Creado por un ingeniero informático de Silicon Valley, este producto en polvo para mezclar con agua -anticipado por la ciencia ficción- contiene los nutrientes que necesita una persona adulta; en la Argentina ya hay iniciativas para comercializarlo
Por Franco Varise | LA NACION
¿Llega el fin del asado con amigos, los ravioles del domingo y el flan con dulce de leche? No tanto, pero… La última revolución que surgió de Silicon Valley no es una nueva aplicación, una red social o un dispositivo tecnológico. Nada de eso: se llamaSoylent y es una comida en polvo para mezclar con agua que pretende cambiar absolutamente la forma en que nos alimentamos.
Este polvo con todas las vitaminas, proteínas, minerales, sales y nutrientes que nuestro cuerpo necesita ya tiene emprendedores en la Argentina, mientras que, en los Estados Unidos, crece el número de curiosos y exhibicionistas que recibieron su pedido para probarlo y mostrarlo en las redes sociales.
El ascenso de Soylent, un nombre que encierra suspicacias, comenzó a acelerarse a partir de que la Food and Drug Administration (FDA) le dio luz verde a este compuesto en calidad de «alimento» y no sólo como «suplemento» alimenticio. Este pequeño detalle le otorgó a Soylent un estatus de consumo diario y exclusivo que lo habilita para reemplazar al resto de los alimentos si es que el consumidor así lo decidiera.
Rob Rhinehart, un ingeniero informático de 25 años, se instaló en San Francisco como muchos otros jóvenes para encarar su proyecto tecnológico. La historia abreviada, contada por él en varios videos en YouTube, sostiene que mientras esperaba que sus proyectos crecieran tuvo que ahorrar y descubrió que alimentarse a diario costaba una fortuna. Así fue como se le ocurrió crear un alimento barato y nutritivo. Investigó las posibilidades hasta alcanzar una fórmula satisfactoria. Luego creó un evento por Internet (crowdfunding) para que los interesados aportaran dinero al proyecto. Recaudó tres millones de dólares antes de salir al mercado. Actualmente, su empresa de comida de «garaje» recibe pedidos por 10.000 dólares diarios.
«En polvo la comida es más estable, se puede conservar más tiempo, no hace falta ir tantas veces al supermercado ni cocinarla y no tenemos que preocuparnos de las bacterias que la estropean», dice Rhinehart sobre su invento. «Estoy muy ocupado durante la semana y prefiero alimentarme de Soylent. El fin de semana, si me apetece, puedo comer algo sólido y lo disfruto aún más», agregó en una entrevista.
La elección del nombre también es una gran curiosidad a contramano de cualquier manual de marketing. Sucede que a principios de los setenta se estrenó la película de ciencia ficción Soylent Green, protagonizada por Charlton Heston. El film, basado en una novela menor de Harry Harrison, plantea un perturbador y oscuro 2022 con un mundo superpoblado, jaqueado por la polución y sin comida. Sólo existe el Soylent Green, elaborado exclusivamente por una supercorporación sobre la base de plancton. Al final Heston descubre algo siniestro: «Soylent is people» («Soylent es gente»), dice moribundo al revelar que el alimento sintético utilizado en aquel mundo futurista estaba hecho de cadáveres humanos.
«Queremos ser transparentes en cuanto a que no utilizamos partes del cuerpo humano en la producción de Soylent», dijo en broma Rhinehart, un fanático de la literatura de ciencia ficción.
Yemel Jardi, de 25 años; Paula Montaldi, de 24, y Augusto Gesualdi, de 24, decidieron fundar Soylent Argentina. Los tres provienen del rubro del software, la química y la ingeniería industrial. «Para cualquier persona que tiene una vida agitada y que siente que hay comidas que no disfruta (por ejemplo, al mediodía en la oficina), Soylent es una solución, una alternativa para utilizar ese tiempo en otra cosa», sostiene Jardi.
El emprendimiento argentino no es una franquicia. Cuando Rhinehart fundó Soylent Corporation hizo otra cosa revolucionaria: publicó en su página la receta para que cualquiera pudiera hacer su propio Soylent e incluso cambiarle cosas y mejorarlo. Es una especie de alimento de «código abierto» como ocurre con el software libre. «Lo único que desalientan es la competencia en las mismas regiones, pero cualquier emprendedor puede usar el nombre. Nosotros somos Soylent Argentina», explica Yemel.
En casi todo el mundo, como aquí, hay personas experimentando recetas inspiradas en la original y con ligeras variantes. «Tenía mucha curiosidad y venía siguiendo el tema porque me parece una solución muy práctica para organizar los tiempos y diferenciar lo que es nutrirse del placer de comer. Esto me simplifica y no me consume tiempo buscando qué comer para tener una dieta balanceada. Muchas veces terminás comiendo cualquier cosa sin placer y gastás una fortuna», consideró Jardi.
Un paseo por el microcentro porteño confirmaría la visión de Jardi. En general el almuerzo del mediodía es costoso y no podría definirse exactamente como «nutritivo». En una nota sobre Soylent en la revista The New Yorker, la autora Lizzie Widdicombe consideró que en el futuro «veremos una separación entre las comidas utilitarias y funcionales y las comidas como experiencia y para socializar».
Este concepto plantea un futuro de la comida que parece hoy bastante remoto, pero a juzgar por la rapidez con la que Soylent comenzó a difundirse en los Estados Unidos, nadie está muy seguro de cuánto tiempo faltará para que este producto termine volviéndose masivo o popular.
Por ahora, en la página de Facebook de Soylent Argentina sólo invitan a quienes estén interesados a participar del testeo del producto. En el país, el producto aún no fue aprobado por el Instituto Nacional de Alimentos (INAL), pero, según Jardi, el año que viene estarán en condiciones de empezar a comercializar Soylent. «Desde el día en que todos nuestros amigos se enteraron de la idea no paran de pedirnos que los tengamos en cuenta para el testeo», dijo Yemel a LA NACION.
A todo esto, uno termina preguntándose algo fundamental sobre Soylent: ¿es rico? Al parecer, según los blogueros que ya lo probaron, el brebaje no es ni rico ni feo. Dicen que no tiene un sabor distintivo o particular.