COMO SEAN LOS NUEVOS
REALITY SHOWS
Se acabaron
los reality shows que duran meses y someten a los televidentes a las
tribulaciones y maquinaciones de personas aburridas encerradas en
casas de cartapesta o a largos castings en busca de estrellas que
después desaparecen. La nueva generación de realities es
infinitamente más inmediata, despiadada y shockeante: busca sus
protagonistas entre seres humanos disconformes (o traumados), los
someten a transformaciones violentas y si no les gusta, qué pena. A
la espera de sus versiones vernáculas, Radar ofrece una guía por los
repetidos ejercicios de humillación, sadismo y hasta carnicería en
que consisten esos programas filmados en vestidores, casas
particulares y hasta quirófanos
Los
nuevos realities responden a la lógica de la inmediatez, la solución
rápida, el cambio de imagen como disparador del cambio de vida. Ya
no se ve pasar la lenta vida cotidiana de un grupo aislado ni se
buscan nuevos talentos; ahora reinan los expertos que irrumpen,
deciden e imponen nuevas decoraciones, nuevo guardarropa, nuevo
estilo, nueva cara, nuevo cuerpo. Los expertos son protagonistas, y
pueden ser crueles, sea con el escalpelo o la lengua. Pueden hacer
llorar a los participantes, que a veces parecen víctimas. Funcionan
mediante terapia de shock y máxima eficiencia: en el menor tiempo,
con el menor costo y a toda velocidad lanzan tips, destruyen ropas y
paredes, rompen narices, extraen grasa y aseguran satisfacción
garantizada y futura felicidad, paraíso sólo conseguible mediante la
tríada confort-belleza-estilo. En algún sentido, se acercan a los
infomerciales; los nuevos realities venden de forma desembozada,
pero nunca ofrecen demasiada información al que los ve. Nadie será
un fashionista experto, ni tendrá idea sobre diseño de interiores ni
comprenderá las bondades y maldades de la cirugía estética después
de ver estos programas porque todo sucede en un abrir y cerrar de
ojos, generalmente en sólo media hora. Adiós a la historia de vida,
al relato, incluso a la sensiblería. Los expertos se mueven en su
terreno y el espectador queda tan afuera como los alelados
participantes que ven desaparecer sus narices y sus pantalones
demodé. Se pueden considerar vagamente divertidos, o francamente
violentos. En rigor, los hay de ambos. Se los puede ver desde el
puro morbo, o desde el disgusto. “A mí me parecen una trampa del
consumo”, dice Felisa Pinto, escritora, periodista y experta en
moda. “Son la cúspide del obligarte a la humillación si no estás con
la nariz respingada. ¡Y es tan poco interesante! Representan el
cuerpo como mercadería. No son didácticos ni tienen un discurso
humanista maquillado; eso de que la belleza no está afuera sino
adentro parece una pavada por demasiado dicho, pero es una gran
verdad. La pobre gente que se somete me impresiona. Se dejan
humillar, rinden su voluntad. Es una nueva forma de dominación, de
doblegar la autoestima. Una síntesis de la perversidad del consumo.”
Pasen y vean, en la espera del demorado reality de cirugías local
que conduciría Karina Mazocco en un futuro próximo.
Cambio y fuera
Los programas que cambian la cara, el cuerpo y hasta los huesos.
Extreme
Makeover es una rara mezcla de pornografía y melodrama. No
cualquiera puede ser “elegido” receptor de la cirugía estética:
siempre será aquel que ha sido humillado, que ha sufrido lo
indecible por ese ojo desviado, esos dientes amarillos y torcidos,
ese vientre fláccido. Después del llanto de rigor acompañado de una
atroz música sensiblera, el favorecido viaja a Los Angeles –o a
Nueva York– para someterse a la extensiva cirugía que presuntamente
le cambiará la vida (es decir, el cuerpo). Y allí Extreme Makeover
no ahorra nada. Siguiendo aquella máxima almodovariana de “si
quieres tener el tipo hay que sufrir”, el programa presenta al
paciente en su mayor intimidad y vulnerabilidad: desde los efectos
desopilantes y en ocasiones patéticos de la anestesia, hasta el
strip-tease de carne finalizando en un post-operatorio doloroso y
humillante. Un mes o dos después, la nueva persona –a veces
realmente irreconocible– reaparece frente a sus amigos y parientes
que celebran con un jolgorio que roza la crueldad.
Extreme Makeover es un poco tramposo. Muchas cirugías se acercan a
lo terapéutico: esta nueva temporada que acaba de empezar por el
canal Sony presenta el caso de dos hermanas que nacieron con labio
leporino, sesometieron a cuarenta cirugías en su vida, y recurren a
Extreme Makeover con sus últimas esperanzas de normalidad. También
harán por primera vez una vasectomía; el cambio extremo ya no se
limita a la superficie (¿llegarán los realities de trasplantes? Al
menos el tema promete suspenso seguro). El caso más impactante, sin
embargo, tuvo lugar en la primera temporada. Lo protagonizó Jeff, un
ex hiperobeso cuyo adelgazamiento veloz lo dejó en un estado penoso:
toda la piel le colgaba, floja; cada movimiento de su cuerpo hacía
ondular las capas de tejido como si se tratara de un animal marino
mutante. Extreme se encargó de cortar los colgajos y dejar
cicatrices similares a cierres relámpago, y además le regalaron un
lifting completo, una rinoplastia y cirugía láser para su miopía. Es
que el programa no se conforma con corregir el “defecto”; a Lori,
una ama de casa de nariz prominente que “sufría porque los
compañeros de colegio de sus hijos le gritaban bruja”, le cambiaron
toda la cara con una rinoplastia, implante de mentón, implantes de
senos, botox y lifting. Todo al mismo tiempo. Los posoperatorios son
el momento álgido del programa, con todo el sufrimiento expuesto
hasta el paroxismo.
Extreme Makeover tiene aspiraciones de cuento de hadas, todo lo
contrario a Dr. 90210, el reality de E! Entertainment Television que
tiene como protagonistas no a los pacientes, sino a los médicos.
Cínico, vulgar y casi insoportablemente frívolo, el programa sigue a
un grupo de profesionales y sus pacientes. El protagonista absoluto
es el Dr. Robert Rey, latino cool fanático de taekwon-do, más su
esposa, una rubia californiana intencionalmente idiota, y su pequeña
hija (buena parte del reality sigue al Dr. Robert buscando a su
escapado chihuahua en Hollywood Hills). Rey dice cosas como: “Mi
reputación depende de ese escote, no hay nada peor que mucha
separación”, cuando intenta explicar por qué prefiere implantes
mamarios enormes. El otro doctor se apellida Ellenbogen y ofrece el
punto de vista filosófico: “La cirugía estética no es un arte. Si
uno la practica así, no sirve. Hay que satisfacer al paciente, nada
más. Nuestro negocio es alegrar vidas”. En uno de los últimos
episodios, le rompió alegremente la nariz a una paciente cuando
descubrió que no había otra forma de realizar la operación, y
explicó que él no hace liposucciones porque “requieren mucha
actividad física”. A continuación, uno de sus asistentes llevó a
cabo dicho procedimiento –verlo es disuasorio; parece que
serrucharan– y mostró orgulloso cuatro litros de grasa. Entretanto,
una paciente llamada Sarah explicaba que nunca había pensado en
hacerse cirugía estética hasta que llegó a California, y el Dr. Rey
explicó la lógica de tal afirmación diciendo: “Es que en la Costa
Oeste se usa mucho menos ropa”. Dr. 90210 se abstiene del supuesto
altruismo que enarbola Extreme... y expone la lógica mercantil del
negocio de la belleza en toda su fealdad. Pero mejor que Dr. 90210
lo hace la serie de ficción Nip/Tuck (ver recuadro), síntesis de
este nuevo imaginario popular; en uno de sus últimos episodios, un
narcotraficante les explicaba a los cirujanos protagonistas de la
serie por qué sus negocios son equiparables, y por qué ambos
funcionan tan bien: “La gente siempre se odiará a sí misma. Y
nosotros aliviamos su dolor”.
Extreme Makeover: los domingos a las 22 hs. por Sony.
Dr. 90210: los domingos a las 20 hs. y lunes a las 22 hs. por E!
Entertainment.
Percha va, pilcha viene
Los programas que tiran el placard por la ventana.
La
serie precursora fue Fashion Emergency en E! Entertainment, un
programa que le cambiaba el look por un día a un desorientado de la
moda. Un equipode fashionistas se encargaba de elegir ropa, peinado
y maquillaje; apenas un antes y después, a veces simpático. Pero el
concepto funcionó, y cómo. Algunos programas siguen la pauta de
Fashion Emergency (Antes y después de People & Arts, por ejemplo),
pero otros expanden el formato. Las emergencias estilísticas cunden,
y tienen su pico en Queer Eye for The Straight Guy, el programa
donde cinco hombres gays transforman a un heterosexual en
metrosexual. En Estados Unidos son estrellas, lanzan libros de
consejos y hasta banda de sonido del programa; Thom Felicia
(diseñador de interiores), Carson Kressley (fashionista), Jai
Rodriguez (experto en cool), Kyan Douglas (gurú de cuidado corporal)
y Ted Allen (chef) lograron hacer de un sencillo antes y después un
verdadero show camp, y quizá por eso el programa nunca es cruel ni
se apoya en la humillación; prefiere un jugueteo que incluye la
incomodidad del participante por la sexualidad de los expertos, y
esa introducción de un tema de género con bienentendida liviandad
resulta encantadora e incluso importante en el rancio clima
neoconservador norteamericano.
No te lo pongas, el programa de la BBC conducido por las expertas
Trinny y Susannah (aquí se ve por People & Arts) es bastante más
violento. Ellas son dos inglesas de lengua filosa e increíble
capacidad para el insulto maquillado. Y sus métodos se basan en la
humillación. La participante/víctima –en la gran mayoría de los
casos son mujeres– es filmada con cámaras ocultas durante semanas,
con la complicidad de sus familiares y amigos. Cuando le avisan que
ha sido elegida, debe ver las cintas junto a las crueles Trinny y
Susannah, que punzan y apuntan y señalan defectos, malas
combinaciones, pantalones caídos, remeras raídas, pelos
desarreglados con una artillería que incluye epítetos como: “Eso es
un verdadero espanto”, “Qué desagradable” o “¿No te da vergüenza?”.
A continuación, meten a la participante con su atuendo habitual en
una suerte de cabina espejada desde donde puede ver cada ángulo de
su supuesto mal gusto. Y luego le dicen: “Te damos 3000 libras para
ropa nueva a condición de que nos entregues tu cuerpo y tu
guardarropa”. Las participantes lo hacen. Los mejores programas, sin
embargo, ocurren cuando Trinny y Susannah encuentran resistencia,
cuando alguna de las participantes se rebela y trata de sostener
desesperadamente su propio estilo contra el bombardeo de tips. En
todos los casos, las rebeldes no sólo se salen con la suya, sino que
de verdad logran una imagen que, por propia, resulta bella. No te lo
pongas juega en ese límite, explota la lucha de voluntades; a pesar
del indudable autoritarismo de la propuesta, los productores parecen
saber que un “no” todavía vale. Pero, a veces, las participantes
dicen cosas aterradoras como: “Tus peores defectos son expuestos no
sólo ante uno mismo, sino ante la gente que ve el programa. Hay que
ser valiente para participar, y me siento orgullosa”. “En el 80% de
los casos –dice Felisa Pinto–, la gente estaba mejor antes. Te hacen
tirar todo a la basura y eligen cosas que quedan muy mal. Y además
me choca el autoritarismo: ‘Tiren todo y usen lo que nosotros les
decimos’. No hay resto para la individualidad, no hay decisión del
consumidor. Metafóricamente, es algo aterrador”.
Funcionan mediante terapia de shock y máxima eficiencia: en el menor
tiempo, con el menor costo y a toda velocidad lanzan tips, destruyen
ropas y paredes, rompen narices, extraen grasa y aseguran
satisfacción garantizada y futura felicidad, paraíso sólo
conseguible mediante la tríada confort-belleza-estilo.
Tu
casa es un decorado
Los programas que tiran la casa por la ventana
Mientras no estabas, también de People & Arts –el canal que dejó
atrás los documentales por estos formatos más baratos y de fácil
digestión–, plantea una invasión del espacio que arrasa con todo,
como un huracán en forma de diseñadores y carpinteros. Un equipo
dirigido por el diseñador John Bruce engaña al dueño de casa y lo
envía a una minivacación por 48 horas. Mientras tanto, se instalan
en una habitación (o varias) y según algunas ideas que les sugiere
el amigo/hijo/pareja del participante, cambian por completo
decoración y objetos. Cortinas retráctiles, proyectos de
carpintería, estanterías, hojas de loto resecas, lámparas, baúles de
caoba, nuevas camas, paredes derribadas, lo que haya que hacer, con
un presupuesto de 1500 dólares y en dos días. Todo, se supone, a
gusto del privilegiado participante, que jamás es consultado. Cuando
vuelve a casa y recibe la “sorpresa”, en muchos casos el invadido
parece desconcertado, o francamente disconforme. El equipo de
Mientras no estabas suele ser literal; si a un participante le
“gusta la naturaleza”, sencillamente transforman su habitación en
una especie de fantasía de safari que puede ir de lo simpático a lo
grotesco. Pero el homenajeado nada puede hacer: se trata de un
“regalo” que no puede cambiarse como si se tratara de un pantalón
que queda chico. La conformidad está en una de las cláusulas que los
“cómplices” deben firmar; allí rubrican que, si el nuevo diseño de
interiores no gusta, pues qué pena. No se discute con los expertos.
Y si un caballero fanático de Marilyn Manson encuentra que sus
paredes ahora son negras, tendrá que devolverles el color él mismo.
El equipo se retira dando reverencias, orgulloso, y apenas busca la
sonrisa del agasajado. Además, todo ocurre a tal velocidad que el
televidente ni siquiera puede tomar nota de algún consejo o detalle
que le guste o interese. Salvo que esté prestando mucha atención.
Mi casa, tu casa, también de People & Arts, proviene de un programa
anterior llamado Principios del diseño conducido por Laurence
Llewelyn-Bowen, caballero con ínfulas aristocráticas y un leve
parecido a Stephen Fry –e igual flema británica–. Principios del
diseño es un programa un poco aburrido pero por momentos
interesante, donde Laurence ofrece su expertise en vena didáctica.
Mi casa, tu casa es interactivo: dos parejas de vecinos intercambian
llaves y durante 48 horas trabajan en la renovación de la casa ajena
con ayuda de Laurence, su equipo y un presupuesto de 1200 dólares.
Ninguno sabe lo que está pasando en su propio hogar, y hay momentos
de verdadero pánico cuando intentan imaginar a qué los condenará el
gusto de los otros. Las discusiones posteriores suelen ser feroces;
a veces queda claro que los vecinos, antaño amigos, iniciarán una
guerra fría. Los diseñadores, entretanto, tratan de interceder, pero
no siempre lo consiguen. La estrella es Laurence, siempre distante y
astuto, todo comentarios mordaces y ojos en blanco cuando le piden
una tarea que no es de su gusto.
La incursión del reality en el diseño de interiores tiene su
expresión más extrema con En venta, un programa de People & Arts que
acaba de estrenarse: cuatro parejas se mudan durante doce semanas a
cuatro departamentos idénticos, e idénticamente semiderruidos.
Durante ese período no sólo tendrán que convertirlo en el sueño de
un diseñador y competir entre sí, sino tratar de ingresar en el
mercado inmobiliario con la casa restaurada, lo que da lugar a
traiciones y múltiples mentiras y maldades. En venta se parece más a
los realities de concursos crueles como El aprendiz con el magnate
Donald Trump, sólo que usa como excusa el supuesto buen gusto
elevado a imperativo, marca de ascenso social y buen vivir sin la
que, susurran por lo bajo los expertos, no se puede ser alguien.
Mientras no estabas: miércoles, a las 22 hs. por People & Arts.
Mi casa, tu casa: martes y jueves, a las 22 hs. por People & Arts.
La
familia cirugía
¿Por qué no ser como Valeria Mazza?
Por
María Moreno
En
principio, ¿por qué uno debería aceptarse como es? ¿Qué nueva
versión de la frase “anatomía es destino” convierte en tabú la lucha
contra las decisiones de la biología, de la genética y de la clase
social? ¿Y qué tendría de malo cobrar por permitir que la cámara
filme una mutación que nos lleve de tener el aspecto del Muñeco
Maldito de Ibáñez Menta al de Valeria Mazza, recién salida del spa?
El problema es que eso es imposible. Y así como Jean Cocteau
denunciaba que una ciencia empecinada en encontrar un remedio contra
la adicción a la droga no se abocara a mejorarla hasta hacerla
inofensiva aunque igualmente placentera,podría reprochársele a la
cirugía estética que sea incapaz de realizar transformaciones
radicales y al mismo tiempo seguras. La naturaleza es capaz de
colocar una nariz de Cyrano sobre unos labios de Brigitte Bardot y
bajo unos ojos de Mosa Lisa, pero con un sentido de la armonía tal,
que una cirugía estética no sólo no provee una nariz corta en lugar
de una nariz de estética, sino que la operación sigue develando a
una criatura desgraciada, fea de otra manera, es decir
artificialmente. Si el programa Extreme Makeover recuerda las
performances de Orlan, no es sólo por el baño de sangre en zona
aséptica, y el proyecto de transformación corporal, sino porque
propone el goce sádico de ver la mortificación quirúrgica sobre un
cuerpo inmovilizado y anestesiado. Si, cuando mediante diversas
intervenciones, Orlan hizo de sí misma un Frankenstein estético,
curiosamente conservó su respeto clásico por la simetría, los
mutantes del programa Extreme Makeover también. ¿Por qué ni Orlan ni
ellos escaparon al imperativo de la juventud y de la belleza,
pidiendo una oblación de senos y la implantación de uno solo en el
medio del pecho o una estética múltiple para tener el aspecto exacto
de una de Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso? Y si Orlan y
ellos parecen pertenecer a la misma familia es porque la cirugía
estética no hace de uno otro, sino que crea parientes de cirugía: la
familia de pómulos altos, boca hasta los orejas y frente al borde de
la calva. Porque en Orlan, supuesta artista revolucionaria, se
notan, camufladas en las otras, vulgares operaciones de sesgo no
artístico: liftings, lipoaspiraciones, implantes de siliconas,
hormonas destinadas a contrarrestar la menopausia, sin otra función
que disimularla.
No te lo pongas mantiene el modelo estético de una clase media
empobrecida, Queer Eye For the Straight Guy coloca a los gays en su
estereotipado lugar de expertos en diseño, Mi casa tu casa o
Mientras no estabas auspician la decoración neo-kitsch con el
imperativo de la naturalidad propio de la aristocracia y Extreme
Makeover sostiene los valores de Leonardo Da Vinci. Pero “quien
presta atención a la sintaxis de las cosas nunca te besará del
todo”, decía el poeta. Y ésta podría ser la paráfrasis: “Quien
presta atención a la ideología, nunca tendrá con quién salir el
sábado a la noche”.
El
porno médico
Nip/Tuck, el primer hijo de ficción de los realities descarnados
por
Alan Pauls
Nip/Tuck
es hijo de Dead Ringers y American Psycho. Del film de David
Cronenberg, la serie de Ryan Murphy (martes a las 22 por Fox) roba
la estética híper clean y la idea de la pareja protagónica de
cirujanos opuestos pero complementarios (el cínico y el culposo, el
avasallador y el débil, el fornicador inescrupuloso y el adúltero
con remordimientos). Del clásico de Bret Easton Ellis, la idea –ya
un poco vetusta– de que la posmodernidad es el advenimiento de las
superficies puras, reino cromado del que la ficción sólo puede dar
cuenta al precio de transformar a sus (anti)héroes en autómatas o
sonámbulos torpes, mal actuados, y la tesis de que los nuevos dogmas
del fascismo se escriben en las agencias de publicidad y los
departamentos de imagen.
La “novedad”, en este caso, es el mundo tan actual de las cirugías
plásticas. Pero si el repertorio de carnicerías frívolas (lipoaspiraciones,
correcciones nasales, implantes de siliconas, estiramientos,
colagenización de labios) que despliega Nip Tuck se distingue del
mundo meramente médico de ER (traqueotomías obreras, resucitaciones
mesiánicas, batallas heroicas contra males socialmente ominosos), no
es sólo por una cuestión de tempo (la nonchalance ociosa versus la
emergencia, la belleza versus la necesidad); es sobre todo por el
modo dispar en que ambas se asoman a su objeto, el cuerpo, cada vez
que el guión les ordena encerrarse en el quirófano.
ER alterna la exhibición con los recaudos del pudor; Nip Tuck lo
muestra absolutamente todo: el momento en que la falange es
restituida al dedo mutilado, por ejemplo, pero también las
resistencias y tironeos que suelen entorpecer una linda costura. En
ER, es el mismo ojo el que registra las intervenciones sobre el
cuerpo y los dramas humanos y sociales que acechan del otro lado de
las puertas batientes; en Nip/Tuck no: hay un ojo que filma –no muy
inspiradamente, por otro lado– las vidas de los cirujanos fuera de
quirófano, y otro muy distinto –un “doble de ojo” altamente
especializado, parecido al ciberojo machucado de Schwarzenegger en
Terminator II– el encargado de filmar los rituales quirúrgicos.
Entre la foto policial y la instantánea triple equis, entre el trash
sanguinolento de Wegee y las postales del sexo maquínico, las
secuencias de operaciones de Nip/Tuck son lo más macabramente
glamoroso de la serie, y también funcionan como su inequívoco
statement moral: la pornografía contemporánea, declaran, no se
fabrica en los estudios de cine sino en los quirófanos.
Fuente:
http://www.pagina12web.com.ar/
Por Mariana Enriquez
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