COMO QUITARSE UN
TATUAJE
Los expertos dicen que
siempre queda una huella y que no hay conciencia sobre lo que
significa destatuarse. El Hospital de Quemados puso cupos porque no
da abasto. Los privados cobran desde $ 800.
A los 17,
Daniel S. se tatuó una serpiente verde. Una obra de arte que se
enroscaba en su antebrazo y terminaba, lengua de tres puntas, en la
mano. Once años después ya no puede verla. La detesta. El
médico le dijo que no le garantizaba resultados estéticos. "Aunque
sea, sáqueme la cabeza", le pidió. Tal el rechazo a esa figura que
una década atrás era su orgullo.
La anécdota muestra que tatuarse no es gratis. Destatuarse, menos.
Tiene un alto costo, no sólo económico, sino físico: la piel
nunca será la de antes. Una mancha, una cicatriz, un surco, algo
quedará. Y otro problema, el de una sociedad que parece aceptar las
marcas en el cuerpo apenas superficialmente: el motivo central que
mencionan aquellos que deciden remover sus secuelas del pasado es
laboral.
Estas son algunas conclusiones de un trabajo científico publicado en
la Revista Argentina de Cirugía Plástica. En ese informe, cuatro
médicos de la Unidad de Cirugía Plástica y Reparadora del Hospital
de Quemados dieron cuenta del enorme crecimiento en la masa de
tatuados que quiere dejar de serlo, e indagaron en las
motivaciones.
Otros especialistas consultados coincidieron con ellos en que no
hay conciencia sobre lo que sig nifica quitarse un tatuaje. Ni
información ni regulación alguna sobre el tema.
Sin embargo, el fenómeno del tattoo no se detiene.
Actualmente, en Buenos Aires hay una convención internacional que
reúne a más de 10.000 fanáticos (ver Una cita...). Y en
una sola galería de la avenida Santa Fe se hacen unos 200
tatuajes por día.
Los datos del Hospital de Quemados son contundentes: si en 1999 y
2000 tuvieron apenas 44 y 40 consultas para remover tatuajes, en
2002 y 2003 éstas crecieron a 315 y 207. "El descenso de las
consultas en el 2003 se atribuye al límite de cinco consultas de
primera vez por semana para esta patología frente al desborde de
la capacidad operativa del servicio", dicen los especialistas.
Las estadísticas demuestran que de todos esos pacientes el 91% tenía
menos de 25 años y el 71% eran hombres. El 78% de los tatuajes
estaba localizado en los brazos; el 17% en las piernas; y el 4%, en
el tronco.
"No sé si ha variado la proporción de gente que se lo quiere sacar.
Lo que ocurre es que la masa crítica de tatuados es más alta",
dice Carlos Fernando Gatti, a cargo del Servicio de Piel del
Hospital Francés.
Cuando Gatti fue presidente de la Sociedad Argentina de Dermatología
—entre 1997 y 2001—, hicieron una encuesta en la que detectaron que
entre el 15% y 18% de los jóvenes de entre 18 y 24 años estaban
tatuados. "Esto es una moda que ya tiene 10 años. Entonces, el
que se tatuó a los 18, hace 10 años, hoy quiere entrar a trabajar
y encuentra lugares donde no lo aceptan".
Con este inconveniente se topó un abogado que pide reserva de su
nombre. En la secundaria decidió que le dibujaran una espada en su
mano derecha. Años después, ya especializado en derecho penal, no la
quiere ver. "En el ámbito judicial, el tatuaje está muy asociado a
lo 'tumbero', a lo carcelario. No podía presentarme ante un juez con
la mano así". Se la sacó con láser y le quedó, en sus palabras, "más
o menos".
Pero también hay otros motivos. Como el de aquella mujer medio
hippona que tenía una rosa roja sobre su omóplato. Se enamoró
de un ejecutivo de una multinacional y pensó que no podía mostrar un
vestido de noche en ese ámbito social con ese diseño en su piel.
Los médicos observan que cuando un tatuado decide destatuarse
muestra el mismo entusiasmo que cuando se hizo el dibujo. Es
difícil detenerlo. Gatti equipara el tatuarse con el casamiento.
"Cuando uno se casa, espera que sea para siempre. Pero cuando se
separa no quiere ver a su ex pareja todos los días". Por eso,
algunos amantes del tatuaje sólo se animan al henna indiana,
que dura usualmente entre 10 y 15 días. Esta opción se aplica con
una pasta ocre y es totalmente removible.
Hugo Bertome, jefe del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital de
Quemados, habla de la presión que el mundo del trabajo ejerce sobre
los tatuados: según el estudio, el 85% de los tatuados en brazos
declara pedir la remoción del tatuaje por trabajo.
La presión se siente de cerca en un hospital público como el de
Quemados, gratuito, donde los médicos tienen que lidiar con aquellos
que quieren que les saquen el tatuaje ya, hoy mismo, porque hay
un trabajo que los espera... sin tatuaje.
"No es que no queremos hacer esos trabajos, pero si hay una urgencia
con un chiquito quemado tenemos que darle prioridad, aunque hayamos
programado la otra operación. Los recursos, humanos y de insumos son
limitados", dice Bertome.
La doctora Griselda Seleme, directora del centro de cirugía plástica
Estética Seleme, confirma el fenómeno y dice: "Siempre es a cambio
de algo, la gente piensa que no pasa nada, pero siempre queda al
menos una cicatriz".
La cicatrización dependerá del método empleado y de la localización
(ver infografía). Hombros, mandíbula, cuello, pectorales, son
algunas de las zonas del cuerpo más delicadas. En cuanto al
método, el más fino es el láser, pero en el Hospital de Quemados
suelen atender a pacientes que se sometieron a él con resultados
poco satisfactorios.
Lo dicho: no es gratis. Ni física, ni económicamente. En Estética
Seleme cuesta de 200 a 400 pesos la sesión —se necesitan entre
cuatro y seis sesiones, y aún más, según el tamaño—. También hay
lugares de menos renombre que lo hacen por menos.
Pero hay tatuajes que se remueven como si fuera un tumor,
quitando la piel y colocando en ese lugar un injerto. Así dejan
huellas en dos lugares del cuerpo. Donde estaba el tatuaje y donde
estaba la piel que lo reemplaza. En la intimidad, el tattoo, en
tanto indicio del pasado, parece imborrable
Fuente: CLARIN.COM
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