Diez años pasaron desde el lunes 18 de septiembre de 2006, cuando Jorge Julio López salió de su casa en La Plata para presenciar el último tramo del juicio contra el represor Miguel Etchecolatz y ya no se volvió a saber de él. En una década, la investigación no logró encaminarse y fue marcada por una pista falsa tras otra, dejando en evidencia el fracaso de la Justicia y el poder político en dar con el paradero de quien se convirtió en el «primer desaparecido en democracia». Del desconcierto inicial, cuando hasta se llegó a especular con que podía estar perdido, se sucedieron interminables rastrillajes que no arrojaron resultados y se barajaron hipótesis de lo más variadas, que tampoco lograron echar luz sobre lo que realmente sucedió con el testigo. Corría 2006, Néstor Kirchner era Presidente, Felipe Solá era gobernador de Buenos Aires y un año antes se habían anulado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, dejando el camino allanado para que comenzaran los juicios contra los represores de la última dictadura militar. El proceso contra Etchecolatz, exdirector de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fue emblemático para la historia del país por haber sido el primero tras la derogación de esas leyes y también porque la Justicia reconoció la existencia del delito de genocidio. El último en ver a López fue su hijo, Rubén, quien lo despidió el domingo 17 de septiembre de 2006 por la noche después de cenar y ambos acordaron encontrarse al día siguiente, antes de la audiencia de los alegatos del juicio contra Etchecolatz. López había sido un testigo clave en ese proceso, al incriminar al represor con el relato de sus padecimientos en el «Pozo de Arana», el centro clandestino de detención que dependía de la Comisaría 5 de La Plata. «Yo hasta pensé ´si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar, yo´. Así pensaba. Y después digo ´Puta, ¿y si lo mato? ¡Qué voy a matar a una porquería de esas, un asesino serial´!. No tenía compasión. Él mismo iba y los pateaba (a los detenidos-desaparecidos)», confesó en uno de los pasajes de su última declaración, el 28 de junio de 2006. Su desaparición se produjo un día antes de que Etchecolatz fuera condenado a reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad, sentencia que no pudo escuchar. De acuerdo a lo que pudo establecerse en la investigación, el testigo desapareció entre las 23.00 del domingo y las 7.00 del lunes, aunque nadie lo vio retirarse de su casa, ubicada en el barrio Los Hornos, en la periferia platense. Por el caso no hay ningún imputado y con el paso de los años la pesquisa fue haciéndose cada vez más lenta, pese a que todo pareciera indicar que sus últimas palabras durante el juicio tuvieron estrecha relación con su desaparición. Durante la última dictadura militar, López fue secuestrado el 27 de octubre de 1976 y liberado el 25 de junio de 1979. En esos 36 meses padeció el encierro y las torturas, además de presenciar el fusilamiento de los militantes peronistas Patricia Dell Orto y su esposo, Ambrosio De Marco, a quienes definió como «los chicos que andaban por el barrio en representación de una Unidad Básica». Por 30 años calló los detalles del horror, pero ante la Justicia López contó su experiencia como detenido, las picanas, los golpes e hizo un relato minucioso en el que nombró a represores y al fallecido arzobispo de la capital bonaerense Antonio Plaza, por haber entregado una mujer a los torturadores. En principio, la causa por la desaparición del testigo estuvo en manos del juez federal de La Plata Arnaldo Corazza y tras su jubilación quedó a cargo de Manuel Blanco (fallecido en 2014), antes de pasar a una Unidad Fiscal especial que interviene en crímenes de lesa humanidad. «Ha actuado lo que se conocía como mano de obra desocupado, es decir elementos paramilitares o parapoliciales, que quieren amedrentar y lograr su objetivo de mantener la impunidad», había elucubrado Néstor Kirchner durante una cadena nacional a fines de
Se cumplen 10 años de la desaparición de López
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