Las fiestas clandestinas y eventos no anunciados son el boom del año
Antes de la tragedia de Cromañón, las
fiestas "clandestinas" suponían una alternativa a los boliches.
Después del 30/12 y a falta de lugares habilitados, se transformaron
en una subcultura "oficial". ¿Hacia dónde van?
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Interruptor
total. No es un hit radial, tampoco una nueva banda de electro pop.
Es un precario mecanismo para dejar muda a la pista de baile de El
Colorado: todo se apaga si el portero/campana divisa luces azules
avanzando por la calle aunque la fiesta esté en su mejor momento.
"Al principio la gente chiflaba. Ahora saben que hay que hacer
silencio", explica Jara, el DJ y organizador de una de las fechas
que recibe a unas 400 personas, de manera casi invisible... Es una
de las tantas fiestas que ante la falta de espacios habilitados y
después de las clausuras compulsivas (o requisitos inalcanzables
para abrir a corto plazo) siguieron al 30-D. Todas se autogeneran y
se multiplican desde una auto-proclamada clandestinidad.
Medianoche del sábado. A una cuadra de Avenida de Mayo, dos policías
paran a un grupito. "Documentos". Los palpan, se van. Los chicos
esperan a que sus latidos se acomoden. Cruzan, golpean una puerta
cerrada. "Alaska", susurran la contraseña. Por supuesto, logran
entrar.
Como una variante (de estéticas, de precios, de público) a las
grandes discotecas, son varias "las pymes del electro" que se
refugian en locales de persianas cerradas, en bares con subsuelo o
altillo y hasta en casas. "Lo primero que hicimos fue en febrero,
bastante kamikaze. Empezamos en las casas de los amigos", recuerda
un DJ. Las noches del verano eran un nudo en la garganta después del
humo del 30-D. Algunos jugaron al fleje y armaron fiestas cazabobos:
escaleras clausuradas y terrazas sin balcones. Otros se llamaron a
silencio o se reconvirtieron, como las +160. La suite semanal del
drum & bass dio un paso desde el under (en eldorado) hacia el main
(en el coqueto Bahrein). Fue difícil bancarse la veda: RudaMacho
hizo turismo arty, Brandon ahora es Casa Brandon Gay Lee (lecturas y
muestras). Y otros se acovacharon. "El luto era mental, pero no
ayudaba mucho ir por San Telmo y ver todos los lugares cerrados.
También te ponías a pensar en el barman y en la señora del barman
que trabaja en el guardarropas".
Un año atrás, el Sí! atendía al suceso de las fiestas
paralelas: comenzó con las Garage! (más de 3.000 bailarines en un
estacionamiento) o las RudaMacho (a la que los clubes de los barrios
le quedaban chicos). Saciaban la demanda de algo más auténtico y
espontáneo que lo propuesto por las discos (ni hablar de los
precios), aunque muchas veces terminaban adoptando algunos tics del
circuito "oficial", tanto en propuesta artística/estética como en
estructura y burocracia.
Los mailings, el boca a boca, las listas de correo electrónico, los
foros y, en especial, los fotologs. Así se difunden los eventos que
esquivan la masividad... o al menos a los inspectores. Cada fiesta
con su tema: las "Delineador" (para público queer y rockero), las
"Sabor a Limón" (bien cerveceras), las de brit pop, las electropop,
las de perreo...
¿Pero todo cambió para que nada cambié? Algo. "Capacidad limitada"
es la regla de oro (aunque nadie cree que se pueda sobrevivir con
una persona por metro cuadrado). "Si te retrotraés al 29 de
diciembre, no estábamos tan mal, salvo la cantidad de gente. No
hacia falta una bengala o un fx para asfixiarse", dice un chico y
apura un trago. También se controla más la edad.
Está claro: ninguna fiesta será igual, aunque sólo sea porque los
bailarines tendrán los sentidos alerta. El viernes pasado, la
"Clementina" (bajo el eslógan "muerta antes que sencilla") reunió a
200 personas bailando hip hop bastardo, en un bar en San Telmo. "La
autodeterminación de hacer las cosas bien, es de los que organizan",
dice DJ Pons, del colectivo Pedigree, residente (o reincidente) en
estas fiestas. "Pero los dueños de los lugares hacen todo igual.
Pedís un matafuego en la cabina, y no tienen plata, una zapatilla
con los cables bien y no hay. La autoreflexión tendría que llegar,
pero de alguna manera nos seguimos haciendo los boludos", asume.
"Hacer una fiesta cuando todo está mal, es salir con el cuchillo
entre los dientes".
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Fuente:
http://www.clarin.com
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