Aimar vivió momentos de gran dramatismo
Recibió una
patada en la cabeza y quedó inconsciente y sin respiración. Lo
entubaron y se recuperó enseguida. Su estado es bueno.
Fue un susto
tan grande, un momento tan dramático, que lo mejor es relatarlo de
corrido y alegrarse de que sólo haya sido una desagradable anécdota.
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Apenas había
transcurrido un minuto de juego en Mestalla entre el Valencia y el
Atlético de Madrid. Sólo sesenta segundos en los cuales, en la gran
mayoría de los partidos, nada pasa. Pero aquí, el destino, la
fatalidad, o como quiera llamárselo puso en juego mecanismos
impensables: ataca el local, se va Rufete por la derecha, tira el
centro, Pablo Aimar se lanza en una especie de palomita, cabecea, y
en su caída, mientras Leo Franco rechaza, el pie derecho de Pablo,
marcador central visitante, impacta con violencia en la boca del
riocuartense. Aimar se desploma sobre el césped, cae como un peso
muerto, su cabeza golpea contra el suelo y el número 21 se queda
ahí, con los ojos cerrados, sin moverse, en tanto compañeros y
rivales hacen gestos desesperados pidiendo ayuda. Llegan los
médicos. Desde afuera, se alcan za a ver a uno de ellos abrir la
boca de Pablito para tirar de su lengua e introducirle la cánula
de Guedel, instrumento que sirve para mantener abiertas las vías
respiratorias.
La gente permanece en silencio, angustiada, los otros
jugadores dudan entre acercarse para calmar su preocupación o
alejarse para que corra el aire. Pasa un minuto, dos, hasta que
Aimar mueve un brazo, las piernas, abre los ojos y todo el estadio
suelta un suspiro de alivio. El crack argentino es colocado
en la camilla, sangra por la boca, pero se lo ve hablar mientras
sale de la cancha. Todos aplauden, los propios y los
extraños, los del Valencia y los del Atlético de Madrid. El susto,
el terrible susto ha pasado. El partido puede seguir.
"Aimar sufrió una pérdida transitoria de conciencia a raíz del golpe
recibido, y la relajación provocó un descenso de la lengua que le
impedía la respiración. Además, tuvo un corte en el labio, pero no
perdió ningún diente, como se dijo en un principio", explicó más
tarde Jorge Candel, médico del Valencia. "Tenía el pulso muy débil,
las pupilas dilatadas y no podía respirar", agregó José María
Villalón, su colega del Atlético, que colaboró en la asistencia.
Su recuperación, por suerte, fue instantánea. De hecho, cuando la
camilla enfilaba el túnel de vestuarios, el pibe de Río Cuarto pidió
que lo dejaran en la cancha. "Estoy bien, quiero seguir", le dijo al
doctor Candel quien, obviamente, no le hizo caso. Otro de los
médicos del Valencia, Antonio Giner, se hizo cargo entonces del
traslado al Hospital 9 de Octubre. Tampoco él atendió la
nueva solicitud de Pablito: "Quiero salir caminando", pidió, pero se
lo llevaron en ambulancia.
Lo que siguió ya fue rutina, porque la noticia más importante, que
el ídolo de la hinchada valenciana estaba bien, ya se había
difundido por Mestalla.
En el hospital, Aimar fue sometido a un chequeo clínico y, más
tarde, para descartar cualquier complicación de la lesión, a un
estudio de tomografía computada cuyo resultado no se había
dado a conocer al cierre de esta edición. Aunque en cualquier caso,
los médicos ya habían determinado que quedaría internado en
observación, al menos por 24 horas, para prevenir cualquier
complicación ulterior.
Por la noche, terminado el partido, era la hora de las visitas:
Roberto Fabián Ayala, Curro Torres, Claudio Ranieri y el resto del
cuerpo técnico del Valencia acudieron al hospital. Todos necesitaban
ver con sus propios ojos lo que, en realidad, ya se sabía: que el
susto más grande en la vida de Pablo Aimar había pasado. La noche,
por fin, después de tanto sobresalto, empezó a dibujar una sonrisa
CLARIN.COM
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