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RIVER LE PASO POR ENCIMA A BOCA

En un clásico parejo y escaso en buen juego, el equipo de Astrada ganó 2 a 0, se acomodó bien en la lucha por el título y hundió más a su rival; marcaron Gastón Fernández, que ingresó por Salas y fue la figura, y Cuevas, en el final

En épocas de vacas flacas, un superclásico maneja los mismos códigos que una final: no se juega, se gana. En esas circunstancias, un triunfo encandila lo suficiente como para hacerle la vista gorda a cuestiones estéticas, los merecimientos o los fundamentos futbolísticos. Esa victoria que los dos necesitaban como el aire para respirar le devolvió la vida a River y encendió en el Monumental una de esas fiestas que sólo puede ser superada por la obtención de un título, aunque no faltará quien sienta un goce mayor por lo de ayer.

River consiguió un éxito oportuno y con los golpes de efecto suficientes, porque ese gol de Cuevas en el final, en un contraataque lleno de suspenso por la tapada de Abbondanzieri, llevó al público local al paroxismo. Un rugido triunfal estremeció a gran parte del Monumental. Era la fiesta de los sentidos, que se independizaba de un partido mayormente tosco y burdo, al que sólo se le puede apuntar como positivo algunas emociones en el segundo tiempo.

Sin ser superior, River volteó a este Boca tambaleante, que pierde la vertical al menor empujoncito. Un desplome bajo el que quedó aplastado Miguel Brindisi. El equipo de Astrada ganó por una diferencia exagerada, sólo justificada en la inercia negativa que arrastra Boca.

    

De antemano se sabía que ambos estaban urgidos por una victoria y todas las declaraciones previas apuntaron a ese objetivo. Pero los 90 minutos dejaron en evidencia que ninguno de los dos tenía muy en claro cómo alcanzar esa meta, y que el miedo a perder era tan fuerte como la obligación de triunfar. Si a eso le sumamos el bajo nivel individual general, es fácil concluir que todo era bastante gris.

El primer tiempo se consumió en imprecisiones, pelotazos y continuas interrupciones por foules y jugadores golpeados. Uno de los afectados fue Salas, que para extender su calvario de lesiones dejó la cancha por un corte en el arco superciliar. Con él también se iba un delantero de movimientos pesados, al que ya casi le resulta imposible reverdecer viejos laureles.

A River le costaba mucho saltar el cerco de piernas que Boca levantaba en su campo. Gallardo se mostraba activo, pero sin potencia ni clarividencia para encontrar el último pase. Todo era muy forzado y apretado; si alguna acción tomaba un poco de luz, enseguida había una infracción para cortar.

La postura ofensiva de Boca era bastante lánguida y neutra. Por ahí soltaba a algún volante o lateral para acompañar a Tevez y Palermo, pero lo hacía sin mucho empuje ni coordinación. No fue solución la reaparición de Tevez, al que la marca local le fue cerrando los caminos y lo terminó agotando en el infructuoso intento individual.

Todo era tan chato como parejo, sin situaciones de gol, como consecuencia lógica de los problemas compartidos para avanzar con cierto criterio y determinación. La única diferencia era que Boca amenazaba con una fórmula concreta y real: el cabezazo de Palermo. Del lado de River no había un recurso visible, más allá del alboroto de algunos intentos.

Queda como paradoja que el primero en estar más cerca del triunfo fue Boca, con dos situaciones en el comienzo de la segunda etapa. En ambas fue importante la función de pivote de Palermo, al bajar de cabeza dos pelotas; en la primera, la definición de Cardozo fue rechazada por Mareque a centímetros de la línea de gol; en la segunda, el derechazo de Tevez salió apenas desviado.

Enseguida todo dio un vuelco con el gol de Gastón Fernández, que en el área encontró un rebote tras un tiro de media distancia de Lucho González. Boca pasó a tener tres delanteros con el ingreso de Barros Schelotto, que quiso sacar de quicio a River con su actuado fastidio. El partido se hizo más visceral y sanguíneo; River se afirmaba atrás y especulaba con el contraataque, una alternativa más que valiosa ante un rival lento y que dejaba espacios.

Más allá de cierto voluntarismo, Boca no vendió cara la derrota. Despidió un aire de resignación por el que se filtró la réplica letal que empezó Lucho González, siguió Fernández y terminó Cuevas. A diferencia de otras veces, en las que River necesariamente debía jugar muy bien para llevarse un clásico, ayer no le hizo falta un gran rendimiento. Un poco de concentración y el viento de cola otras veces esquivo le permitieron ganar este primer campeonato, el que lo habilita y estimula como un candidato más para ir por el que aún está por dilucidarse

Renuncio Brindisi

Fuente: lanacion.com.ar

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