Los seres humanos están diseñados para ser infieles
Recientes estudios
científicos demuestran que el amor funciona como una enfermedad; que
el cerebro puede sentir apego y a la vez deseo sexual por personas
distintas
Helen Fisher, una antropóloga de Nueva York,
ha lanzado recientemente su libro "Why we love" (Por qué amamos),
después de ocho años de investigación y que revela datos que no por
sorprendentes e incluso para algunos "irreverentes" se basan en
hallazgos científicos.
Para su trabajo invitó a estudiantes enamorados, tomó imágenes de su
cerebro mientras veían fotos de sus amantes. Primera observación,
interesante que detecto, la actividad cerebral se encendía en
algunos sitios y no otros.
Fisher descubrió que una de las áreas donde se produce el amor es el
núcleo caudato, originario de los reptiles pero, luego de 56
millones de años, adquirieron los mamíferos. Evolutivamente, sin
embargo, es la zona más antigua del cerebro humano, y allí viven los
estímulos y las motivaciones.
Otra área involucrada en el amor es la tegmental ventral, donde se
produce la dopamina, el neurotransmisor que controla la atención, la
motivación y el cumplimiento de objetivos. Cuando alguien se
enamora, la dopamina sube sus niveles y eso ayuda a que un ser
humano, sencillamente tenga "ganas" de hacer cosas. Sin duda, este
descubrimiento deja en claro que el amor tiene características de
motor general de la vida de una persona.
La dopamina es esa especie de "pila", pero también es la que avisa
la falta del alma gemela. Este químico trabaja junto con su
derivado, la norepinefrina, una hormona que controla la euforia y la
pérdida de apetito y sueño. Es la misma que permite a los enamorados
recordar cada detalle, frase y escena de sus momentos con el otro.
Finalmente, la alidada serotonina es la que permite que una persona
no pueda dejar de pensar en su amante. En este punto radica el
parecido entre el amor y una enfermedad mental como el trastorno
obsesivo compulsivo. Es el caso de las conversaciones sobre
cualquier tema pero que terminan siempre enfocadas a la persona que
uno ama.
Estas sustancias en el cerebro también actúan como represas: cuando
aumentan su nivel abren la compuerta a la producción de
testosterona, el detonador de la pasión. La hormona masculina por
excelencia tiene su contrapartida en las mujeres, aunque en menor
cantidad. En las chicas, naturalmente aumenta durante la ovulación.
El amor tiene sorprendentes semejanzas a los estados que produce el
consumo de opio, de manera que no hay que espantarse por el hecho de
que un adicto a la heroína siente parecido a una persona muy
enamorada.
La dependencia, como con la droga, también la experimentan los
enamorados, que ansían al amado como si fuese un vicio. Por la misma
razón aparece la furia, la desazón y las ganas de llorar cuando el
enamorado desaparece o no retribuye los sentimientos. Un pequeño
síndrome de abstinencia en el amor, equiparable al de los adictos.
El amor es como una enfermedad también porque permite que detalles
defectuosos o reprochables en el otro desaparezcan. Además, los
enamorados toman decisiones más emotivas.
Pero nada es para siempre, y de eso también hablan las sustancias
químicas. Las zonas activas en el enamoramiento no son las mismas
que las de las parejas de hace muchos años.
Infieles
La científica Fisher dio en la tecla para evitar toda culpa a los
infieles: estos procesos, el del enamoramiento y el del amor calmo y
apegado, pueden ocurrir simultáneamente, e incluso son
independientes entre sí.
En síntesis, el cerebro humano es capaz de sentir amor por el
cónyuge y pasión por otra persona. Por supuesto que son tareas
inconscientes, porque es cierto que la gente se enamora sin
decidirlo. Como caerse a un pozo sin darse cuenta.
Aunque todos podemos sentir el enamoramiento, unos hacen con ese
proceso químico unas cosas, y otros hacen otras. Hay quienes se
enamoran y no quieren tener hijos; quienes no se enamoran pero
querrían tener hijos por doquier; y quienes ni se enamoran ni tienen
hijos. Son los que subliman estas sensaciones, como por ejemplo los
sacerdotes.
Ergo: si bien el cuerpo humano está dotado para la infidelidad, no
hay excusas para negar que la razón permite elegir entre las
opciones
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