manera que tampoco se puede revisar la ley de bienes
inmuebles para que cubra la asignación del espectro de la
radiodifusión. (Lo que, de hecho, se parece mucho a lo que se intenta
hacer aquí.) Tendremos que desarrollar un conjunto completamente nuevo
de métodos acorde con este conjunto enteramente nuevo de
circunstancias.
La mayoría de la gente que crea software -programadores, hackers y
navegantes de la Red- ya lo sabe. Por desgracia, ni las compañías para
las que trabajan ni los abogados que estas compañías contratan tienen
la suficiente experiencia directa con bienes inmateriales como para
entender por qué son tan problemáticos. Actúan como si se pudiera
lograr que las viejas leyes funcionasen, bien mediante una grotesca
expansión o por la fuerza. Se equivocan.
La fuente de este acertijo es tan simple como compleja su resolución.
La tecnología digital está separando la información del plano físico,
donde la ley de propiedad de todo tipo siempre se ha definido con
nitidez.
A lo largo de la historia del copyright y las patentes, los pensadores
han reivindicado la propiedad no de sus ideas sino de la expresión de
las mismas. Las ideas, así como los hechos relativos a los fenómenos
del mundo, se consideraban propiedad colectiva de la humanidad. En el
caso del copyright se podía reivindicar la franquicia del giro exacto
de uan frase para transmitir una idea concreta o del orden de
exposición de los hechos.
La franquicia se imponía en el preciso momento en que «la palabra se
hacía carne» al abandonar la mente de su creador y penetrar en algún
objeto físico, ya fuera un libro o cualquier artilugio. La posterior
llegada de otros medios de comunicación comerciales distintos del
libro no alteró la importancia legal de ese momento.La ley protegía la
expresión y con pocas (y recientes) excepciones, expresar equivalía a
convertir algo en un hecho.
Proteger la expresión física tenía a su favor la fuerza de la
comodidad. El copyright funcionaba bien porque, a pesar de Gutemberg,
era difícil hacer un libro. Es más, los libros dejaban a sus
contenidos en una condición estática cuya alteración suponía un
desafío tan grande como su reproducción. Falsificar o distribuir
volúmenes falsificados eran actividades obvias y visibles, era muy
fácil pillar a alguien. Por último, a diferencia de palabras o
imágenes sin encuadernar, los libros tenían superficies materiales
donde se podían incluir avisos de copyright, marcas de editor y
etiquetas con el precio.
Aún era más apremiante patentar la conversión de lo mental a lo
físico. Hasta hace poco, una patente era o bien una descripción de la
forma que había que dar a los materiales para cumplir un determinado
propósito, o una descripción de cómo se llevaba a cabo este proceso.
En cualquiera de los dos casos, el quid conceptual de la patente era
el resultado material. Si alguna limitación material impedía obtener
un objeto con sentido, la patente se rechazaba. No se podía patentar
una botella Klein ni una pala hecha de seda. Tenía que ser una cosa y
la cosa tenía que funcionar.
De este modo, los derechos de la invención y de la autoría se
vinculaban a actividades del mundo físico. No se pagaban las ideas
sino la capacidad de volcarlas en la realidad. A efectos prácticos, el
valor estaba en la transmisión y no en el pensamiento transmitido.
En otras palabras, se protegía la botella y no el vino.
Ahora, a medida que la información entra en el ciberespacio, hogar
natural de la mente, estas botellas están desapareciendo. Con la
llegada de la digitalización, es posible sustituir todas las formas
previas de almacenamiento de información por una meta-botella:
patrones complejos -y muy líquidos- de unos y ceros.
Incluso las botellas físico-digitales a las que nos hemos
acostumbrado, los disquetes, CD-ROM y otros paquetes distintos de bits
plastificados, desaparecerán cuando todos los ordenadores se enchufen
a la red global. Si bien puede que Internet nunca incluya todas y cada
una de las CPU del planeta, se duplica de año en año y cabe esperar
que se convierta en el principal medio de transmisión de información y
quizás, con el paso del tiempo, en el único.
Cuando esto ocurra, todos los bienes de la era de la información
-todas las expresiones antaño contenidas en libros, películas, discos
o boletines informativos- existirán bien como pensamiento puro o como
algo muy parecido al pensamiento: condiciones de voltaje que recorren
la Red a la velocidad de la luz y que de hecho se podrían contemplar,
como píxeles brillantes o sonidos transmitidos, pero nunca decir que
se «poseen» en el antiguo sentido de la palabra.
Alguien podría objetar que la información seguirá necesitando algún
tipo de manifestación física, como su existencia magnética en los
titánicos discos duros de servidores lejanos, pero estas botellas
carecen de toda forma macroscópicamente diferenciada o personalmente
significativa.
También habrá quien sostenga que hemos estado tratando con expresiones
sin embotellar desde la llegada de la radio, y estará en lo cierto.
Pero durante casi toda la historia de la difusión audiovisual no ha
habido ninguna manera práctica de capturar productos de software del
éter electromagnético y reproducirlos con una calidad igual a la que
ofrecen los paquetes comerciales. Esto ha cambiado solo recientemente
y poco se ha hecho en términos legales o técnicos para abordar el
cambio.
Que el consumidor pagara por los productos retransmitidos solía ser un
asunto irrelevante. Los consumidores mismos eran el producto. Los
medios de difusión sonora se financiaban vendiendo la atención de su
público a los anunciantes o bien utilizando al gobierno para que
estableciese el pago a través de impuestos o con la quejumbrosa
mendicidad de las campañas anuales de recaudación de fondos.
Todos los modelos de apoyo a la difusión audivisual son defectuosos.
Casi sin excepciones, la financiación a través de los anunciantes o
del gobierno ha contaminado la pureza de los productos transmitidos.
En cualquier caso, el marketing directo está matando paulatinamente el
modelo de financiación a través de anunciantes.
Los medios de difusión aportaron otro método para pagar un producto
virtual: los derechos de autor que los difusores pagan a los autores
de canciones a través de organizaciones como ASCAP y BMI. Pero, como
miembro de ASCAP, puedo asegurarles que este no es un modelo que
debamos emular. Los métodos de control son totalmente aproximativos.
No hay ningún sistema paralelo de contabilidad en el flujo de
ingresos. De verdad que no funciona. Se lo aseguro.
En todo caso, sin nuestros antiguos métodos para definir físicamente
la expresión de las ideas, y en ausencia de nuevos métodos
satisfactorios para la transacción no física, no sabemos cómo asegurar
un pago fiable del trabajo mental. Para empeorar aún más las cosas,
esto sucede en un momento en que la mente humana está sustituyendo a
la luz solar y a los depósitos minerales como fuente principal de
riqueza.
Es más, la creciente dificultad para endurecer las leyes existentes en
torno al copyright y las patentes está ya poniendo en peligro la
fuente última de la propiedad intelectual, el libre intercambio de
ideas.
Esto es, cuando los artículos primarios de comercio de una sociedad se
parecen tanto al habla que acaban por no distinguirse de ella, y
cuando los métodos tradicionales de proteger la propiedad de los
artículos se han vuelto ineficaces, intentar solucionar el tema
aplicando la ley de modo más amplio y contundente constituirá una
amenaza inevitable a la libertad de expresión.
La mayor limitación a las futuras libertades quizás no venga del
gobierno sino de los departamentos jurídicos de las empresas, que
intentan proteger con la fuerza lo que ya no se puede proteger
mediante la eficiencia práctica o el consentimiento social general.
Cuando Jefferson y sus colegas de la Ilustración concibieron el
sistema que se convirtió en la ley estadounidense del copyright, su
objetivo primordial era asegurar la distribución generalizada del
pensamiento, y no el beneficio. El beneficio era el combustible que
habría de transportar las ideas a las bibliotecas y las mentes de su
nueva república. Las bibliotecas comprarían libros, recompensando así
a los autores por su trabajo de reunir unas ideas que, «imposibles de
limitar» por otros medios, quedaban de este modo a la libre
disposicion del público. Pero ¿qué papel desempeñan las bibliotecas si
no hay libros? ¿Cómo paga la sociedad la distribución de las ideas si
no es cobrando por las ideas mismas?
Viene a complicar aún más la cuestión el hecho de que, junto a las
botellas físicas donde ha residido la propiedad intelectual, la
tecnología digital también está borrando las jurisdicciones legales
del mundo físico y sustituyéndolas por los mares sin límites, y quizás
para siempre sin ley, del ciberespacio.
En el ciberespacio no solo no hay límites nacionales o locales que
acoten el escenario de un crimen y determinen el método de interponer
una acción judicial, sino que tampoco hay claros acuerdos culturales
sobre qué pueda ser un crimen. Las diferencias básicas y no resueltas
entre las concepciones culturales de Europa y Asia sobre lo que es
propiedad intelectual solo pueden aumentar en una región donde
numerosas transacciones se llevan a cabo en ambos hemisferios y, al
mismo tiempo, en ninguno.
Las nociones de propiedad, valor y posesión, así como la naturaleza
misma de la riqueza, están cambiando de forma más radical que en
ningún otro momento desde que los sumerios horadaron la arcilla húmeda
por vez primera con escritura cuneiforme y dijeron que era grano
almacenado.
Muy pocas personas son conscientes de la magnitud de este cambio, y
entre ellas aún menos son abogados o tienen cargos públicos. Quienes
sí advierten estos cambios deben preparar respuestas ante la confusión
legal y social que estallará a medida que los esfuerzos por proteger
las nuevas formas de propiedad con viejos métodos se vuelvan cada vez
más vanos y, en consecuencia, más insistentes. De la espada al escrito
y al bit
1 De la espada al escrito y al bit
Hoy en día, la humanidad parece encaminada a crear una economía
mundial cuya base fundamental son bienes que no asumen ninguna forma
material. Con esto, quizás estemos eliminando toda conexión predecible
entre los creadores y la justa recompensa a la utilidad o el placer
que otros puedan encontrar en sus obras.
Sin esa conexión, y sin que se produzca un cambio fundamental en la
consciencia para integrar su pérdida, estarnos construyendo nuestro
futuro sobre el escándalo, el litigio y la evasión institucionalizada
del pago, que sólo se dará como respuesta a la fuerza bruta. Puede que
volvamos a los viejos malos tiempos de la propiedad.
En los momentos más oscuros de la historia humana, la posesión y
distribución de la propiedad era en gran parte un asunto militar. La
«propiedad» era patrimonio exclusivo de quienes contaran con las armas
más horribles, ya fueran puños o ejércitos, y la voluntad más férrea
de utilizarlas. La propiedad era el derecho divino de los
pendencieros.
Al final del primer milenio después de Cristo, la aparición de las
clases mercantiles y la aristocracia terrateniente forzó el desarrollo
de acuerdos éticos para resolver disputas en torno a la propiedad. En
la baja Edad Media, gobernantes ilustrados como Enrique II de
Inglaterra empezaron a codificar en cánones esta «ley común» no
escrita. Estas leyes eran locales, pero no importaba demasiado porque
se dirigían fundamentalmente a los bienes raíces, forma de propiedad
que por definición es local. Y que, como implicaba el nombre, era muy
real.3
Todo siguió igual mientras el origen de la riqueza era la agricultura,
pero en los albores de la Revolución Industrial la humanidad empezó a
concentrarse en los medios tanto como en los fines. Las herramientas
adquirieron un nuevo valor social y, gracias a su propio desarrollo,
fue posible reproducirlas y distribuirlas en grandes cantidades.
Para fomentar su invención, la mayoría de los países occidentales
desarrolló el copyright y la ley de patentes. Estas leyes tenían como
objeto la delicada tarea de introducir las creaciones mentales en el
mundo donde se podían utilizar y entrar en la mente de otras personas
a la vez que aseguraban a sus inventores una compensación por el valor
de su uso. Y, como ya se ha dicho, tanto los sistemas de la ley como
los de la práctica que crecieron en torno a esa tarea se basaban en la
expresión física.
Puesto que ahora es posible transmitir ideas de una mente a otra sin
que se concreten en algo físico, estamos defendiendo que poseemos las
ideas mismas y no meramente su expresión. Y, como también es posible
crear herramientas útiles que nunca revisten forma física, nos hemos
acostumbrado a patentar abstracciones, secuencias de acontecimientos
virtuales y fórmulas matemáticas -los bienes menos «reales» que quepa
concebir.
En ciertos ámbitos, esto sitúa los derechos de la propiedad en una
condición tan ambigua que, de nuevo, la propiedad se adhiere a quienes
consiguen formar los mayores ejércitos. La única diferencia es que en
esta ocasión los ejércitos se componen de abogados.
Amenazando a sus contrarios con el interminable purgatorio del
litigio, frente al que algunos preferirían la muerte, los abogados
reclaman toda idea que pueda haber entrado en otro cráneo en el seno
del cuerpo colectivo de las empresas a las que sirven. Actúan como si
esas ideas surgiesen al margen de todo pensamiento humano previo. Y
pretenden que pensar sobre un producto equivalga a manufacturarlo,
distribuirlo y venderlo.
Lo que antes se consideraba como un recurso humano común distribuido
entre las mentes y las bibliotecas del mundo, y como un fenómeno de la
propia naturaleza, ahora se está acotando y recibiendo títulos de
propiedad. Es como si hubiera surgido un nuevo tipo de empresa que se
arrogara la propiedad del aire y el agua.
¿Qué se debe hacer? Aunque produzca cierta diversión macabra, bailar
sobre la tumba del copyright y la patente no es una solución, sobre
todo cuando hay tan poca gente dispuesta a admitir que el ocupante de
esta tumba esté siquiera muerto y se trata de mantener a la fuerza lo
que ya no se puede mantener por acuerdo popular.
Desesperados porque pierden su resbaladizo asidero, los legalistas
intentan prolongarlo con todas sus fuerzas. De hecho, Estados Unidos y
otros defensores del GATT están haciendo de la observancia de nuestros
moribundos sistemas de protección de la propiedad intelectual una
condición para ser miembro del mercado de las naciones. Por ejemplo, a
China se le denegará el estatus de nación más favorecida si no llega a
un acuerdo para atenerse a un conjunto de principios culturalmente
ajenos que ya no se aplican ni siquiera en su país de origen.
En un mundo más perfecto, sería de sabios declarar una moratoria sobre
el litigio, la legislación y los tratados internacionales en este
ámbito hasta tener una idea clara de los términos y condiciones de la
empresa en el ciberespacio. Idealmente, las leyes ratifican el
consenso social ya desarrollado. No son tanto el propio contrato
social como una serie de memorandos que expresan un propósito
colectivo surgido de muchos millones de interacciones humanas.
Los humanos no han habitado el ciberespacio con la suficiente
diversidad como para haber desarrollado un contrato social adecuado a
las extrañas condiciones nuevas de ese mundo. Las leyes anteriores al
consenso suelen servir a los pocos que ya están establecidos y que
pueden conseguir que se acepten, y no a la sociedad como un todo.
En la medida en que la ley o bien la práctica social establecida
existen en este ámbito, ya han entrado en un peligroso desacuerdo. Las
leyes relativas a la reproducción no autorizada de software comercial
son claras y severas, pero pocas veces se observan. Es tan difícil
hacer cumplir en la práctica las leyes sobre piratería del software, y
romperlas tiene ya tal grado de aceptación social, que sólo una escasa
minoría parece verse obligada, ya sea por temor o en conciencia, a
obedecerlas.
A veces doy conferencias sobre este asunto, y siempre pregunto al
auditorio cuántas personas pueden presumir de no tener copias de
software no autorizado instalado en sus discos duros. Nunca he visto
más del diez por ciento de manos levantadas.
Cuando existe una divergencia tan profunda entre las leyes y la
práctica social, no es la sociedad la que se adapta. Tan es así que la
práctica actual de las compañías que comercializan el software, que
consiste en colgar a unos cuantos chivos expiatorios visibles, resulta
tan manifiestamente arbitraria que no puede sino redundar en la merma
del respeto a la legislación.
Parte de la generalizada indiferencia popular hacia el copyright del
software comercial nace de la incapacidad legislativa de entender las
condiciones en las que se introdujo. Pensar que los sistemas legales
basados en el mundo físico valdrán para un entorno tan
fundamentalmente distinto como es el ciberespacio es una locura que
habrán de pagar cara todos los que hagan negocios en el futuro.
Como expondré en la siguiente sección, la propiedad intelectual sin
límites es muy distinta de la propiedad física y ya no se puede
proteger pasando por alto esta diferencia. Por ejemplo, si seguimos
asumiendo que el valor se basa en la escasez, como en el caso de los
objetos físicos, crearemos leyes que son precisamente contrarias a la
naturaleza de la información, cuyo valor puede aumentar en muchos
casos con la difusión.
Las grandes instituciones adversas al riesgo, más propensas a jugar
siguiendo las viejas reglas, sufrirán por su apego a lo seguro.
Cuantos más abogados, armas y dinero inviertan en proteger sus
derechos o en minar los de sus oponentes, más se parecerá la
competición comercial a la ceremonia Kwakiutl del Potlach, en la que
los adversarios competían destruyendo sus propias posesiones. Su
capacidad para producir nueva tecnología se estancará a medida que
cada nuevo paso les hunda más en el pozo de brea de la guerra de
tribunales.
La fe en la legislación no será una estrategia eficaz para las
compañías de alta tecnología. Las leyes se adaptan mediante constantes
complementos que obedecen a un ritmo que sólo la geología supera en
cuanto a su majestuosidad. La tecnología, por el contrario, avanza
mediante bruscas sacudidas, como si el equilibrio puntuado de la
evolución biológica sufriera una grotesca aceleración. Las condiciones
del mundo real seguirán cambiando a un ritmo deslumbrante, mientras
que las leyes les seguirán el paso a gran distancia, cada vez más
confundidas. Este desajuste es permanente.
Las prometedoras economías nacerán en un estado de parálisis, como
parece haber sucedido con el multimedia, o bien sus propietarios
continuarán negándose valiente y testarudamente a entrar bajo ningún
concepto en el juego de la propiedad.
En Estados Unidos ya se puede observar el desarrollo de una economía
paralela, sobre todo entre empresas pequeñas y dúctiles que protegen
sus ideas penetrando en el mercado con más rapidez que sus grandes
competidores, cuya protección se basa en el miedo y el litigio.
Quizás quienes forman parte del problema simplemente se acojan a una
cuarentena en los tribunales, mientras que los que son parte de la
solución crearán una nueva sociedad basada, al principio, en la
piratería y el filibusterismo. Cuando el sistema actual de la ley de
propiedad intelectual se desplome, como parece inevitable que suceda,
puede que no surja en su lugar ninguna estructura legal que la
reemplace.
Pero algo ocurrirá. Después de todo, la gente hace negocios. Cuando el
dinero deja de tener sentido, los negocios se hacen con trueques.
Cuando las sociedades se desarrollan al margen de la ley, desarrollan
sus propios códigos, prácticas y sistemas éticos no escritos. Si bien
la tecnología puede deshacer la ley, ofrece métodos para restaurar los
derechos creativos.
2 Una taxonomía de la información
Tengo la impresión de que lo más productivo que cabe hacer hoy es
estudiar con detalle la verdadera naturaleza de lo que intentamos
proteger. ¿Qué sabemos realmente sobre la información y sus
comportamientos naturales?
¿Cuáles son las características esenciales de la creación ilimitada?
¿En qué se diferencia de formas previas de propiedad? ¿Cuántas de
nuestras suposiciones sobre ella se han referido a sus contenedores
más que a sus misteriosos contenidos? ¿Cuáles son sus diferentes
especies y cómo se presta cada una al control? ¿Qué tecnologías serán
útiles para crear nuevas botellas virtuales que sustituyan a las
antiguas botellas físicas?
Por supuesto, la información es intangible y difícil de definir por
naturaleza. Al igual que otros fenómenos profundos como la luz o la
materia, es un ámbito natural de la paradoja. Y así como resulta más
fácil comprender la luz a la vez como partícula y onda, puede que una
comprensión de la información surja en la congruencia abstracta de sus
diversas propiedades, que podemos describir con estos tres enunciados:
La información es una actividad.
La información es una forma de vida.
La información es una relación.
A continuación, analizaré cada uno por separado.
2.1 La información es una actividad
2.1.1 La información es un verbo, no un sustantivo
Liberada de sus contenedores, la información no es, obviamente, una
cosa. De hecho, es algo que ocurre en el campo de la interacción entre
mentes, objetos u otras piezas de información.
Gregory Bateson, reflexionando sobre la teoría de la información de
Claude Shannon, dijo que «la información es una diferencia que crea
una diferencia». Así pues, la información sólo existe realmente en el
. La creación de esa diferencia es una actividad que ocurre dentro de
una relación. La información es una acción que ocupa tiempo más que
una presencia que ocupa espacio físico, como los artículos materiales.
Es el lanzamiento, no la pelota de béisbol, la danza, no el bailarín.
2.1.2 La información se experimenta, no se posee
Incluso cuando ha sido encapsulada en alguna forma estática como un
libro o un disco duro, la información sigue siendo algo que nos ocurre
cuando la descomprimimos mentalmente de su código de almacenamiento.
Pero, ya se mueva a gigabits por segundo o a palabras por minuto, la
descodificación es un proceso que debe ser ejecutado por y sobre una
mente, un proceso que se despliega en el tiempo. Hace unos años se
publicó una historieta en el Bulletin of Atomic Scientists que
ilustraba este punto a la perfección. En el dibujo, un atracador
apunta con su pistola al típico personaje con aspecto de almacenar
mucha información en la cabeza. «Deprisa -ordena el bandido- dame
todas tus ideas».
2.1.3 La información se tiene que mover
Se dice que los tiburones mueren asfixiados si dejan de nadar, y casi
se puede decir lo mismo de la información. La información que no se
está moviendo deja de existir y pasa a ser solamente potencial, al
menos hasta que se le permite moverse de nuevo. Por eso, la práctica
de acumular información, habitual en las burocracias, es un mecanismo
especialmente desatinado para los sistemas de valor con base física.
2.1.4 La información se transmite por propagación, no por
distribución
El modo en que se difunde la información también se diferencia mucho
de la distribución de bienes físicos. Se mueve más como algo propio de
la naturaleza que como algo procedente de una fábrica. Se puede
concatenar como un dominó o crecer en la típica retícula fractal, como
la escarcha que se extiende por una ventana, pero no se puede
desplazar corno los productos manufacturados salvo en la medida en que
estos pueden contenerla. No se limita a avanzar. Deja rastro allí por
donde pasa. La distinción económica central entre la información y la
propiedad física es que la primera se puede transferir sin que su
dueño original deje de poseerla.
2.2 La información es una forma de vida
2.2.1 La información quiere ser libre
Se suele atribuir a Stewart Brand este elegante enunciado de lo obvio,
que reconoce tanto el deseo natural de los secretos a ser dichos como
el hecho de que, para empezar, los secretos puedan sentir algo similar
a un «deseo».
El biólogo y filósofo inglés Richard Dawkins propuso la noción de
«memes», modelos autorreplicantes de información que se propagan a sí
mismos por las ecologías de la mente, y dijo que eran como formas de
vida.
A mi juicio, son formas de vida en todos los aspectos salvo en que no
se basan en el átomo de carbono. Se autorreproducen o interactúan con
su entorno y se adaptan a él, mutan, persisten. Como cualquier otra
forma de vida, evolucionan para ocupar los espacios de posibilidad de
sus entornos locales, que en este caso son los sistemas de creencias y
las culturas circundantes de sus anfitriones, a saber, nosotros.
En efecto, sociobiólogos como Dawkins consideran plausible el
argumento de que las formas de vida basadas en el carbono también sean
información, y que, al igual que la gallina es el modo que tiene un
huevo de hacer otro huevo, el espectáculo biológico al completo sea el
medio que tiene la molécula del ADN para copiar más cuerdas de
información exactamente iguales a sí misma.
2.2.2 La información se reproduce en las grietas de la posibilidad
Al igual que las hélices del ADN, las ideas son expansionistas
implacables, siempre en búsqueda de nuevas oportunidades para crearse
un espacio vital. Y, como ocurre en la naturaleza de base carbónica,
los organismos más robustos son extremadamente hábiles para encontrar
nuevos lugares donde vivir. Así, de la misma manera que la mosca común
se ha introducido en casi todos los ecosistemas del planeta, el meme
de la «vida después de la muerte» se hizo un hueco en la mayoría de
las mentes, o psicoecologías.
Cuanto más universal sea el eco de una idea, una imagen o una canción,
en más mentes se introducirán y permanecerán. Intentar frenar la
propagacion de un segmento muy potente de información es casi tan
difícil como mantener las llamadas «abejas asesinas» al sur de la
frontera de Estados Unidos. El intento hace agua por todas partes.
2.2.3 La información quiere cambiar
Si las ideas y otros modelos interactivos de información son, en
efecto, formas de vida, se puede suponer que evolucionarán
constantemente hacia formas mejor adaptadas a su entorno. Y, de hecho,
lo hacen sin cesar.
Pero durante mucho tiempo nuestros medios de difusión estáticos, ya
fueran tallas en piedra, tinta sobre papel o tinte sobre celuloide, se
han resistido tenazmente al impulso evolutivo, subrayando por tanto la
capacidad del autor para determinar el producto acabado. Pero, como en
la tradición oral, la información digitalizada carece de un «acabado
final».
La información digitalizada, libre de las ataduras del
empaquetamiento, es un proceso continuo que se parece más a las
metamorfoseantes leyendas de la prehistoria que a nada que se pueda
envolver con plástico. Desde el Neolítico hasta Gutenberg, la
información se transmitía de boca a boca cambiando con cada nueva
narración (o canción). Las historias que antaño moldearon nuestro
sentido del mundo carecían de versiones autorizadas. Se adaptaban a
cualquier cultura donde se contaran.
Puesto que la narración nunca se plasmaba en escritura, el llamado
derecho «moral» de los narradores a quedarse con sus cuentos no estaba
protegido ni reconocido. Sencillamente, el cuento atravesaba a cada
narrador en su camino hacia el siguiente, donde asumía una forma
distinta. A medida que regresemos a la información continua, cabe
esperar que disminuya la importancia de la autoría. Acaso los
creadores tengan que renovar sus vínculos con la humildad.
Pero nuestro sistema de copyright no da cabida a expresiones que no se
«fijan» en algún punto ni a expresiones culturales que no tienen un
autor o inventor concreto.
Las improvisaciones de jazz, los espectáculos de humoristas, la
mímica, los monólogos continuos y las retransmisiones que no han sido
grabadas carecen del requisito constitucional de una fijación mediante
la «escritura». Si no se les da la forma fija de la publicación, las
obras líquidas del futuro se parecerán más a estas formas que se
adaptan y cambian continuamente y escaparán, por tanto, al alcance del
copyright.
La experto en copyright Pamela Samuelson afirma haber asistido el año
pasado a una conferencia en la que se discutía la cuestión de si los
países occidentales pueden apropiarse legalmente de la música, los
diseños y el saber biomédico de los pueblos aborígenes sin
compensaciones a su tribu de origen, ya que esa tribu no es su
«autora» o «inventora».
2.2.4 La información es perecedera
A excepción de los clásicos excepcionales, la mayor parte de la
información es como los productos de granja. Su calidad se degrada
rápidamente, tanto con el tiempo como con la distancia respecto a la
fuente de producción. Pero, incluso aquí, el valor es enormemente
subjetivo y condicional. Los papeles de ayer son muy valiosos para el
historiador. De hecho, cuanto más viejos, más valiosos son. Por el
contrario, un agente del mercado de futuros puede considerar que la
noticia de un acontecimiento con más de una hora de vida ha perdido ya
toda relevancia.
2.3 La información es una relación
2.3.1 El significado tiene valor y es exclusivo de cada caso
En la mayoría de los casos, asignamos valor a la información
basándonos en su significado. El lugar donde reside la información, el
momento sagrado en que la transmisión se convierte en recepción, es un
ámbito con muchas características y matices cambiantes que dependen de
la relación entre el emisor y el receptor, de la profundidad de su
interacción.
Cada relación de este tipo es única. Incluso en casos donde el emisor
es un medio de difusión audiovisual y no hay respuesta, el receptor no
es nada pasivo. Recibir información es a menudo tan creativo como
generarla.
El valor de lo que se envía depende por completo de la medida en que
cada destinatario tiene los receptores necesarios: terminología
compartida, atención, interés, lenguaje, paradigma para volver
significativo aquello que recibe.
La comprensión es un elemento crítico que cada vez se pasa más por
alto al intentar convertir la información en una mercancía. Los datos
pueden ser cualquier conjunto de hechos, útiles o no, inteligibles o
inescrutables, relacionados o irrelevantes. Los ordenadores pueden
estar soltando datos nuevos toda la noche sin ayuda humana, y los
resultados se pueden poner en venta como información. Puede que lo
sean o que no lo sean. Sólo un ser humano puede reconocer el
significado que separa la información de los datos.
De hecho, la información, en el sentido económico de la palabra,
consiste en datos que han sido pasados por una mente humana concreta y
que se han considerado significativos dentro de ese contexto mental.
Lo que es información para una persona es un mero dato para otra.
2.3.2 La familiaridad tiene más valor que la escasez
En los artículos físicos existe una correlación directa entre la
escasez y el valor. El oro es más valioso que el trigo, aunque no se
pueda comer. Si bien no siempre, la condición de la información suele
ser justo la contraria. Casi todo el software aumenta su valor a
medida que va siendo más común. La familiaridad es un activo
importante en el mundo de la información. A menudo puede ocurrir que
la mejor manera de aumentar la demanda de un producto sea regalarlo.
Aunque esto no haya sido siempre así en el caso del shareware,
software para compartir, se podría argumentar que hay una conexión
entre la cantidad de software comercial que se piratea y la cantidad
que se vende. El software más pirateado, como el Lotus 1-2-3 o el
WordPerfect, se convierte en un estándar y se beneficia de la ley de
los rendimientos crecientes, que se basa en la familiaridad.
Respecto a mi propio producto creativo, canciones de rock and roll, no
hay ninguna duda de que el grupo para el que las escribo, Grateful
Dead, ha aumentado enormemente su popularidad al regalarlas. Desde
comienzos de los años setenta venimos dejando que la gente grabe
nuestros conciertos, y en vez de reducir la demanda de nuestro
producto esto se ha traducido en que ahora tenemos la mayor
convocatoria en conciertos de Estados Unidos. Cabe atribuir este
resultado, al menos en parte, a la popularidad que generaron aquellas
grabaciones piratas.
Cierto es que no recibo derechos de autor por los millones de copias
de mis canciones que han sido extraídas de esos conciertos, pero no
encuentro ninguna razón para quejarme. El hecho es que nadie más que
Grateful Dead puede interpretar una canción de Grateful Dead, así que
quien desee tener la experiencia y no un pálido reflejo tendrá que
comprar una entrada. En otras palabras, la protección de nuestra
propiedad intelectual deriva de que somos su única fuente en tiempo
real.
2.3.3 La exclusividad tiene valor
El problema de un modelo que invierte la proporción física escasez/
valor es que a veces el valor de la información obedece en gran medida
a su escasez. La posesión exclusiva de ciertos hechos los vuelve más
útiles. Si todo el mundo conoce las condiciones que pueden subir el
precio de unas acciones, la información carece de valor.
Pero, de nuevo, el factor crítico suele ser el tiempo. No importa si
este tipo de información termina siendo omnipresente. Lo que importa
es estar entre los primeros que la poseen y actúan a partir de ella.
Aunque los secretos potentes por lo general no permanecen secretos,
pueden seguir siéndolo durante el tiempo suficiente como para
coadyuvar en la causa de sus primeros dueños.
2.3.4 El punto de vista y la autoridad tienen valor
En un mundo de realidades flotantes y mapas contradictorios, las
recompensas se otorgarán a aquellos comentaristas cuyos mapas se
ajusten más cómodamente al territorio por su capacidad de avanzar
resultados predecibles a quienes los utilicen.
En la información estética, ya sea poesía o rock and roll, la gente
está dispuesta a comprar el último producto de un artista sin haberlo
visto antes, partiendo de que ha tenido una experiencia placentera con
su obra previa.
La realidad es un filtro editorial. La gente paga por la autoridad de
aquellos editores cuyo punto de vista selectivo parece más ajustado.
Y, de nuevo, el punto de vista es un activo que no se pude robar ni
duplicar. Tan solo Esther Dyson ve el mundo como ella lo ve y, de
hecho, la bonita suma que percibe por su boletín informativo responde
al privilegio de ver el mundo a través de su mirada exclusiva.
2.3.5 El tiempo sustituye al espacio
En el mundo físico, el valor depende mucho de la posesión o de la
proximidad espacial. Se posee aquel material que cae dentro de ciertos
límites dimensionales, y la capacidad de actuar directa y
exclusivamente, y como se quiera, sobre lo que cae dentro de esos
límites es el principal valor de la posesión. Por supuesto, también
hay una relación entre valor y escasez, una limitación relativa al
espacio.
En el mundo virtual, la proximidad en el tiempo es un valor. En
general, una información es más valiosa cuanto más cerca pueda
situarse el comprador del momento de su expresión; hay una limitación
de tiempo. Muchos tipos de información se degradan rápidamente con el
tiempo o con la reproducción. Su relevancia se debilita a medida que
va cambiando el territorio que delinean. Cuando desaparece el punto
donde se produce por vez primera la información, entra ruido y se
pierde la amplitud de banda.
2.3.6 La protección de la ejecución
En el pueblo donde nací, no se concede demasiado mérito a nadie
simplemente porque tenga ideas. Se le juzga por lo que puedas hacer
con ellas. A medida que se aceleran las cosas, la mejor manera de
proteger los proyectos que se convierten en objetos físicos es
ejecutarlos. O como lo expresara una vez Steve Jobs, «los artistas
auténticos ejecutan». El triunfador suele ser quien antes llega al
mercado (y con la suficiente fuerza organizativa como para mantener el
primer puesto).
Pero, a medida que nos concentramos en el comercio de la información,
somos muchos los que pensamos que la originalidad basta en sí misma
para transmitir valor, y que merece, con los respaldos legales
adecuados, un salario fijo. De hecho, la mejor manera de proteger la
propiedad intelectual es actuar en consecuencia. No basta con inventar
y patentar, también hay que innovar. Alguien sostiene que inventó el
microprocesador antes que Intel. Quizás sea cierto. Pero, si de hecho
hubiera empezado a distribuir microprocesadores antes que Intel, su
reclamación no parecería tan espuria.
2.3.7 La información es su propia recompensa
Es un tópico decir que el dinero es información. A excepción del
krugerand, la calderilla y los contenidos de los maletines que se
suelen asociar a los capos del narcotráfico, la mayor parte del dinero
del mundo informatizado está cifrado en unos y ceros. El suministro
global de dinero se propaga por la red con fluidez meteorológica.
También es evidente que la información se ha vuelto tan fundamental
para la creación de la riqueza moderna como antaño lo fueran la
posesión de tierras y la luz solar.
Lo que no es tan obvio es hasta qué punto la información está
empezando a tener un valor intrínseco, no como un medio para adquirir
sino como objeto de la adquisición. Supongo que, de manera menos
explícita, esto siempre ha sido así. En la política y en el mundo
académico, poder e información siempre han mantenido un vínculo
estrecho.
Sin embargo, ahora que la información se compra cada vez más con
dinero, vemos que comprar información con otra información es un mero
intercambio económico que no precisa la conversión en otra moneda.
Esto supone cierto desafío para quienes gustan de tener las cuentas
claras, ya que, al margen de la teoría de la información, los tipos de
cambio de la información son demasiado escurridizos como para
cuantificarlos con cifras decimales.
No obstante, casi todo lo que compra un estadounidense de clase media
tiene poco que ver con la supervivencia. Compramos belleza, prestigio,
experiencia, educación y todos los oscuros placeres de la posesión.
Muchas de estas cosas no sólo se pueden expresar en términos no
materiales, sino que además se pueden adquirir por medios no
materiales.
Y luego están los inexplicables placeres de la propia información, el
deleite de aprender, saber y enseñar. Esa sensación extraña y
agradable de que la información entra y sale de uno mismo. jugar con
ideas es un divertimento por el que la gente debe de estar dispuesta a
pagar mucho, dado el mercado que tienen los libros y los cursillos.
Estaríamos dispuestos a gastar aún más dinero en este tipo de placeres
de no haber tantas oportunidades de pagar las ideas con otras ideas.
Esto explica mucho trabajo «voluntario» colectivo que llena los
archivos, los foros y las bases de datos de Internet. Sus habitantes
no trabajan de balde, como se suele creer. Se les paga con algo que no
es dinero. Es una economía que consiste casi por completo en
información. Puede que ésta se convierta en la forma dominante del
comercio humano, y si seguirnos empeñados en modelar la economía sobre
una base estrictamente monetaria quizás nos equivoquemos seriamente.
3 Cobrar en el ciberespacio
Como se relaciona todo lo anterior con las posibles soluciones a la
crisis de la propiedad intelectual es algo que apenas he comenzado a
pensar. Los paradigmas se distorsionan cuando se contempla la
información con ojos atentos, al ver lo poco que tiene que ver con las
materias primas que se venden en los mercados de futuros, al imaginar
las tambaleantes farsas de jurisprudencia que se amontonarán si
seguimos tratándola legalmente como si se les pareciera.
Como ya dije, creo que en algún momento de la próxima década estas
actitudes obsoletas se harán añicos y a nosotros, no nos quedará más
remedio que incorporarnos a nuevos sistemas que funcionen.
En realidad, no tengo una imagen tan sombría de nuestras perspectivas
como podrían suponer hasta ahora los lectores de esta jeremiada.
Surgirán soluciones. La naturaleza aborrece el vacío y lo mismo le
ocurre al comercio.
Uno de los aspectos de la frontera electrónica que más atractivo me ha
resultado siempre -y la razón de que Mitch Kapor y yo eligiésemos esa
expresión cuando fundamos la EFF4- es el grado de semejanza con el
Oeste americano del siglo XIX en su preferencia natural por los
mecanismos sociales que surgen de sus propias condiciones, frente a
aquellos que se imponen desde el exterior.
Hasta que el Oeste se colonizó y «civilizó» por completo en este
siglo, el orden se establecía según un Código del Oeste no escrito,
que tenía la fluidez de los buenos modales más que la rigidez de la
ley. La ética era más importante que las normas, que en cualquier caso
se hacían respetar muy poco.
En mi opinión, la ley, tal y como la entendemos, se desarrolló para
proteger los intereses que surgieron en las dos «olas» económicas que
con tanta exactitud identificó Alvin Toffler en La tercera ola.5 La
primera ola se basaba en la agricultura y necesitaba la ley para
disponer la posesión de la principal fuente de producción, la tierra.
En la segunda ola, la manufactura se convirtió en la fuente económica
fundamental, y la estructura de la ley moderna creció en torno a las
instituciones que necesitaban protección para sus reservas de capital,
fuerza humana y maquinaria.
Ambos sistemas económicos necesitaban estabilidad. Sus leyes estaban
concebidas para resistir el cambio y asegurar cierta constancia
distributiva dentro de un marco social bastante estático. Había que
limitar la disponibilidad para preservar la capacidad de predecir,
necesaria tanto para la administración de la tierra como para la
formación de capital.
En la tercera ola, en la que acabamos de entrar, la información
sustituye en gran medida a la tierra, el capital y la maquinaria, y,
como detallé antes, donde más a gusto se encuentra la información es
en un entorno mucho más fluido y adaptable. Es probable que la tercera
ola provoque un cambio fundamental en los propósitos y métodos de la
ley, y que su repercusión vaya mucho más allá de los estatutos que
rigen la propiedad intelectual.
Puede que el propio «terreno» -la arquitectura de la red- cumpla
muchos de los objetivos que en el pasado sólo se podían mantener por
imposición legal. Por ejemplo, quizás sea innecesario asegurar
constitucionalmente la libertad de expresión en un entorno que trata
la censura como si fuera una disfunción y busca la fórmula para
transmitir ideas prohibidas esquivando la censura.
Puede que surjan similares mecanismos naturales de equilibrio para
nivelar las discontinuidades sociales que antes necesitaban de la
mediación legal para solucionarse. En la red, lo más probable es que
estas diferencias sean abarcadas por un espectro continuo que conecta
tanto como separa.
Y, a pesar de asirse férreamente a la vieja estructura legal, las
compañías que comercian con la información quizá vean que, debido a su
creciente incapacidad para acercarse con sensatez a cuestiones
tecnológicas, los tribunales ya no producirán resultados con la
previsión suficiente como para apoyar proyectos a largo plazo. Cada
litigio se convierte en algo parecido a una ruleta rusa, dependiendo
de la ignorancia del juez que lo preside.
La «ley» sin codificar o adaptable, aunque sea tan «rápida, holgada e
incontrolable» como otras formas emergentes, probablemente esté muy
cerca de algo parecido a la justicia. De hecho, ya se puede ver el
desarrollo de nuevas prácticas más adecuadas a las condiciones del
comercio virtual. Las formas de vida de la información son métodos que
evolucionan para proteger su reproducción continua.
Por ejemplo, aunque la letra pequeña del sobre de un disquete
comercial plantea puntillosas exigencias a quien lo abre, hay, como
digo, poca gente que lea esas condiciones y mucha menos que las cumpla
a rajatabla. Y aún así el negocio del software sigue siendo un sector
muy sano de la economía de Estados Unidos.
Y esto ¿a qué se debe? A que la gente termina comprando el software
que realmente utiliza. Cuando un programa se vuelve fundamental para
el propio trabajo, se quiere tener la última versión, el mejor
soporte, los manuales actualizados, todos los privilegios vinculados a
la posesión. En ausencia de una ley vigente, estas consideraciones
prácticas serán cada vez más importantes para cobrar aquello que
fácilmente se podría obtener gratis.
Por supuesto que hay quien compra software por respeto a la ética o
con la idea abstracta de que no comprarlo contribuiría a que no se
fabricara, pero voy a dejar estos motivos de lado. Si bien pienso que
el fracaso de la ley desembocará casi con toda certeza en un
renacimiento compensador de la ética como modelo organizativo de la
sociedad, no tengo espacio para defender aquí esta creencia.
En su lugar diré que, a mi modo de ver y como en el caso antes citado,
la compensación por la creación de software se guiará fundamentalmente
por consideraciones prácticas, todas ellas inherentes a las verdaderas
propiedades de la información digital, dónde reside su valor y cómo
puede ser a la vez manipulada y protegida por la tecnología.
Aunque el acertijo sigue siendo un acertijo, empiezo a ver desde dónde
pueden venir las soluciones, que en parte consisten en ampliar esas
soluciones prácticas que ya están en marcha.
4 La relación y sus herramientas
Creo que hay una idea básica para comprender el comercio líquido: la
economía de la información, en ausencia de objetos, se basará más en
la relación que en la posesión.
Un modelo ya existente para la transmisión futura de la propiedad
intelectual es la ejecución en tiempo real, un medio que en la
actualidad sólo se usa en teatro, música, conferencias y enseñanza. A
mi juicio, el concepto de ejecución se ampliará hasta incluir casi
toda la economía de la información, desde los culebrones hasta los
análisis bursátiles. En estos casos, el intercambio comercial se
parecerá más a la venta de entradas para un espectáculo continuo que a
la compra de distintos paquetes de lo que se muestra.
El otro modelo, por supuesto, es el de los servicios. Todo el sector
profesional médicos, abogados, asesores, arquitectos, etc. está ya
cobrando directamente por su propiedad intelectual. ¿Quién necesita el
copyright cuando tiene una cuota fija?
De hecho, hasta finales del siglo XVIII este modelo se aplicaba a
muchos ámbitos que hoy caen bajo el copyright. Antes de la
industrialización de la creación, los escritores, compositores y
artistas trabajaban al servicio privado de los patronos. Sin objetos
que se puedan distribuir en un mercado de masas, los creadores
regresarán a una situación parecida, si bien servirán a muchos
patronos en vez de a uno sólo. Ya se puede ver como surgen compañías
cuya existencia se basa en apoyar y mejorar el software que crean más
que en venderlo por piezas plastificadas o incluirlo en paquetes.
La nueva compañía de Trip Hawkins para la creación y comercialización
bajo licencia de herramientas multimedia, 3DO, es un ejemplo de lo
estamos tratando. 3DO no pretende producir ningún tipo de software
comercial o aparatos para los consumidores. Pretenden, en su lugar,
hacer las veces de una especie de órgano de calificación de estándares
privados, que mediaría entre los creadores de software y de aparatos
informáticos, que serían los titulares de sus licencias.
Proporcionarán un punto de comunidad de intereses para las relaciones
entre un amplio espectro de entidades.
En todo caso, tanto si uno se considera un proveedor de servicios como
si es un ejecutante, la futura protección de la propiedad intelectual
dependerá de la propia capacidad de controlar la relación con el
mercado, una relación que con toda probabilidad perdurará y crecerá
con el tiempo.
El valor de esa relación residirá en la calidad de la ejecución, la
originalidad del punto de vista, las destrezas, su relevancia para el
propio mercado y, bajo todo esto, la capacidad de ese mercado para
comunicar los servicios creativos de manera ágil, cómoda e
interactiva.
5 Interacción y protección
La interacción directa otorgará una gran protección a la propiedad
intelectual en el futuro; de hecho, ya la ha dado. Nadie sabe cuántos
piratas de software han comprado copias legítimas de un programa
después de llamar al editor para pedirle asesoramiento técnico y que
éste les haya pedido alguna prueba de compra, pero supongo que la
cifra es muy alta.
El mismo tipo de control se podrá ejercer sobre las relaciones de
«pregunta y respuesta» entre autoridades (o artistas) y aquellos que
soliciten sus destrezas. Boletines informativos, revistas y libros
saldrán reforzados por la capacidad de los suscriptores para hacerles
preguntas directas a los autores.
La interactividad será un bien facturable incluso sin la autoría. A
medida que vaya entrando la gente en la red y obteniendo su
información directamente del punto donde se produce, sin que se filtre
a través de los centralizados medios de comunicación, intentará
desarrollar la misma capacidad interactiva para investigar la realidad
que en el pasado sólo la experiencia les suministraba. El acceso
directo a estos distantes «ojos y orejas» será mucho más fácil de
delimitar que el acceso a paquetes fijos de información almacenada
pero fácilmente reproducible.
En la mayoría de los casos, el control se basará en restringir el
acceso a la información más reciente y con mayor amplitud de banda.
Será cuestión de definir la entrada, el sitio donde se actúa, el actor
y la identidad del portador de la entrada, definiciones que, en mi
opinión, surgirán de la tecnología, no de la ley. En la mayoría de los
casos, la tecnología definidora será la criptografía.
6 Cripto-embotellamiento
La criptografía, como he dicho quizás ya demasiadas veces, es el
«material» con el que se construirán las paredes y los límites -y las
botellas- del ciberespacio.
Evidentemente, la criptografía o cualquier otro método puramente
técnico de protección de la propiedad plantea problemas. Siempre me ha
parecido que a mayor seguridad de los artículos, más posibilidad de
convertirlos en objeto de deseo. Viniendo de un lugar donde la gente
deja puestas las llaves del coche y ni siquiera tiene llaves de su
casa, estoy convencido de que el mejor obstáculo contra el crimen es
una sociedad con una ética intacta.
Aunque admito que no es éste el tipo de sociedad en que vivimos la
mayoría de nosotros, también creo que un exceso de confianza social en
la protección con barricadas terminará debilitando la conciencia al
hacer de la intrusión y el robo un deporte, y no un crimen. Esto
ocurre ya en el ámbito digital, como es evidente en las actividades de
los que asaltan sistemas informáticos.
Es más, me atrevería a sostener que los esfuerzos iniciales por
proteger el copyright digital mediante la protección de la copia
contribuyeron a la situación actual, en la que los usuarios de
ordenadores, que en otros sentidos actúan éticamente, no parecen
oponer reparos morales al software pirateado.
En vez de cultivar entre los recién informatizados un sentido del
respeto hacia el trabajo de sus colegas, la confianza temprana en la
protección de la copia abocó en la idea subliminal de que asaltar un
paquete de software «concedía» en cierto sentido el derecho a usarlo.
Limitados no por la conciencia sino por la destreza técnica, muchos se
sintieron libres para hacer todo aquello que les permitiera salirse
con la suya. Esto seguirá siendo un riesgo potencial de la
codificación del comercio digitalizado.
Más aún, es prudente recordar que la protección contra la copia fue
rechazada por casi todos los ámbitos del mercado. Muchos de los
próximos esfuerzos para usar los modelos de protección basados en la
criptografía probablemente sufrirán el mismo destino. La gente no va a
tolerar ciertas cosas que dificultan aún más el uso de los ordenadores
sin que haya ningún beneficio para el usuario.
Aun así, la codificación ya ha demostrado cierta utilidad burda. Hace
poco se dispararon las nuevas suscripciones a varios servicios de
televisión comercial vía satélite después de que desplegaran una mayor
codificación en sus alimentadores. Y esto a pesar de un floreciente
comercio casero de chips descodificadores a manos de tipos que parecen
destiladores ilegales de alcohol más que expertos en descodificar
claves.
Otro problema evidente de la codificación como solución global es que,
una vez que algo ha sido descodificado por un mediador autorizado
legítimo, puede volverse accesible a la reproducción masiva.
En algunos casos, puede que no sea un problema realizar la
reproducción después de descodificar. El valor de muchos artículos de
software se degrada con el paso del tiempo. Quizás el único interés
real por algunos de estos productos lo tengan aquellos que han
comprado las llaves de la inmediatez.
Es más, a medida que el software se vuelva más modular y la
distribución avance por la red, comenzará a sufrir una metamorfosis al
relacionarse directamente con la base del usuario. Las actualizaciones
discontinuas se nivelarán en un proceso constante de adaptación y
perfeccionamiento cada vez mayores, en parte debido al hombre y en
parte a algoritmos genéticos. Las copias pirateadas de software quizás
se vuelvan demasiado estáticas como para serle de algún valor a
alguien.
Incluso en casos como los de las imágenes, donde se supone que la
información permanece inalterada, el fichero sin encriptar todavía
sería susceptible de entretejerse con secuencias de código que
continuarían protegiéndolo con arreglo a un amplio abanico de
modalidades.
En la mayoría de los esquemas que puedo imaginar, el fichero
continuaría «con vida» con un software incrustado permanentemente que
podría «sentir» las condiciones del entorno e interaccionar por las
mismas. Por ejemplo, podría contener código que detectaría el proceso
de duplicación y provocaría su autodestrucción.
Otros métodos podrían dotar al fichero de la capacidad de «llamar a
casa» a través de la Red hasta localizar a su propietario original. La
integridad permanente de algunos ficheros podría requerir su
«alimentación» periódica con el dinero digital de su anfitrión (host),
que estos harían llegar después a sus autores.
Por supuesto, los ficheros dotados de la capacidad independiente de
comunicar con sus dispositivos de origen se parecen inquietantemente
al gusano de Internet Morris. Los ficheros «vivos» poseen una cierta
cualidad viral. De esta suerte, se plantearían cuestiones graves de
vulneración de la privacidad si nuestros ordenadores vinieran
equipados con espías digitales.
El núcleo de la cuestión es que la criptografía posibilitará muchas
tecnologías de protección que se desarrollarán rápidamente por la
obsesiva competición que siempre han sostenido los que hacen los
cerrojos y los que los rompen.
Pero la criptografía no se usará solo para hacer cerrojos. También es
vital para las firmas digitalizadas y el dinero digital antes
mencionado. Ambos serán, a mi juicio, fundamentales para la protección
futura de la propiedad intelectual.
Considero que el fracaso generalmente reconocido que ha sufrido el
modelo shareware en el ámbito del software tuvo menos que ver con la
honestidad que con la simple incomodidad de pagarlo. Si el proceso de
pago se puede automatizar, como lo permitirán el dinero y las firmas
digitales, los creadores de artículos de software cosecharán unos
beneficios mucho más altos.
Es más, se les dispensará de muchos de los costes indirectos que hoy
se añaden al márketing, la manufactura, las ventas y la distribución
de productos de información, ya sean programas informáticos, libros,
CD o películas. Esto reducirá los precios y aumentará la posibilidad
del pago no obligatorio.
Pero, naturalmente, hay un problema fundamental en un sistema que
exige el pago, a través de la tecnología, por cada acceso a una
expresión concreta. Desafía el propósito jeffersoniano original de
hacer accesibles para todos las ideas al margen de su situación
económica. No me siento cómodo con un modelo que limite la
investigación a los ricos.
7 Una economía de verbos
Las formas y futuras protecciones de la propiedad intelectual se han
vuelto mucho más opacas desde que empezó la Era virtual. No obstante,
puedo proponer (o reiterar) unos cuantos enunciados directos que,
sinceramente, no creo que resulten demasiado ingenuos dentro de
cincuenta años.
En ausencia de los viejos contenedores, casi todo lo que creemos saber
sobre la propiedad intelectual es erróneo. Tendremos que
desaprenderlo. Vamos a tener que considerar el fenómeno de la
información como algo nunca visto previamente.
Las protecciones que desarrollaremos se apoyarán mucho más en la ética
y la tecnología que en la ley.
El cifrado será la base técnica de la mayoría de las protecciones de
la propiedad intelectual. (Y, por esta y otras razones, debería
volverse más accesible.)
La economía del futuro se basará en la relación más que en la
posesión. Será continua más que secuencial.
Y, por último, en los años venideros la mayor parte del intercambio
humano será virtual más que físico, y no consistirá en materia sino en
la materia de la que están hechos los sueños. Nuestros futuros
negocios se llevarán a cabo en un mundo hecho de verbos más que de
sustantivos.
Ojo Caliente, New Mexico, October 1, 1992
New York, New York, November 6, 1992
Brookline, Massachusetts, November 8, 1992
New York, New York, November 15, 1993
San Francisco, California, November 20, 1993
Pinedale, Wyoming, November 24-30, 1993
New York, New York, December 13-14, 1993
Esta expresión ha vivido y crecido hasta ahora durante el periodo de
tiempo y en los lugares detallados más arriba. A pesar de su
publicación expresa aquí, espero que continúe evolucionando de forma
líquida y, de ser posible, durante muchos años.
Los pensamientos que contiene no me «pertenecen» en exclusiva, sino
que se han armado a sí mismos dentro de un campo de interacción que ha
existido entre mí y muchas otras personas, a las que quiero expresar
mi agradecimiento. Quiero recordar en particular a: Pamela Samuelson,
Kevin Kelly, Mitch Kapor, Mike Godwin, Stewart Brand, Mike Holderness,
Miram Barlow, Danny Hillis, Trip Hawkins y Alvin Toffler.
No obstante, debo confesar que cuando Wired me envía un cheque a
cambio de haber «colgado» temporalmente el artículo en sus páginas,
soy el único que lo cobra...
Edición, revisión y notas de esta edición: Miquel Vidal (miquel AT
sindominio DOT net)
Notas al pie
... ideas».1
http://www.wired.com/wired/archive/2.03/economy.ideas_pr.html
... EFF.2
http://www.eff.org/Publications/John_Perry_Barlow/HTML/idea_economy_article.html
... real.3
Real estate es el término inglés para «bienes raíces» [N. de la T.]
... EFF4
La Electronic Frontier Foundation, fundada tras la famosa caza de
hackers de 1990 que describe Sterling en The hacker crackdown, es la
decana de los ciberderechos y probablemente el lobby más importante en
defensa de los derechos digitales a nivel mundial. [N. del E.]
... ola.5
Hay edición castellana del mismo año de su publicación original: La
tercera ola, Alvin Toffler, Plaza&Janés, Barcelona, 1980. Esta obra
temprana y visionaria fue enormemente influyente en todos los
teóricos, emprendedores y «futurólogos» de la sociedad de la
información, en los primeros editorialistas de Wired, incluyendo como
vemos al propio Barlo
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